Renacer En La Venganza

Mara estaba en la oficina de Rogelio, aprovechando cada momento para continuar seduciéndolo. Mientras le daba un masaje, su tono era suave, casi melancólico, logrando que él se sintiera completamente relajado y cautivado.

—Usted trabaja demasiado, señor Rogelio. Se merece un poco de cuidado susurró Mara con un toque de dulzura, presionando sus manos sobre sus hombros tensos.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Maribel irrumpió con una furia descomunal al ver la escena frente a ella: su esposo relajado y vulnerable, mientras Mara lo atendía.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! gritó Maribel, su rostro rojo de rabia.

Los empleados que pasaban cerca del despacho comenzaron a detenerse, murmurando entre ellos mientras intentaban captar cada palabra del escándalo.

—¡Eres una cualquiera! le espetó Maribel a Mara, señalándola con desprecio. ¿Así es como subes de puesto? ¡Abriendo las piernas para mi esposo!

Mara dio un paso atrás, fingiendo estar completamente abrumada. Con lágrimas fingidas en los ojos y una voz temblorosa, respondió:

—Señora Maribel, yo jamás…

Pero Maribel no la dejó terminar.

—¡Cállate! ¡No quiero escuchar tus mentiras! —gritó mientras volteaba hacia Rogelio—. ¡Y tú! ¿Esto es lo que haces cuando dices que estás trabajando?

Rogelio, sorprendido por la irrupción, intentó calmar la situación.

—Maribel, por favor, bájale el tono. Estamos en la oficina dijo, mirando de reojo a los empleados que observaban desde la distancia.

—¡Que me importe la oficina ni tus empleados! ¡Lo que me importa es la falta de respeto hacia mí, hacia nuestro matrimonio! replicó Maribel, fuera de control.

Rogelio suspiró y, con una voz más tranquila pero firme, se dirigió a Mara:

—Mara, por favor, sal de la oficina.

Mara asintió, secándose las lágrimas falsas y fingiendo estar profundamente herida.

—Está bien, señor Rogelio. Perdóneme si causé algún problema respondió con voz llorosa, saliendo del despacho mientras los cuchicheos aumentaban a su paso.

Cuando la puerta se cerró, Maribel se volvió hacia Rogelio, su enojo alcanzando un nuevo nivel.

—¡Vine a verte porque hace semanas no tenemos tiempo juntos, y oh, sorpresa! ¡Te encuentro con esa asistente barata!

Rogelio cruzó los brazos, manteniendo la calma mientras ella seguía despotricando.

—Maribel, no pasó nada. Estás exagerando intentó razonar, pero ella no estaba dispuesta a escucharlo.

—¿Exagerando? ¡Por Dios, Rogelio! ¡Tienes a todos los empleados hablando de ti y esa mujer! ¿Qué pensarán de mí, de nuestra familia? reclamó, dando un paso más hacia él.

De repente, en un movimiento inesperado, Maribel se desabrochó el vestido, dejándolo caer al suelo. Bajo la elegante prenda, llevaba un sensual baby doll de encaje negro.

—¿Esto es lo que quieres, Rogelio? —le espetó, sus ojos llenos de rabia y desesperación—. ¿Quieres una mujer que te haga sentir deseado? ¡Aquí me tienes!

Rogelio se quedó en silencio, sorprendido por la actitud de su esposa. Maribel continuó:

—Hace meses que no me tocas, que no me miras como antes. ¿Es por ella? ¿Es porque esa asistente de cuarta te da algo que yo no puedo darte?

Por primera vez en años, Rogelio vio algo en Maribel que no reconocía: vulnerabilidad. Pero su enojo seguía latente, mezclado con la incomodidad de la escena.

—Maribel, esta no es la manera respondió, intentando mantener la compostura.

—¡Entonces dime cuál es la manera, Rogelio! ¡Dime cómo salvar nuestro matrimonio si ya no puedo competir con esa mujer! —gritó, dejando caer lágrimas reales esta vez.

Rogelio, sintiéndose arrinconado, se pasó una mano por el cabello, frustrado. Aunque había algo de verdad en las palabras de Maribel, en ese momento no podía enfrentarlas.

—Maribel, vístete. No vamos a resolver esto aquí dijo finalmente, con un tono frío.

Maribel lo miró con dolor, pero finalmente recogió su vestido y se lo puso, prometiéndose a sí misma que no dejaría que Mara ganara esta batalla.

Mientras tanto, Mara, desde su lugar en la oficina, sonreía para sus adentros. Todo estaba saliendo exactamente como lo había planeado.