El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.
Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.
Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.
NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
13
El aire frío le quemaba los pulmones, pero era la adrenalina, una oleada constante de miedo y propósito, lo que mantenía a Derek en movimiento. Nueve horas. Era el plazo para su supervivencia.
Se movía siguiendo el plan de Valery, usando las líneas de árboles como cobertura para acercarse a la periferia del pueblo. Cada paso era una lucha contra el recuerdo de la sangre en el puente, una batalla que se ganaba con la imagen de Luka, pálido, y la mirada de Valery, cargada de una confianza provisional.
En la granja, Valery no había dejado la ventana.
El tiempo se medía por la posición del sol y por la agonía en su pecho. Luka, más despierto, se había acercado a ella.
—¿Cuándo vuelve papá? —preguntó.
Valery se giró, su rostro una máscara de calma forzada.
—Volverá cuando encuentre las cosas que nos hacen falta para vivir —respondió Valery, manteniendo la voz firme y sencilla—. Lo importante es que, mientras estemos aquí adentro, podemos estar tranquilos, Luky. Pero si salimos, o si te digo que hay peligro, entonces el silencio vuelve a ser la regla, ¿de acuerdo?
Luka asintió, absorbiendo la regla con seriedad. Se apartó de ella y fue al rincón donde habían dejado la mochila de juguetes de su madre, sacando un par de bloques de madera viejos. El sonido sordo del plástico y la madera golpeando el suelo polvoriento hizo que Valery se sobresaltara, pero se obligó a relajarse. Era solo Luka. Era solo vida.
Se levantó y fue al SUV. Tres horas habían pasado. Se puso a chequear los niveles de combustible y aceite, una tarea práctica que la anclaba a la realidad, luchando contra la tentación de mirar constantemente hacia el camino.
Derek había logrado flanquear el pueblo. Su prioridad era el agua.
Detrás de una casa, encontró una cisterna de plástico grande y agrietada. Llenó las cuatro botellas vacías que llevaba en la mochila. El peso de la esperanza lo impulsó.
Se aventuró más adentro. Cruzó un callejón. El ruido de arrastre se hizo audible. Al asomarse, supo que Valery tenía razón al temer el riesgo: la calle principal no estaba vacía. Había al menos una docena de caminantes moviéndose espasmódicamente por el centro de la vía, atraídos por el eco de algún ruido lejano o la promesa de carne. Eran lentos, pero demasiados para confrontarlos.
Mientras observaba, un brillo de metal llamó su atención. En un estacionamiento lateral, oculta parcialmente por un cobertizo, había una camioneta pickup oxidada. El vehículo no estaba en ruinas, lo que implicaba presencia humana reciente.
El tiempo se agotaba, pero la comida era necesaria. Ignorando a los caminantes de la calle principal, se dirigió a una pequeña ferretería local con una puerta trasera reventada. Encontró latas de frijoles en salsa y atún, una pistola pequeña, semiautomática, con dos cargadores extra, y un camioncito de plástico rojo y abollado.
Mientras salía del pueblo, cargado y sintiéndose casi a salvo, el miedo regresó, frío y real.
Detrás de la ferretería, junto a un cubo de basura, vio algo que lo hizo detenerse en seco.
No eran zombis, ni la pickup. Era una mancha fresca de sangre sobre el asfalto, de un rojo vivo y oscuro, y a su lado, un envoltorio de barra de cereal reciente. No había cuerpo cerca. La falta de cuerpo era el peor de los signos: no se había convertido en zombi ni había sido devorado.
Alguien había sido herido o capturado y, probablemente, la gente de la camioneta oxidada estaba cerca. El pueblo no estaba inactivo; estaba cazando. El riesgo de ser descubierto era inminente.
Derek no se permitió pensar; solo reaccionó. Apretó la marcha, consciente de que tenía que ganar la distancia antes de que la camioneta o quienquiera que hubiese dejado la sangre regresara.
Valery estaba en el asiento del conductor del SUV, la llave en el contacto, cuando el sol comenzó a inclinarse. Siete horas y diez minutos.
Su mano se movió hacia el contacto, lista para girar.
Justo entonces, un sonido. El sonido de la grava bajo unas botas. Rápido, pero sin prisa.
Valery salió del coche con la llave inglesa levantada.
Derek emergió de la línea de árboles. Estaba exhausto, pero de pie. Habían pasado ocho horas y diez minutos.
Derek se dejó caer en el suelo, abriendo su mochila. Sacó las botellas de agua, las latas de comida, la pistola, y el camioncito de plástico rojo.
—Comida, agua, protección —dijo, jadeando—. Y algo para que Luka juegue.
Valery miró el despliegue de suministros. El agua. La comida. La pistola. Todo lo que había considerado inalcanzable.
No fue la alegría. Fue la liberación.
La llave inglesa se le resbaló de los dedos y cayó al suelo con un ruido sordo. El cuerpo de Valery, que había estado tensado como una cuerda de arco durante casi una semana, colapsó en el instante en que la última tensión desapareció.
Dio un paso hacia adelante y se arrojó a los brazos de su padre.
—¡Papá! —El grito no fue de una estratega, sino de una adolescente aterrada. Contenía todas las lágrimas que no se había permitido derramar desde la muerte de su madre.
Se aferró a Derek, hundiéndose contra él mientras su cuerpo se sacudía por los espasmos del llanto. Derek la sostuvo.
—Estoy aquí, Val. Ya volví. Estamos a salvo —murmuró.
Después de un largo e intenso minuto, Valery se separó. La tormenta había pasado.
—Luka —logró decir, señalando la granja con la respiración entrecortada.
Derek asintió. Él había cumplido con su deber.
La familia se reagrupó. Derek le entregó el camioncito rojo a Luka. Luego, se sentó con Valery para el informe.
—Dime del pueblo. ¿Zombis? —preguntó Valery, volviendo a su papel de estratega.
—Una docena, fácil. Y una camioneta pickup oxidada. No estaban en el mismo lugar, pero la camioneta estaba en uso. Luego vi la sangre. Sangre fresca en el asfalto. Sin cuerpo. Quien sea que maneja esa camioneta, está vivo y cazando.
Valery miró el mapa, luego a la pistola. La tregua había terminado.
—No podemos quedarnos —dijo Valery, su decisión instantánea—. Esta granja es un imán para esta gente.
Comenzaron a cargar las provisiones. Valery, obsesionada con la mancha de sangre y el avistamiento de la camioneta, se detuvo, mirando el mapa.
—Hemos pasado por la ciudad, el puente, la gasolinera, y ahora esto —dijo Derek, tocando el mapa con un dedo—. El camino hacia el lago ha sido un embudo de peligro. Si estos 'cazadores' están operando por estas carreteras, ¿qué nos espera más adelante?
Valery miró los puntos marcados: terror y muerte.
—El lago no existe —dijo Valery finalmente, su voz apenas un susurro—. El lago es un fantasma del mundo pasado. El camino es la muerte.
Derek giró el volante con firmeza. No irían al este.
—Al norte —dijo Valery—. A una reserva forestal. Es más bosque, menos humanos. Nos vamos ahora.
El SUV tomó la carretera secundaria. Valery vigilaba, y Derek conducía, el peso de la pistola asegurada en la guantera. El camino conocido había sido abandonado por lo desconocido, y la esperanza se había depositado en la vasta y oscura incertidumbre del norte.