Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 9 ¡Es el hermano mayor!
Los pequeños, como si compartieran un único cerebro, se detuvieron en seco y lo miraron con ojos que brillaban de emoción y algo de pánico.
—¡Es el hermano mayor! —anunció uno.
—¡Corre, corre, debes ocultarte! —completó el otro, sin perder un segundo—. ¡Papá te está buscando! Creemos que te va a dar una paliza.
Para subrayar la advertencia, ambos, en perfecta sincronización, se frotaron la misma nalga con expresión de dolorosa experiencia.
—Y mamá tenía la chancla en la mano —añadió el primero, con un susurro dramático—. Esta vez no te salvas, hermano.
Rodrigo, que había llegado detrás de Diego, los observaba con una mezcla de fascinación y horror.
—Te lo juro —susurró a su hermano mayor, sin apartar la vista de los gemelos—, por más que pasen los años, no lo supero. Los veo y me dan escalofríos. Es como tener dos copias malignas y adorables de un mismo ángel caído.
Como si hubieran escuchado el comentario, los dos pequeños volvieron la cabeza al unísono y fulminaron a Rodrigo con una mirada idéntica, cargada de una inocencia que prometía travesuras sin fin. Era tan perfectamente coordinado que resultaba sobrenatural.
Diego miró a los gemelos, luego a su hermano menor, y finalmente al cielo raso, buscando paciencia. Definitivamente, su problema con Alexander Ferrer era solo el segundo en su lista de preocupaciones.
La tensión cómica entre los cuatro hermanos se rompió con la voz grave de Raúl, que resonó desde la puerta principal como un trueno.
—Vaya, qué suerte la mía —dijo con una sonrisa burlona, cruzando los brazos—. Ni una hija. Puro machote insoportable y revoltoso.
Los cuatro se volvieron al unísono hacia él, pero fue Angie quien, deslizándose a su lado con una sonrisa llena de gracia, tomó el control de la situación. Esos cuatro muchachos, sabía ella, eran una mezcla explosiva de tensión y tonterías que necesitaba un manejo delicado.
—Rodri, cariño —dijo su voz, dulce, pero firme—, lleva a tus hermanitos adentro, por favor. Tu padre y yo queremos conversar con Diego a solas.
Rodrigo, sintiéndose como un soldado que recibe una orden directa del general, se irguió.
—Sí, mamá.
En un movimiento que hablaba de años de práctica, subió a cada gemelo a un hombro. Los pequeños dieron un grito de júbilo perfectamente sincronizado.
—¡Siiiiii!
Un escalofrío le recorrió la espalda a Rodrigo.
—Por favor, dejen de hacer eso —les suplicó mientras se los llevaba—. Me van a dar pesadillas otra vez.
La única respuesta fueron las carcajadas malvadas y, una vez más, idénticas de los "bribones", que se perdieron dentro de la casa mientras Rodrigo cargaba con su adorable y aterradora carga.
El silencio que dejaron atrás fue repentino y elocuente. Todas las miradas se posaron ahora en Diego, quien se preparó mentalmente para el interrogatorio.
—Diego, querido, necesitamos hablar sobre lo que está pasando con Belle —inició Angie, su voz suave, pero cargada de una preocupación que le nublaba los ojos.
Raúl, sin embargo, no tenía paciencia para rodeos.
—Diego, ¿qué rayos pasa contigo? —estalló, pasándose una mano por el cabello con frustración.
—Primero, esa chica era tu mundo. La adorabas. Era tu prioridad, tu 'pequeña hada', tu amor eterno. Y de la noche a la mañana: ¡pum! 'Se acabó. Ya no hay más Belle'. —Hizo un gesto brusco con la mano.
—Luego, se vuelven a ver y es como si se hubieran jurado odio eterno. No se hablan, se miran con recelo, cada encuentro es una batalla campal. Y ahora... —Hizo una pausa, buscando las palabras.
—¿Ahora nos entera mos de que anoche estuvieron juntos y que, de repente, están 'oficialmente' juntos? ¡Son un yo-yo emocional, hijo! Es exasperante.
Diego escuchó el torrente de su padre, sin negar ni un solo punto. Asintió con la cabeza, aceptando el peso de sus propias contradicciones.
—Tienen razón —admitió, con una voz más calmada de lo que esperaba.
—Fuimos unos idiotas. Pero si quieren saber qué pasó de verdad, necesitan escuchar la historia completa.
Y entonces, Diego lo contó todo. Literalmente todo. Desde el viaje sorpresa de Belle hace cinco años, la puerta abierta por Kendall, las mentiras de esta sobre ser su "novia de la infancia", la presión de su tía Lina, y cómo ese único malentendido, alimentado por el orgullo y la distancia, envenenó todo.
Les contó sobre la Guerra Fría, el dolor de verla cada día en la oficina y no poder acercarse, y cómo anoche, por fin, el alcohol y la desesperación derribaron el último muro.
Cuando terminó, el silencio en la sala era absoluto. Angie y Raúl se habían quedado mirándolo, con la boca ligeramente abierta, procesando la cadena de despropósitos que les había robado cinco años de felicidad a sus hijos.
—Dios mío —musitó Angie, rompiendo el hechizo—. Toda esta estupidez... por esa chica mentirosa y por la entrometida de Lina.
Raúl resopló, una mezcla de ira y alivio en su rostro.
—Bueno, caramba... —gruñó.
—Eso explica muchas cosas. Pero, muchacho, ¿cinco años? ¿En serio necesitaron cinco años y una borrachera para hablar como la gente?
*_*
Mientras el eco de la confesión de Diego aún resonaba en la casa Breton, del otro lado de la ciudad, Belle cerró la cremallera de su vestido con un chasquido definitivo. En el espejo, no se reflejaba la niña asustadiza que huía de los conflictos, sino una mujer con la mandíbula firme y una chispa de resolución en sus ojos verdes.
—Lista —anunció, y su voz no tembló.
Samira, que observaba desde el umbral con una mezcla de admiración y preocupación, silbó bajito.
—Vas en serio. Vas a enfrentarte al ogro en su propia guarida. ¿Llevas escudo? ¿O al menos un aperitivo para distraerlo?
Belle se volvió hacia su hermana, una sonrisa pequeña pero valiente en sus labios.
—No. Solo la verdad. Ya es hora de que papá me escuche. De verdad, me escuche. No puede protegerme de todo, y menos de esto.
Sabía, con una certeza que le ardía en el pecho, que debía hablar directamente con Alexander. No podía permitir que su historia con Diego se redujera a un conflicto entre su padre y su novio, o a una negociación estratégica de su madre. Esta era su batalla. Su vida. Su amor.