Trata de una chica universitaria que trabaja para solventar los gastos de su hogar, sus padres se enfermaron pero se enamora de un chico rico ¿Que pasará?
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Capitulo N°17
Leonardo no entendía del todo qué lo impulsaba a hacer aquello. Nunca había sido un hombre impulsivo, siempre calculador y racional, pero con Evangelina… algo dentro de él se desmoronaba.
Después de averiguar que Evangelina trabajaba en la mansión de su abuela después de su jornada en la empresa, tomó una decisión sin pensarlo demasiado: comenzaría a trasladarse a la casa de su abuela con más frecuencia.
—Voy a empezar a visitarte más seguido, abuela —le anunció con naturalidad una tarde mientras compartían el té en la terraza.
La anciana lo miró con diversión, dejando la taza sobre la mesa.
—¿Desde cuándo mi nieto tan ocupado tiene tiempo para visitarme?
Leonardo esbozó una sonrisa y se encogió de hombros.
—Creo que es hora de pasar más tiempo en familia.
La anciana soltó una risita y miró hacia los jardines, donde Evangelina estaba concentrada en su trabajo.
—¿Seguro que no es por otra razón?
Él frunció el ceño, pero su abuela ya no insistió. En cambio, lo dejó observar en silencio.
Evangelina estaba arrodillada en la tierra, sus manos llenas de barro mientras trasplantaba unas flores. Su expresión era de absoluta concentración, como si cuidar del jardín fuera algo sagrado para ella.
Leonardo nunca había entendido la jardinería, pero al verla… todo cobraba sentido.
Los días pasaron, y tal como había prometido, Leonardo comenzó a visitar la mansión con más frecuencia. Al principio, Evangelina no le prestó demasiada atención. Para ella, era normal que el nieto de la dueña viniera de vez en cuando.
Pero pronto notó que algo era diferente.
Cada vez que llegaba, Leonardo ya estaba ahí. Y lo más extraño era que siempre encontraba alguna excusa para estar cerca de ella.
—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó una tarde, acercándose con las manos en los bolsillos.
Evangelina parpadeó, sorprendida.
—¿Con… las macetas?
—Sí. Se ven pesadas.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Alguna vez has cargado macetas antes?
Leonardo frunció el ceño, como si la idea de que alguien dudara de sus habilidades le resultara ridícula.
—Por supuesto.
Evangelina contuvo una sonrisa y le pasó una de las macetas más pequeñas.
Leonardo la sostuvo con seguridad… hasta que notó que la tierra aún estaba suelta. Antes de poder reaccionar, un poco de tierra cayó sobre su impecable traje.
Evangelina se tapó la boca para no reír, pero un pequeño sonido se le escapó.
Leonardo la miró con fingida indignación.
—¿Eso fue a propósito?
Ella negó con la cabeza, pero su sonrisa la delataba.
—No, señor. Pero… creo que la jardinería no es lo suyo.
Leonardo miró la tierra en su ropa y luego a Evangelina, quien no podía contener la risa. Algo dentro de él se aflojó.
Desde que era niño, pocas veces lo habían mirado con tanta naturalidad. Nadie se atrevía a reírse de él. Y sin embargo, allí estaba ella, disfrutando del momento sin temor.
Por primera vez en mucho tiempo, Leonardo sonrió de verdad.
Y supo que estaba perdido.
Evangelina estaba terminando de regar las flores cuando escuchó el sonido de un par de autos estacionándose frente a la mansión. Frunció el ceño, extrañada. La señora le había mencionado que su familia podía visitarla de vez en cuando, pero no esperaba recibir visitas en ese momento.
Mientras seguía con su tarea, escuchó voces acercándose. Reconoció de inmediato la voz profunda de Leonardo, quien últimamente se había convertido en una presencia frecuente en la casa. Pero hubo otra voz que la dejó completamente sorprendida.
—¡Evangelina! —exclamó una voz femenina llena de emoción.
Ella se giró rápidamente y quedó boquiabierta.
—¿Marina?
Frente a ella, con una sonrisa radiante, estaba su mejor amiga de la universidad, la persona que la había apoyado en los momentos más difíciles y con quien había pasado noches enteras estudiando.
Sin pensarlo dos veces, Evangelina corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.
—¡No puedo creerlo! ¿Qué haces aquí?
Marina rió y la estrechó con la misma emoción.
—Yo podría preguntarte lo mismo.
—Trabajo aquí —dijo Evangelina, aún en shock—. Pero… ¿qué haces tú aquí?
Antes de que Marina pudiera responder, Leonardo carraspeó, llamando su atención.
—Marina es mi hermana menor —dijo con una sonrisa divertida.
Evangelina se quedó helada.
—¿Qué?
—Sí, Evangelina —intervino Marina, riendo—. Leonardo es mi hermano. Nunca mencioné su nombre porque sé que es un gruñón y no quería arruinar tu imagen de los Rinaldi.
Leonardo suspiró.
—Gracias, hermana.
Evangelina aún no podía creerlo. Su mejor amiga resultaba ser la hermana de su jefe, el mismo hombre que últimamente parecía estar en todas partes donde ella estaba.
—Esto es… increíble —susurró, sin saber cómo reaccionar.
—Y aún no conoces a nuestro hermano mayor —intervino otra voz masculina.
Un hombre alto y de apariencia elegante se acercó, observándola con curiosidad.
—Soy Alessandro Rinaldi, el mayor de los tres —se presentó con una sonrisa amable—. Encantado de conocerte, Evangelina.
Ella parpadeó, aún asimilando la información.
—Yo… igualmente.
—Vaya —murmuró Marina—, esto sí que es una coincidencia increíble.
Leonardo cruzó los brazos y miró a Evangelina con una mezcla de diversión y orgullo.
—Parece que el destino no deja de encontrarnos.
Evangelina sintió un ligero rubor en las mejillas y desvió la mirada. Nunca imaginó que su vínculo con Marina la llevaría a estar aún más conectada con Leonardo.
Y, sin darse cuenta, su mundo estaba comenzando a cambiar.