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Cuando Cese La Tempestad.

Cuando Cese La Tempestad.

Status: En proceso
Genre:Amor en la guerra / Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:540
Nilai: 5
nombre de autor: Sofia Mercedes Romero

Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.

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capitulo 17

Riven, Mita y los soldados más cercanos aguardaban en la sala, la impaciencia marcando cada uno de sus movimientos. Riven caminaba de un lado a otro, incapaz de contener la ansiedad.

—¿Por qué se tarda tanto? —murmuraba, sus ojos fijos en la puerta por la que debía salir el médico.

Andrey, sentado con una calma que parecía casi fingida, respondió con un tono tranquilo:

—Tranquilo, todo estará bien.

Pero ni siquiera esa tranquilidad lograba calmar a Riven ni a Mita, que miraban con creciente inquietud hacia la entrada.

Finalmente, el sonido de la puerta anunciando la llegada del médico se escuchó, y con él apareció un hombre agitado, el rostro pálido y sudoroso, casi sin aliento.

—¿Qué sucede? ¿Está ella bien? —preguntó Riven, acercándose con urgencia.

El médico apenas pudo balbucear:

—Esa, esa mujer está... —pero quedó en silencio cuando un dolor agudo le atravesó el pecho. De repente, comenzó a presionarlo frenéticamente mientras su rostro adquiría un tono morado.

Riven se alarmó al instante. —¿Qué demonios está pasando? —gritó, mientras el hombre caía desplomado al suelo. Ember comprobó el pulso y negó con pesar.

—No puede ser —murmuró Riven, golpeando con furia un mueble cercano que se hizo añicos. Sin pensarlo, subió las escaleras hacia la habitación de Aria.

Al entrar, todo estaba en silencio. Aria yacía recostada en la cama, profundamente dormida. Un ronquido leve rompía la quietud, un sonido tan extraño como reconfortante para todos.

—¿Estás bien? —preguntó Riven, su voz cargada de preocupación.

Pero Aria no respondió; su rostro reflejaba una calma imposible de conciliar con el caos vivido.

—Quería que este día fuera agradable —murmuró con amargura antes de retirarse, dejando que descansara.

Los soldados rápidamente se ocuparon del cuerpo sin vida del médico, moviéndolo con frialdad.

Riven bajó las escaleras con paso lento, como arrastrando un peso invisible, su mirada perdida en el horizonte. Se alejó sin decir palabra, dejando tras de sí una atmósfera densa y cargada.

Mita, temblando por el miedo y la incertidumbre, pensó para sí misma:

—Debo comunicarme con el supremo.

Mientras tanto, Aria permanecía en un sueño profundo que duró todo un día. Mita, fiel a su promesa, no se apartó ni un momento, aunque el agotamiento extremo de tres noches sin descanso la venció y terminó desplomándose en un sillón junto a la cama.

El sol de la mañana irrumpió violentamente por la ventana, despertando a Mita con un sobresalto. Se frotó los ojos y su primer impulso fue mirar la cama… pero estaba vacía. El corazón le dio un vuelco.

—¿Dónde está? —su voz era apenas un susurro, pero el pánico la inundó.

Salió disparada hacia los pasillos, buscando frenéticamente respuestas, pero lo que encontró fue una multitud de sirvientes pulcros, limpiando y organizando el palacio con una calma que le resultó aterradora.

—¿Qué hace tanta gente aquí? —pensó, con la piel de gallina.

Gritó a un sirviente que pasaba cerca:

—¡Señoría, ¿dónde está la señorita?!

La mujer, con una sonrisa amable pero distante, respondió sin perder la compostura:

—La señorita se está bañando en su habitación.

Mita se quedó paralizada.

—¿Habitación? —repitió, sin creerlo.

El sirviente asintió y se detuvo frente a una puerta elegantemente tallada.

—Aquí está. Vine a traerle ropa limpia.

La furia reprimida de Mita explotó. Con un movimiento brusco, le arrebató las prendas y empujó al sirviente a un lado.

—No si quieres seguir respirando —susurró con amenaza, antes de abrir la puerta y cerrarla de un portazo tras de sí.

Inspiró hondo, intentando calmar el torbellino en su interior, y entró.

La habitación era un sueño de opulencia. La luz del sol se filtraba por un enorme ventanal que daba a un balcón, iluminando cada rincón con una claridad casi celestial. Los tonos claros y los detalles dorados en las molduras creaban un ambiente exquisito. Flores frescas y fragantes adornaban el lugar, creando un ambiente de opulencia que contrastaba brutalmente con el caos de a quien le pertenecía.

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