Rein Ji Won, la inalcanzable "Reina de Hielo" del Instituto Tae Son, es la heredera de un imperio empresarial, y por lo mismo un blanco constante. Su vida en la élite de Seúl es una jaula de oro, donde la desconfianza es su única aliada.
Cuando su padre Chae Ji Won regresa de un viaje de negocios que terminó en secuestro, trae consigo un inesperado "protegido": Eujin, un joven de su misma edad con una sonrisa encantadora y un aire misterioso que la intriga de inmediato. Rein cree que su padre solo está cumpliendo una promesa de gratitud. Lo que ella no sabe es que Eujin es un mercenario con habilidades letales y un contrato secreto para ser su guardaespaldas.
La misión de Eujin es clara: usar todo su encanto para acercarse a la indomable heredera, infiltrarse en su círculo y mantenerla a salvo.
En el juego del lujo, las mentiras y el peligro, las reglas se rompen.
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Capítulo 8: La Despedida Forzada y el Peso de la Verdad
...La Presión del Poder...
El silencio en la mansión Ji Won después del estallido era más ensordecedor que los gritos. El Primer Ministro Kim y su hijo Dae Kim, con el rostro ensangrentado y el ego magullado, se habían marchado de inmediato, llevándose consigo a los ministros y dejando tras de sí un rastro de amenaza y resentimiento.
Chae Ji Won se retiró a su oficina, la furia y la preocupación grabadas en su rostro. Quince minutos después, su asistente personal entró, pálido, y le entregó un teléfono.
—Es el Primer Ministro, señor. Quiere hablar con usted... ahora.
La llamada fue breve, brutal y sin rodeos. El Primer Ministro Kim, con el tono glacial de un hombre que controlaba el destino político y económico de un país, no anduvo con formalidades.
—Escúchame bien, Chae. Lo que pasó fue una abominación. Mi hijo está hospitalizado. Ese animal que tienes en tu casa es un peligro para la sociedad y, francamente, para tu hija.
—Primer Ministro, es un malentendido...
—¡No! No hay malentendidos. Sé que ese chico es ruso. Sé que es un ex mercenario. Dae ya me lo dijo. Y te lo advierto: Si Eujin sigue bajo tu techo mañana, cancelaré el contrato de ciberseguridad multimillonario de mi ministerio. Y no solo eso. Haré que mis conexiones en Seúl desmantelen tus subsidiarias con auditorías y sanciones. Tendrás que elegir, Chae. ¿Tu capricho o tu imperio?
Chae Ji Won sintió el frío terror de la amenaza real. No era solo dinero; era la reputación, el legado.
—Le prometo que me ocuparé de Eujin de inmediato.
—Más te vale, Chae. Mándalo lejos. Hoy. Y espero que tu hija entienda la gravedad de la situación.
Chae colgó, su mano temblando. Se sentó, la cabeza entre las manos. Quería a Eujin, lo había prendido a querer este tiempo que había estado conociéndolo como el hijo que nunca tuvo. Pero el precio era demasiado alto.
Y su proteger el futuro de su hija era más importante que cualquier otra cosa.
...La Conversación Final...
Rein apareció en la puerta de la oficina de su padre, su rostro era una máscara de desafío.
—Necesito saber qué pasó, padre. ¡Y qué van a hacer con Eujin!
—Vete a tu habitación, Rein —ordenó Chae, con una voz cansada—. Necesito hablar con Eujin a solas. Es un asunto de negocios.
—No. Eujin es mi asunto. Estuvieron discutiendo sobre mí, ¿verdad? Tengo derecho a saber.
—¡Es una orden, Rein! —Chae nunca le gritaba. La sorpresa la obligó a retroceder—. Ya te diré lo que necesitas saber. Vete.
Rein, con el corazón encogido por la traición, se retiró, no sin antes darle una mirada llena de promesas silenciosas a Eujin, que estaba parado junto a la pared, con los hombros tensos.
—Adelante, Chae Ji Won —dijo Eujin, su voz baja y resignada. Ya sabía lo que venía.
Chae lo miró, y la furia inicial se disipó, reemplazada por una profunda tristeza.
—¿Por qué, Eujin? Después de todo lo que te di. ¿Por qué el ataque al hijo del primer ministro Kim?
—Dae Kim habló de cosas que no tenía que hablar. Habló del Batallón Kobra. Me amenazó con que si ellos sabían sobre Rein, podrían querer hacerle daño si no me alejaba de ella.
Chae asintió, supo que Dae había tocado un nervio.
—Lo sé. El Primer Ministro lo descubrió. Y ahora, él me ha dado un ultimátum. Si te quedas, pierdo mis contratos y él desmantelará mi empresa. No es una opción.
Eujin sintió el golpe. No porque obviamente le estaba pidiendo que se fuera, sino por el dolor de Chae.
—Lo entiendo, señor. Rompí el acuerdo.
—Eujin, eres un buen chico. Un gran guerrero. Y te quiero. Eres como un hijo para mí. Pero te pasaste de la raya. No puedes golpear al hijo del Primer Ministro en mi casa. No cuando el mundo ya te ve con sospecha.
Chae tomó las manos de Eujin, sus ojos oscuros llenos de lágrimas contenidas.
—No puedes quedarte. Pones a Rein en un peligro constante. La amenaza que me llegó... es de tu viejo batallón. Saben que estás aquí. Saben que Rein es tu punto débil. Cancelar el viaje a Italia fue el primer paso. Ahora, tienes que desaparecer.
Eujin asintió, el rostro inexpresivo. No le sorprendía.
—¿A dónde iré?
Chae le entregó un sobre grueso.
—No vas a ir a la calle. No haré eso. Eres de mi familia. Yo sé que me salvaste, y no soy un hombre ingrato. Mi equipo de seguridad, mientras investigaba tu pasado, encontró a tus abuelos maternos. Están vivos. Viven modestamente un pueblo cerca de Busan.
Eujin se quedó helado. Abuelos. Familia. Su sueño.
—Aquí tienes un pasaporte nuevo, efectivo para que desaparezcas. Y el dinero.. Es un agradecimiento y mi última promesa. Quiero que vayas con ellos. Sé feliz. Encuéntrate. Olvídate de esta vida.
—¿Y Rein?
—Ella te odiará por un tiempo. Pero estará a salvo. La protegeré. Es la única manera.
Chae Ji Won lo abrazó, un abrazo paternal y de despedida.
—Vete, hijo. Que Dios te bendiga.
...La Resistencia de la Reina...
Eujin salió de la oficina. Tenía que irse. La maleta que contenía toda su "vida" en Seúl ya estaba lista; él siempre estaba listo para el movimiento.
Se deslizó a su apartamento, su corazón pesado. La culpa y la tristeza eran un peso insoportable. Había encontrado la paz, el afecto y el amor, y los había perdido en un ataque de rabia justificada, pero estúpida.
Mientras estaba empacando sus últimos bocetos, la puerta se abrió silenciosamente.
Rein.
Había evadido la vigilancia y se había deslizado hasta su estudio. Llevaba unos jeans y una sudadera oscura. Sus ojos azules estaban hinchados, pero el desafío seguía ardiendo en ellos.
—No te vas —dijo Rein, su voz era una declaración, no una pregunta.
Eujin cerró la cremallera de su mochila.
—Tengo que irme, Rein. Es lo mejor.
—No. Eso es lo que te han dicho. ¿Crees que soy estúpida? Mi padre te está corriendo por la presión del Primer Ministro. No por mí.
Ella se acercó y lo abrazó por detrás, sus brazos firmemente alrededor de su cintura.
—No te vayas. Me harás daño. Me harás más daño que cualquier amenaza en mi contra. Tú eres mi lugar seguro, Eujin.
Eujin se giró lentamente, la tomó de los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos. Su tristeza era evidente.
—Rein. Lo que pasó entre Dae y yo fue real. El Batallón Kobra, el grupo de secuestradores, está detrás de mí. Y ahora saben que eres mi debilidad. Si me quedo, no solo arruinaré la vida de tu padre, sino que haré que te secuestren. Y esos hombres... Ellos son muy malos.
—No me importa —murmuró Rein, las lágrimas finalmente desbordándose de sus ojos, algo que nunca antes había pasado—. Me defenderé. Los dos podemos luchar contra ellos. ¡Huyamos! ¡Yo tengo dinero, tú tienes habilidades! ¡Vamos a cualquier parte del mundo!
Eujin sonrió tristemente.
—No funciona así. Yo soy un fantasma. Si te llevo conmigo, no tendrás ni una hora de paz. Vivirás en el miedo, constantemente huyendo. No es la vida que mereces. Mereces el lujo, la seguridad, la estabilidad.
Rein lo besó, un beso desesperado, lleno de la urgencia de su inminente pérdida.
—Yo merezco la verdad y merezco estar contigo. Ya me hice a la idea de que seríamos nosotros. Que después de graduarnos nos iríamos a cualquier parte. ¡Que al fin podría ser yo misma!
Eujin la abrazó con una fuerza desesperada.
—Lo sé. Yo también me hice esa idea. Me hice la idea de estar contigo por mucho tiempo. Me diste la idea de un hogar. Pero tienes que entender, realmente te amo. Y justo porque te amo, tengo que dejarte. Es la única manera de mantenerte con vida y a salvo.
—No. ¡No es justo! —gritó Rein, golpeando su pecho. El dolor era físico.
—La vida nunca es justa. Escúchame. Tu padre me dio un lugar. A mi familia. No puedo decirte dónde estaré, pero voy a empezar de nuevo. Voy a ser mejor. Voy a ser más fuerte. Y cuando mi pasado esté limpio, cuando haya desmantelado esta red y arreglado todo, volveré por ti.
—¿Y si no vuelves? —sollozó Rein.
—Volveré. No puedo vivir sin ti, Rein Ji Won. Pero tienes que fingir que me odias. Tienes que volver a ser la Reina de Hielo. Por tu propia seguridad. Y por la de tu padre.
Eujin la besó una última vez, un beso largo, lleno de todas las promesas no cumplidas y los sueños rotos. Con una fuerza que no sabía que tenía, se alejó.
Tomó su mochila.
—Tengo que irme. Ahora. Si me quedo un segundo más, no podré irme.
Rein se quedó en el centro de su pequeño estudio, su cuerpo temblando.
—Te odio, Eujin Min Song. —Sus ojos estaban rojos, tu voz apenas era un susurro quebrado—Pero te esperaré.
—No. No lo hagas. Vive tu vida. Sé la presidenta.
—No —susurró Rein, su voz rota—. Te esperaré. Y el día que vuelvas y no te vea a mi lado inmediatamente, serás tú el que se arrepentirá.
Eujin sonrió, una lágrima solitaria corriendo por su rostro.
—Volveré. Cuídate, mi Reina.
Y sin mirar atrás, Eujin, el mercenario, el amante, se deslizó por el pasillo, desapareciendo en la oscuridad de la noche, dejando a Rein sola, una vez más, en su jaula de oro. El hielo había vuelto, más duro que nunca, pero por dentro, el fuego de la promesa ardía con una intensidad brutal.