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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL de © Damadeamores
Contenido para adultos, lenguaje inapropiado y no apto para personas susceptibles.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 17

Capítulo 17

— ¿Qué haces?

Reconoció la voz de Abby y se sentó, fatigado. Encendió el aire acondicionado.

— Buscaba una cadena que se me perdió hace días. —disimuló el nervio y mentalmente la apresuró para que subiera y cerrara antes que el de la moto de al lado los viera— ¿Nos vamos?

— Sí. —se colocó el cinturón y lo volvió a mirar. Llevó una mano a su frente— ¿Seguro te sientes bien? Perdiste los colores.

— Sí. Sí. —miró por el retrovisor, dando marcha atrás y salieron de allí antes de levantar cualquier sospecha.

No era casualidad encontrarsela. La casa de ella estaba cerca. Nadie lo mandó a olvidar su dirección y detenerse justo donde a ella le encantaba comprar sus cosas.

...***...

Al llegar a Las Venturas, la rutina del trabajo de Abby volvió. Solo se veían en las noches, a veces un día sí y otro no. Entre los robos y las caricias de Abby, no lograba recordar la razón por la que frecuentaba clubes de strippers antes.

Una noche, en lugar de ir a sus viejas costumbres, se desvío al casino. Terminaba su turno en dos horas, pero quería verla. Alguien por abajo la estaba llamando a gritos.

Al llegar, ella estaba atendiendo unas mesas. Elisa, a su lado, le susurró algo. Abby, en un movimiento paralelo, detuvo a uno de sus compañeros de trabajo y empezó a reír y jugar con él. Le acomodó la camisa, le pidió entre risas que disimulara y él cedió bajo sus toques.

Los celos de Carl explotaron por sus poros y caminó hasta ellos. Los separó como percheros colgando repletos de ropa y dejó su puño marcado en el rostro del mesero.

— ¡CARL! —se interpuso entre ambos, todos se quedaron mirando las copas rotas y la mesa que arrastraron.

— ¿QUIÉN ES ESE? —gritó como un demente.

Ella se recompuso, aguantando la risa. ¿Le estaba dando celos?

— ¿Eh? —articuló, haciéndose la ofendida y la música siguió a todo volumen, así como los demás pasaron de ellos— ¿Perdona? Te recuerdo que no estamos en una relación seria.

Elisa ayudó al chico a ponerse en pie y se retiraron entre las sombras. Lo convenció para que no le diera la revancha.

— ¿Ah, no? —su furia quería quemar aquel maldito casino— La primera que me prohibió estar con otras mujeres fuiste tú y, por si no sabes, no soy tonto. Me di cuenta de tus mañas.

— ¿Mañas? —se cruzó de brazos, cubriendo en enojo el susto que batía en su pecho pensando que la había descubierto— ¿Qué mañas?

— La de prohibirme cosas, es una manera muy directa de marcar una relación.

— ¿Y entonces? —quería guiarlo a decir las palabras que esperaba escuchar con ansias— ¿Por qué cumpliste? Nadie te obligó.

El moreno, en todo lo contrario, se echó atrás.

— Con que esas tenemos...

Miró a los lados y cogió a una chica pelinegra que estaba bailando de espalda. La besó como un salvaje. La agarró por sus curvas, sus nalgas, su espalda, apretó cada parte de su cuerpo demostrando un deseo insaciable. Uno que muchas se quedaron observando y, sobretodo, esa que él se encargó que los viera en primera fila.

Abby bajó los brazos, impactada. Sin poder articular palabra. Sus cejas bajaron en decepción.

La chica lo abrazó por el cuello, tal cuál ella hacía y se sentía la única con ese derecho. Hasta esa noche.

— ¿Qué tal si nos vamos a un lugar más privado?

Carl se encargó de que Abby escuchara bien cada una de sus palabras y le despegó los ojos para mirar su camino e irse por la puerta principal con la chica.

Elisa se acercó, con la bandeja por delante de su abdomen como escudo.

— Salió mal, ¿cierto?

— ¡Salió pésimo! —la miró con sus brazos en jarra— Tu plan no funcionó, Elisa.

— Pero....

— ¡Se fue con otra! —bramó en castellano, llena de odio y rabia, decepción y sorpresa; un cúmulo de emociones que para ella fue imposible de ocultar— Debí seguir mi instinto.

— Ay, Abby.

— Que no.

— No exageres.

— Hay mejores maneras de conquistar.

— Chica, yo solo opiné. —habló en español— Tú decidiste ponerlo en marcha.

— A partir de ahora sigo a mi manera. Lo enamoraré a mi manera.

Elisa se carcajeó ante la sentencia de la castaña, levantando sus manos en son de paz.

— Cómo digas. Ahora, a trabajar.

...***...

En el auto, Carl se estaba besando con la chica. Aunque por más que la toqueteó, que apretujó a su gusto, que la frotó sobre él; falló. Alguien por ahí no le siguió el ritmo. Ella lo notó y se bajó de sus piernas, sonriente; quedó de copiloto.

— Tranquilo, le pasa a todos.

— No me siento muy bien. —sus palabras parecían buscar la excusa perfecta para no quedar en ridículo— Estoy pescando una gripe así que debe ser por eso.

Ella se bajó del auto sin decir nada más. Él golpeó el volante.

— Maldita Abby. —farfulló, arrancando— Siempre de entrometida en mi mente.

Y se fue a la suite. A media noche tocaron la puerta con mucha fuerza. El moreno se levantó, casi arrastrándose con las sábanas. Carilargo, irritable. No había podido pegar ojo y cuando estaba a punto de dormirse, ¿lo interrumpen? Más valía que fuese de vida o muerte.

No llegó a abrir un cuarto de la puerta para cuando ella lo empujó, le pegó una cachetada y entró con paso firme.

— ¡SOS UN TARADO, NENE! —gritó en castellano, dejándolo desconcertado.

Sin duda alguna, lo terminó de despertar.

— ¿Qué mierda significa eso?

— ¡Qué eres un maldito hijo de perra!

Se volteó, buscando hasta debajo de la cama a la pelinegra con que lo vio irse. No recordaba su rostro al detalle, pero si la veía la arrastraría por todo el piso hasta comprobar que no usaba extensiones.

— ¿Dónde está? —siguió al baño con sus mejillas coloradas y el pulso alterado.

Él se apoyó en la pared, conteniéndose las ganas de matarla. El calor en su mejilla solo incrementó su amargura. Abby pasó de nuevo por en frente, esta vez para la cocina. Parecía otra mujer, una histérica.

— ¿Dónde está? ¡Sal, maldita!

— No hay nadie. Igual, ¿a tu que te importa?

Se mordió la lengua, rebuscó en el cajón de sus recuerdos la razón por la que no la había matado a esas alturas. Estrangularla, tirarla al mar y deshacerse de sus gritos y horarios matutinos no era tan difícil.

Ella se detuvo frente a él, con sus manos a la caída de su cintura.

— ¡Me importa y qué! Poco hombre.

Llevó un pie al corredor y, en la transición del otro; él la tomó por el brazo, la arrimó a la pared y dio un portazo en un arranque desaforado. Un arranque que la hizo saltar de hombros.

— ¿Poco hombre? —la cogió por el cuello, jugando con su cordura al rozar sus labios.

— Suéltame.

Y, sin hacerle el más mínimo caso, la volteó de espaldas a él. Sus manos fueron a parar a su cintura, a sus caderas, a deslizarse por la curva de sus nalgas; como si el enfado que sentía hacía ella avivara la llama de la pasión.

La castaña, a pesar de su notoria excitación, lo alejó y se viró para hablarle a los ojos.

— Eres un idiota.

En cambio, la mirada de él era una mezcla entre la oscuridad del infierno y la lujuria de Kama. Tanta frustración y deseo desdibujando la línea que los separaba que, por ciertos segundos, temió por ella.

— ¿Carl...?

La volvió a coger por el cuello en un beso vehemente. No le quedó de otra que seguirle, que dejarle rebotar la lengua en su boca como bola de batbimtom. Se lanzaron el uno al otro como dos guerreros desesperados, dos llamas danzantes, dos estrellas fugaces del conticinio; hasta caer en la cama.

Del odio al amor hay solo un paso y del deseo alocado al peligro extremo hay solo un suspiro. Unas esposas de pelusas negras, un cinto repleto de almohadillas envuelto en un cuello bajo el mando del deseo. De lo atrevido, de lo llamativo, del punto más allá que muy pocos se atreven a cruzar. Incluso Abby, quién llevada por Eros y con el corazón latiendo a mil por el moreno encima suyo; lo golpeó en la muñeca al sentir que su último suspiro se desvanecía en la oscuridad de la noche y él no lo notaba.

Aflojó el agarre, terminando su embestida. Se detuvo dentro, afligiendo sus cejas en preocupación. Bajó la mirada al ver sus mejillas tornadas en morado y la sentó frente a él.

— ¿Estás bien? —le quitó el cinto, palpando con sus manos en una revisión médica— ¿Te sientes bien?

Ella tosió, apartándolo de un manotazo. Se inclinó de lado. Su vista se llenó de puntitos negros en brevedad de segundos.

— ¿Me quieres matar, imbécil? —gritó, sonriente.

No podía creerse el punto al que había llegado, estaba siendo la mejor cogida de su vida; y por poco se convirtió en la última.

Él la tumbó, cayéndole encima. Se le olvidó la preocupación, su tos, su molestia. Se le olvidó todo y a ella parecía sucederle lo mismo al tenerlo encima. Al estar rodeada por sus brazos sin la más mínima vía de escape. El moreno la tomó por las mejillas, a ella le brillaban los ojos panela.

— No me ofendas más, hermosa. No me busques.

— No te tengo miedo.

Él se aguantó la risa, abriendo sus piernas como mariposa para adentrarse de nuevo, más profundo y despiadado. Escucharla gritar de dolor era lo que más quería en ese momento, pero ella no cedió a sus gustos. Era fuerte, soportaba como una cabrona con una sonrisa de oreja a oreja, una de maldad. Se movía en él, arqueaba y se aferraba a las sábanas hasta caer extasiados en menos de lo que canta un gallo.

A la mañana siguiente, sin perder su costumbre de ocultarse bajo las sábanas blancas; Abby estaba sentada en la cama. Sumida en sus pensamientos. Él salió del baño y se tiró a su lado, en boxer.

— Y... —empezó la flor de la suite, viéndolo de reojo. Él parecía estar muy cómodo con su cabeza a la altura de las caderas de ella— ¿En qué quedamos?

Supo de lo que hablaba, el tema exacto y el momento exacto.

— Tú no coqueteas con otros y somos felices como veníamos.

— ¿Y tú? —rebatió— Porque no dudaste en venirte con la primera que se te pasó por enfrente.

— Me diste rabia. —se sentó, peinándose con sus propias manos.

— Ni que te hubiera mordido. Y aun así, no te daba derecho a hacerlo.

— Me provocaste —le clavó la mirada y ella cerró los puños, casi haciendo un puchero con cejitas fruncidas como accesorio— Si no quieres que lo haga, tampoco lo hagas tú

— ¿Te acostaste con ella?

Él, en un suspiro desanimado se levantó caminó hasta la cocina, sirviéndose agua del grifo. No le diría que jamás llevaría a otra mujer a su suite, tampoco que le falló a la hora de hacerlo. Orgullo, ego, como fuése No le daría el gusto a la pequeña manipuladora en su cama.

— Oye, respóndeme. —insitió, acostada de lado para poder verlo.

Él se acercó a la puerta, apoyado en la meseta.

— ¿Sabes eso de que cuando nos venimos una vez, nos cuesta mucho venirnos de nuevo en tan poco tiempo?

Ella se quedó en silencio.

— Sí, ¿y? Puedes habertela follado y no venirte.

Él sonrió, tomando agua.

— Imposible. —la vio a los ojos, detestaba su encanto, su don de verse hermosa a cualquier hora— ¿Quién se tomó todo anoche?

Su pregunta con tonos de picardía la sonrojaron.

— No contestaste mi pregunta.

— ¿Cómo fue que me llamaste? —se hizo el pensativo, dejando el vaso en el fregadero y, acercándose a la cama imitó la palabra con poco acento— Ta... tarado. Ahora te lo digo yo a ti, eres una chica tarado.

— ¡¿Qué?!

Él se encogió de hombros, disfrutando verla envuelta en sábanas como una Diosa.

— No sé lo que significa, pero lo veo adecuado a la situación.

Abby, en cambio, se levantó airada y le pasó por al lado, empujándolo.

— ¡A mi no me digas TARADA! —se agachó a coger su ropa.

— Te ves hermosa enojada. —la vaciló.

En un santiamén se vistió y agarró su bolsa, saliendo de la suite como alma que se la llavaba el diablo. No lo miró, no se despidió. Se sentía bien consigo misma, segura de que seguirían como estaban.

Era la que siempre exigía despedirse con gentileza, con humanidad y no ser solo el juguete del otro; pero esa mañana prefirió regalarle una sonrisa a su reflejo en las vitrinas de recepción mientras esperaba el taxi.

...*** ...

Días después.

— Me pasó algo muy extraño hoy. —habló ella, apoyada a la cabecera de la cama, en tanto Carl estiraba una de sus piernas y la empezaba a escalar con caricias.

— ¿El qué?

Acompañó los besos húmedos con el tacto de sus manos y ella pasó su mano por los rizos de él. Cada vez se los definía mejor, los tenía más suaves.

— Antenoche soñé con que perdía mi tableta de regreso aquí...

Carl llegó a su abdomen, a su ombligo, y lo lamió. La castaña ahogó la palabra en una inhalación brusca.

— ....y hoy una compañera del trabajo llegó asustada, porque la asaltaron y le llevaron el bolso con su tableta dentro. O sea... —titubeó en la última palabra debido a que él se metió de lleno en su entrepierna, sin previo aviso. Ella se aferró a los rizos— ...mi... mi sueño se cumplió, pero en otra persona.

De milagro no perdió el curso de lo que decía.

— Mmm... —ronroneó, dejándola en su punto perfecto. Ella casi le suplicó con la mirada para que siguiera— Debiste contar tu sueño antes de las doce del mediodía para que no se cumpliera.

Abby tragó en seco, deslizándose hasta quedar bajo su cuerpo. Su piel se calentó bajo él.

— Creí que eso era... —se quedó a media frase en una oleada de sensaciones y cerró los ojos al sentirlo entrar, mordiendo sus labios— ...al revés.

Él tomó sus manos y las llevó por encima de su cabeza, adueñándose de sus labios y dando otra embestida con suavidad.

— No tiene sentido tu teoría. —continuó la conversación para ver hasta cuánto ella resistía estar cuerda y no gritar su nombre como le desafió minutos atrás— ¿Qué hay de cuándo pides un deseo?

Unos sonidos guturales bajos se le escaparon. Mordió sus labios, de nuevo. Tragándose todos los jadeos y balbuceos que estaba a punto de soltar.

— Ey... —movió su cintura en movimientos rítmicos, fluidos, dedicados a llevarla sí o sí a echar la cabeza hacia atrás— Mírame. —ella no hizo caso y él la tomó por el mentón, haciendo que abriera los ojos y cayera directo en los suyos— Mírame.

El cuerpo de ella respondió con un balanceo pélvico.

— Lo único que te tienes que trag-

— Yo puedo resistir. —le cortó, controlando el leve temblor de su piernas y brazos— Dame más fuerte... vas lento.

Él reforzó el apoyo en sus rodillas. Se deleitó bailando sobre su cuerpo, dentro y fuera, a paso lento. Sabía que la enloquecía. Que alejarla cuando estuviera casi al venirse, dejarla unos segundos para adentrarse de nuevo y traerle la sensación con más intensidad; la estaba llevando a un cúmulo de lujuria. De palabras entrecortadas, balbuceos que no se entendían, exhalaciones fuertes en su oído. Repentinos suspiros que rompieron todas sus barreras.

— ¡No hagas eso, por Dios! —su respiración era una eforia que llenó la suite, con los ojos entre abiertos, sin tener control de su cuerpo intentó abrazarse a él; pero sus manos seguían apresadas— Carl.... más... ¡Más, Carl! ¡Así, joder! ¡Así!

Placenteras palabras que agrandaron la sonrisa en el rostro del mulato.

...*** ...

Los encuentros por días se extendieron a semanas seguidas. A citas por la ciudad. Citas de baile, de fiestas a la que asistían juntos; caminatas por la plaza, por la orilla del mar. Sin necesidad de regalos ni de pétalos románticos, ella se sentía querida y protegida a su lado.

Semanas en las que el celular de Carl sonaba con el nombre de Sweet hasta que la llamada se cayera. Mensajes de César, atracos en los que quedó fuera. Timbres que silenció porque complacerse con Abby se volvió su principal prioridad.

— Tu aventura ha durado mucho, ¿no crees? —dijo Sweet cuando Carl se animó a verlos en la casa del muelle. Abby trabajaba esa noche.

Ellos acababan de llegar de Los Santos con bolsas repletas de dinero.

— Sé que he estado ausente, pero miren la parte buena. —manejó la situación a su favor— Han aprendido a hacerlo sin mí.

— Eso hasta que nos reclames tu parte y tengamos que irnos a los puños. —dijo César, fumando un cigarrillo— Ni pienses que te vamos a dar algo.

— ¿César? ¿En serio, hermano? —Carl le siguió el paso, apartando a Sweet de entre los dos.

— Es un castigo, CJ. —reiteró— Has descuidado tu trabajo.

Carl lo pensó bien, calmó sus palabras y lo dejó alejarse para soltar humo como chimenea.

— Está bien. —miró a Sweet— ¿Cuándo es el próximo?

— Vamos a dejar Los Santos por unos días, hemos sido consecutivos. No podemos dejar rastros.

— Saben que los azules no son un problema. Denise nos ayuda con ellos.

César sonrió y Sweet tiró su gorra verde dentro del auto. Se subió al lado del copiloto y bostezó, revisando su celular.

— Al menos, mantienes algo bueno. —recalcó el de tatuajes.

Carl sintió el remordimiento. Era cierto, los había dejado solos cuando la protección dependía de él.

— Miren, quédense aquí esta noche.

— No.

— César, no seas terco. Sweet está sin poder caminar.

Ambos lo vieron dormido en el auto.

— Nos tomamos un café en el camino. —se subió de piloto.

Sweet se despertó con el ruido de la puerta.

Carl relajó las facciones de su rostro al sentir su celular vibrar en el bolsillo. Sabía que era Abby, pero si lo veía les confirmaría a ellos que estaba enganchado con ella. Embrujado, como dijo Sweet.

Los dejó marchar. La rabia se les pasaría pronto y lo perdonarían cuando les dijera el plan maestro para entrar a la bóveda en Hollywood. Con los diamantes que obtendrían, se podían volver los proveedores nivel uno de todos los narcos. Sería un gran poder en sus manos. Ya no tendrían porqué seguir robando como viles delincuentes. Solo robos diamantes, ellos harían el resto de ingresos.

Carl se sentía en un nivel superior, uno en el que tenían que ser estratégicos y tomar riesgos para tenerlo todo.

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Marielba Carrasquel
Empieza muy interesante 🤔👍🏼
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