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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:580
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 16

Los días siguientes no fueron un reto activo para Abby. Carl cedía a todas sus intenciones siempre y cuando le diera su recompensa. La acompañaba a todos lados, ¡incluso de compras! No era buen cocinero, pero se esforzaba para mantener todo limpio.

Le explicó cada duda que surgió respecto a la relación hostil con sus vecinos. Cada pregunta que le llegaba a la mente de Abby, él la contestaba sin pudor ni cariño.

La dejó conocer de su vida, aunque no preguntó mucho sobre la de ella. No parecía cómoda cuando insinuaba el tema y tampoco quería hacerla llorar. En tal caso, no sabría cómo actuar. Una mujer llorando enfrente suyo lo ponía nervioso.

En una de tantas tardes, Abby se estaba bañando y Carl llegó de su último robo en San Fierro. En el cuarto de huéspedes, sobre la cama, había una bolsa rosada y maquillaje por doquier. Cosas que se resumían a rimel, delineadores y labiales en diferentes formas y colores. Claro, él no supo diferenciar bien las cosas, ni las esponjitas para el rubor, por lo que se pasó una por los brazos dejándose una línea de brillitos a todo lo largo.

Le pareció interesante, cuando la vio apenas notó los brillos e incluso pensó que eran como toallitas húmedas. La tiró a la cama y cogió algo muy fino, con solo una bolita abajo y le extrañó.

— Será pervertida... —especuló en diversión y lo abrió.

Era un delineador que para él quedó denominado como una brochita fina y sufrible.

Se acercó al espejo de tamaño real y abrió su ojo, intentando hacer la línea que había visto que Abby se hacía en sus párpados. No debía ser tan difícil para que siempre se estuviera quejando, razonó. Cuando se acercó, poco a poco...

— ¿Qué haces?

A Carl se le esfumó la concentración de sus manos y se metió la brocha de lleno en el ojo derecho. Soltó el artefacto y gritó, encorvándose y cubriendo su ojo; todo en un mismo movimiento.

— ¡Mierda! —se tocó la zona por lo superficial, con miedo a hacerse más daño— ¡Aah! ¡Esto arde!

— Pues claro, si te la metiste ahí. —corrió a él, sin saber por donde tocarlo para que se detuviera y poder ver si solo fue el susto— Hay que lavarte con agua.

Él casi trotó, con zancadas largar, al grifo y se empezó a echar agua a lo loco. Ella se carcajeó, intentando contolarlo.

— Carl, tampoco así. Es en el ojo nada más, no todo tu cuerpo.

Él se siguió lavando en medio de sus quejas de dolor.

— A ver, ya. —Abby cerró el grifo y lo miró, abriéndole el ojo como una experta.

— ¡Arde, Abby! —le informó, quedándose a la altura de ella para que lo viera bien.

Ella le sopló, quitando una manchita que le quedaba. Él se alejó como gato cuando hay un estruendo fuerte a su lado.

— ¡Te digo que arde y me soplas! —reclamó.

— ¡Tenías una mancha!

Él se miró en el espejo y abrió el ojo, olvidando el ardor que rellenaba su esclerótica de venitas rojas

— ¿Dónde?

— Ya te la quité.

Lo volvió a cerrar, impaciente en sus talones. Se dejó caer como palma apoyado en la pared y pestañeó seguido.

— Esto te sirve para que no andes cogiendo mis cosas. —sentenció ella, con una mano en su cintura.

— ¿De verdad te echas eso en el ojo? —volvió a verse en el espejo— Arde como la mierda.

— Eso es para el borde, el filo, no para ahí.

Él la miró con cara de nutria.

— Habérmelo dicho antes, ¿no crees?

— ¡Hubieras preguntado!

Se miró en el reflejo e hizo muecas raras que a ella la hicieron explotar en risas, sosteniéndose el estómago.

— ¿De qué te ries? —alegó él y cogió la toalla envuelta en el cuerpo de la bronceada, dejándola desnuda para secarse el rostro.

— ¡Oye! —le fue a quitar la toalla, pero él la alzó fuera de su altura y se fue para la habitación— ¡Devuélveme mi toalla!

— ¿Te vas a seguir riendo?

Parecía cual niño malo. Ella se detuvo a su lado, berrinchuda.

— No.

Él le devolvió la toalla y ella se alejó, cubriéndose. Justo cuando estaba en la puerta, lo vio por encima del hombro y se empezó a reír a todo dar.

— Prepárate.

Fue el único testimonio por parte de Carl antes de perseguirla por toda la casa y hacerle cosquillas en cuánto la atrapó subiendo las escaleras.

La semana pasó como vuelo de águila. Decidieron volver en auto, los hábitos aventureras de Abby despertaron por completo y sus deseos de ir en auto a otro Estado, Carl se lo iba a cumplir.

De pronto, no tenía miedo a que acelarara a fondo en la autopista. Tampoco habían muchos autos, así que supuso que eso le dio confianza para no gritar como el día que la conoció.

La música del radio era al gusto de ella. Y tenía uno muy amplio, uno que de no ser por sus aires joviales... Carl confiesa que la habría dejado tirada en media carretera. Electrónica, pop, ópera... hasta rancheras, ¿habían personas con tal capacidad de gustos?

Ladeó la cabeza a la ventanilla mientras ella cantaba en portugués. Por mucho que quería que le molestase su voz, le ocurría todo lo contrario. Le agradaba escucharla reír, verla regocijante a su lado.

— ¡Vamos, Ogro! —le dijo ella y una idea le cayó del cielo, aplaudió majareta— Ay, así te voy a decir.

— Te tomas muchos atrevimientos, fresita.

Reforzó la pronunciación detenida de la última palabra. Al final, se prestó para seguirle el rollo. Se contagió de sus risas elocuentes. Se acodó en la consola central y, en tanto manejaba con una mano, la miró por encima de sus lentes oscuros.

— Cuidado que el ogro te puede morder.

Ella fingió intimidarse, ahogar el grito y subir uno de sus hombros como muñequita de Barbie.

— ¡Uy, qué miedo!

Hizo el gesto de una garra, emitió un gruñido y él le tiró una mordida, parecida a la de un perro rabioso. Ella se sobresaltó entre risas. Pasado el sustito, lo tomó por la mejillas y le plantó un beso incontenible.

Poder besarlo cada que quisiese y que él respondiera de la misma manera, la motivaba todos los días. Por Kindl, a sus oídos había llegado que Carl no era de darle besos a las chicas en público. Mas ella con ese dato sintió que lo estaba cambiando y eso era suficiente para seguir con su compañía.

Subió el volumen de la canción "Bailando Bachata" de Chayanne, en español, que se sabía a la perfección. Carl solo la observaba. Aunque no entendiera nada de lo que cantaba a alma descubierta, por algún motivo le gustaba su acento nativo.

"¿Pero qué te ocurre, Carl?" se habló a sí mismo, recuperando la postura ante el volante. "Estás grabando demasiados detalles, detente".

La canción cambió a una en inglés. Volvía a pisar terreno fuerte y entender sus gustos musicales. Un rap de Los Santos que le hizo mover los hombros a la par de Abby. Cantaron juntos, rapearon como niños expertos en karaoke.

Se le unió al corrientazo jubiloso de ella y solo se detuvo cuando otro coche les pasó por al lado. Él recuperó la compostura cuando el chófer los miró con una ceja en alto. Carl carraspeó y cambió a un semblante serio, en cuestiones de milisegundos.

Abby se echó a reír, saludando al otro conductor. Casi entablan conversación casual para cuando Carl aceleró y lo dejó atrás. Muy atrás.

— ¿Haces amigos tan rápido? —le reclamó.

Ella explotó en carcajadas cantarinas, casi llevando sus rodillas a la altura de su pecho para reconfortar el dolor de tripa de tanto reír.

— Los hombres a menudo confunden amabilidad con cortejo.

— ¿Amabilidad de qué?

— Carl, le saludé no más. —se llevó los cabellos hacia atrás, disfrutando la brisa del desierto.

Él miró a la carretera. Llegarían en menos horas de lo que había calculado, si echaba combustible en la siguiente gasolinera a unos kilómetros. Luego les quedaba cruzar el desierto, pero eso en una hora estaba recorrido de lado a lado; según Carl.

...***...

Al llegar al punto, se detuvo cerca de las bombas.

— Iré a comprar comida. —dijo Abby, quitándose el cinturón y agarrando su bolsa.

— De acuerdo.

Carl se bajó del auto, estirando sus piernas antes de coger la pistola. Una vez colocada, se apoyó en el techo del auto, viendo a la castaña entrar a la tienda a unos metros de él. Ella saludó con amabilidad a la dependienta. Inclusive podía jurar que entablaron una conversación amena.

El beep se escuchó, el tanque ya estaba lleno. El ruido de un motor le resultó familiar. La SYX moto todoterreno de Bárbara. La vio a lo lejos, se estaba acercando a su posición. Miró a la tienda, Abby estaba conversando muy a gusto con la cajera.

— Maldita sea. —refutó y entró al auto como alma que se la llevaba el demonio.

Se ocultó a todo largo de los dos asientos delanteros y esperó paciente a que la moto pasara. Esperó, porque no sucedió. Bárbara se detuvo en la tienda.

Carl maldijo a todos sus santos. Subió las ventanillas tintadas de negro, sin mirar. Sabía que si andaba con el campesino pansón, lo reconocerían cualquiera de los dos.

Entonces, la puerta del copiloto se abrió.

— ¿Qué haces?

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