De Señora Davenforth A Montgomery

Regresé a casa sintiéndome agotada, física y emocionalmente. Todo lo que quería era perderme en el silencio, dejar que los ecos de lo que había ocurrido con Cassius se disolvieran en el aire. Pero aún sentía un peso sobre mí, uno que no podía explicar del todo. Mientras giraba la llave en la cerradura, un pensamiento cruzó mi mente: “Al menos aquí puedo estar sola”. Pero estaba equivocada.

No había cruzado ni dos pasos al interior cuando sentí cómo unos brazos me rodeaban el abdomen, deteniéndome de golpe. Mi cuerpo se tensó instantáneamente, mi corazón acelerándose con una mezcla de sorpresa y alarma. Antes de que pudiera reaccionar, sentí un cálido aliento rozando mi oreja, y entonces escuché su voz.

—Te amo, Grayce —susurró Seth, su tono suave, casi implorante. Por un instante, mis pensamientos se congelaron. Era tan raro escucharlo así, tan distinto al hombre al que me había acostumbrado, frío, distante y despectivo. Pero ese momento de vulnerabilidad solo fue suficiente para que la ira reprimida comenzara a burbujear en mi interior.

Giré mi rostro ligeramente, y ahí estaba: Seth, mi esposo, mirándome con una mezcla de vulnerabilidad y... ¿remordimiento? No. Era imposible. Ese no era Seth.

Con un movimiento rápido, me aparté bruscamente de sus brazos, lo suficientemente fuerte como para que él retrocediera unos pasos. Me giré para mirarlo, y ahí estaba: Seth, con la misma cara que solía usar cuando quería que olvidara todo, cuando quería que creyera sus palabras vacías.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, mi voz cargada de desconfianza. Era temprano, mucho antes de la hora habitual en la que regresaba del trabajo.

La forma en que su rostro trataba de suavizarse en algo que podría haber parecido genuino... si no lo conociera tan bien. Seth dio un paso hacia mí, su expresión llena de una falsa ternura que me resultaba nauseabunda.

—Llegué temprano porque quería verte —dijo, casi con timidez. Sus ojos intentaban conectar con los míos, pero yo desvié la mirada. No iba a caer en su juego.

Lo miré, incrédula, mientras sus palabras se hundían en mi mente. ¿De verdad pensaba que esto funcionaría? ¿Que unas cuantas palabras podrían borrar el daño que había hecho?

—¿Para qué? —solté, cruzando los brazos frente a mí. Mi tono era frío, impenetrable, pero detrás de ese muro había una tormenta que amenazaba con desatarse.

—Para hablar contigo, para pedirte... —Seth hizo una pausa, su voz quebrándose levemente—. Por favor, Grayce. Considera lo del divorcio. No lo hagas. Te amo, y sé que aún podemos arreglar esto.

Solté una risa amarga, una que salió sin que pudiera controlarla. Me sentí como si estuviera atrapada en una mala película, escuchando las mismas líneas repetidas en un guion barato.

—¿Arreglar esto? —pregunté, mi voz cargada de sarcasmo—. ¿Crees que hay algo que puedas arreglar después de todo lo que has hecho?

Seth frunció el ceño, su expresión cambiando de suplicante a herida, aunque sabía que era solo una máscara. Él siempre había sido un experto en manipular emociones.

—Grayce, por favor, no seas así. He cometido errores, pero lo hice porque... porque no sabía cómo manejarlo todo —contestó, intentando justificar lo injustificable.

Mi pecho ardía con una mezcla de rabia y dolor. Las imágenes de Seth y Dahlia, sus miradas cómplices, sus risas, su conexión, inundaron mi mente como un torrente implacable.

—¿No sabías cómo manejarlo? —repetí, mi voz subiendo ligeramente, cada palabra llenándose de veneno—. Seth, ¿acaso reconsideraste tus acciones cuando decidiste poner a Dahlia por encima de mí? ¿Cuando dejaste que ella ocupara mi lugar? ¿Cuando me trataste como si fuera una molestia en lugar de tu esposa?

—¡No fue así! —exclamó Seth, su tono defensivo, casi desesperado—. Ella no significa lo que tú significas para mí. Grayce, ella no es nada comparada contigo.

Me reí de nuevo, esta vez más fuerte, más cruel.

—¿Nada? —pregunté, mirándolo directamente—. ¿Es eso lo que llamas a alguien que claramente tiene más importancia para ti que tu propia esposa? Seth, no me insultes pretendiendo que no veo lo que está pasando.

Su rostro se contrajo por un instante, y pensé, por un breve segundo, que tal vez mis palabras lo habían alcanzado. Pero no. En lugar de arrepentimiento, su expresión se endureció.

—¡Eso no es cierto! —respondió, alzando un poco la voz. Y su tono comenzaba a mostrar su irritación—. Siempre haces esto, siempre dramatizas todo. Grayce, eso no es justo —respondió, su tono cambiando a uno más frío, con esa arrogancia que conocía tan bien—. Siempre tienes que sacar a relucir lo peor. Todo lo conviertes en drama.

—¿Drama? —repetí, sin creer lo que estaba escuchando. Sentí cómo la ira comenzaba a hervir dentro de mí, caliente y sofocante sintiendo cómo mi voz temblaba con la intensidad de mi frustración—. ¿Te escuchas a ti mismo? Seth, tú me has mantenido en segundo plano durante años, pero ¿ahora quieres que olvide todo como si nunca hubiera sucedido? Eso no es dramatizar. Eso es tener dignidad.

Seth me miró con una mezcla de frustración y arrogancia, esa expresión que conocía tan bien, la que usaba para intentar hacerme sentir inferior.

— Seth, lo único que hice fue tratar de salvar nuestro matrimonio mientras tú lo destruías. Y ahora vienes aquí, pretendiendo que simplemente me olvide de todo. ¿De verdad esperas que funcione?

Él suspiró, su irritación evidente. Ya no se molestaba en ocultarla.

—Es típico de ti, ¿sabes? Siempre exagerando, siempre buscando algo para discutir. No me sorprende que estemos en esta situación —dijo, sus palabras como una daga afilada que penetró profundamente. —Si supieras manejar mejor tus emociones, Grayce, no estaríamos en esta situación — dijo, su tono cortante y cruel. Cada palabra se sentía como una daga.

Respiré profundamente, intentando mantener el control. Pero era difícil, casi imposible, enfrentar su indiferencia, y su incapacidad para ver el daño que había causado.

—¿Sabes qué, Seth? —dije finalmente, mi voz más baja pero llena de frustración —. Ya no me importa lo que creas o lo que sientas. Este divorcio no es una amenaza, ni una negociación. Es una decisión. Una que no voy a reconsiderar, porque estoy cansada de sacrificarme por alguien que nunca lo haría por mí.

—Estás siendo irracional, Grayce —respondió, su tono lleno de desprecio—. Como siempre. Pero espero que algún día te des cuenta de lo que estás dejando atrás.

—No necesito que me recuerdes lo que estoy dejando atrás, Seth —contesté, mirándolo directamente—. Porque cada día que paso contigo es una prueba de que ya lo perdí todo.

Sin esperar una respuesta, me giré y comencé a caminar hacia mi habitación, mi corazón latiendo con fuerza mientras dejaba atrás las palabras hirientes que seguían resonando en mi mente. Había algo liberador en soltar esa verdad, pero también algo profundamente doloroso. Y mientras cerraba la puerta detrás de mí, supe que este era solo el comienzo de un camino difícil, pero necesario.