El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Ecos de lo inconfesable.
El aire en la mansión parecía haberse vuelto más denso desde la última revelación de Gabriel. Claudia sentía cada paso como si estuviera caminando sobre terreno minado, con la constante sensación de que algo, o alguien, estaba observándolos desde las sombras. Desde el momento en que Gabriel le habló sobre el papel que su dolor podría estar jugando en la resurrección de la mansión, una inquietud había crecido en ella. Se preguntaba si realmente había sido solo una víctima de su destino o si, de algún modo, la casa la había elegido.
—Lo que estás diciendo es... —Claudia comenzó, sentada en el borde de una silla en la biblioteca, tratando de controlar el temblor en su voz—. ¿Que todo esto estaba destinado a suceder? ¿Que mi llegada aquí no fue una coincidencia?
Gabriel, que estaba de pie junto a una de las ventanas cubiertas de polvo, suspiró profundamente antes de responder.
—No estoy seguro de que crea en el destino como tal. Pero sí sé que algo te atrajo aquí, algo que está conectado con tu dolor. Mi padre creía que el sufrimiento podía ser una llave, una puerta hacia energías oscuras. —Gabriel cerró los ojos por un momento—. Y parece que tú eres la clave que la mansión estaba esperando.
El silencio que siguió fue casi insoportable. Claudia quería rechazar todo lo que Gabriel había dicho, quería salir corriendo y alejarse de aquella pesadilla. Pero no podía. Algo dentro de ella sabía que él tenía razón, aunque le doliera admitirlo. Durante años, había sentido que el peso de su pérdida la estaba consumiendo, pero jamás imaginó que ese mismo dolor fuera la chispa que encendería los secretos ocultos de la casa.
—Gabriel, esto es demasiado... —Claudia intentó poner en palabras lo que sentía—. No puedo simplemente aceptar que mi dolor sea lo que está alimentando a esta casa. No quiero creer que la mansión esté usando mis cicatrices para... para esto.
Gabriel se giró lentamente hacia ella, con una expresión de compasión y un leve rastro de culpa.
—Claudia, no eres culpable. Tu dolor no es algo que eligieras, y mucho menos algo que deberías haber cargado sola. —Él se acercó, arrodillándose frente a ella y tomando sus manos entre las suyas—. La única razón por la que te lo dije es porque necesitamos enfrentarlo juntos. No podemos permitir que esta casa, o lo que sea que vive dentro de ella, se alimente de lo que te atormenta. Si no lo detenemos ahora, podríamos quedar atrapados en este ciclo para siempre.
Claudia respiró profundamente. Sentía sus ojos llenos de lágrimas, pero no lloró. En lugar de eso, una fuerza silenciosa creció en su interior. Gabriel tenía razón, como siempre, pero lo que ella no sabía era cómo enfrentarse a ese dolor de forma que no le destruyera por completo.
—¿Cómo? —susurró, con un tono lleno de incertidumbre—. ¿Cómo puedo luchar contra algo que llevo dentro de mí?
Gabriel no respondió de inmediato. Se levantó y caminó hacia un estante en la biblioteca. Allí, sacó un viejo diario de cuero, que parecía haber pasado por demasiadas manos. Se lo tendió a Claudia.
—Este diario perteneció a mi madre —dijo en voz baja—. Antes de morir, dejó varias entradas sobre lo que sospechaba estaba ocurriendo en la mansión. Mi padre nunca le prestó atención, pero creo que ella tenía razón. Decía que la clave no estaba solo en los rituales de la casa, sino en entender el dolor que la alimentaba.
Claudia miró el diario con escepticismo, pero también con curiosidad. Se preguntaba si las respuestas que tanto buscaba estaban en esas páginas.
—Ella creía que enfrentar lo que duele —continuó Gabriel—, lo que tratamos de olvidar o esconder, podría ser la única forma de romper el ciclo. No puedes simplemente enterrar tus cicatrices, Claudia. No si quieres vencer esto. Tienes que mirarlas de frente.
Flashback:
Las palabras de Gabriel resonaron en la mente de Claudia, llevando sus pensamientos de vuelta a un momento que había tratado de enterrar. Era el día del accidente. La lluvia golpeaba el parabrisas mientras ella conducía con lágrimas en los ojos. El sonido de los frenos chirriando, el impacto, la oscuridad. Despertó en el hospital, sola, con la noticia de que había perdido al amor de su vida. La culpa se había convertido en un peso que había llevado desde entonces, y la única forma en que había podido seguir adelante era apartándolo de su mente, encerrándolo en lo más profundo.
Pero ahora, aquí, en esta mansión, su dolor estaba resurgiendo, y con él, los recuerdos que tanto había luchado por mantener a raya.
Volvió al presente con un sobresalto cuando Gabriel puso una mano sobre su hombro.
—Claudia, no estás sola en esto. No tienes que luchar contra esos demonios sola. Yo también tengo los míos, y estoy dispuesto a enfrentarlos contigo.
Claudia lo miró, viendo en sus ojos la misma vulnerabilidad que había sentido desde que lo conoció. Gabriel estaba tan roto como ella, y en esa fractura, en esa imperfección, encontraron una especie de salvación el uno en el otro.
—Está bien —dijo ella, asintiendo lentamente—. Lo haré. Leeré el diario y enfrentaré lo que venga. Pero, Gabriel, quiero que tú también lo hagas. No solo conmigo, sino con tus propios demonios. Ya no podemos seguir huyendo.
Gabriel la miró, su expresión seria. Sabía que ella tenía razón. Sabía que no podía seguir escondiéndose detrás de las paredes de la mansión o de su propio dolor.
—Lo haré —prometió, aunque su voz temblaba levemente—. Te lo prometo, Claudia.
Con esa promesa, ambos sabían que el verdadero enfrentamiento estaba por comenzar, no solo con la mansión y sus secretos, sino con sus propias sombras, aquellas que los habían perseguido durante tanto tiempo. Mientras se preparaban para lo que estaba por venir, el aire en la casa se volvió más espeso, como si la mansión misma estuviera esperando su próximo movimiento, atenta a cada paso que daban.