Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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Planes interrumpidos
La mañana en Londres amaneció con cielos grises y un aire húmedo característico de la ciudad. En la sala de reuniones de la Universidad, Sofía, Ian y tres compañeros más trabajaban intensamente en los preparativos de la próxima exposición.
—Tenemos solo dos semanas, chicos, así que necesitamos repartirnos bien las tareas— anunció Ian mientras escribía en la pizarra.
Sofia hojeaba una carpeta con propuestas mientras asentía con la cabeza.
—Yo puedo encargarme de coordinar las impresiones y asegurarnos de que todo el material visual esté listo a tiempo.
Una de las compañeras, Emma, intervino desde el otro extremo de la mesa.
—Yo puedo trabajar en la logística del montaje. Me aseguraría de que las piezas lleguen a tiempo y en buen estado.
—Perfecto. Entonces, Chris y yo nos encargaremos de la promoción y las invitaciones— agregó Ian mientras anotaba las tareas asignadas.
Chris, un joven de lentes y aspecto distraído, levantó la mano.
—¿Podemos incluir una sección interactiva esta vez? Algo que haga que los asistentes se sientan más conectados con las obras.
Ian asintió.
—Buena idea. ¿Qué tienes en mente?
Chris comenzó a explicar mientras Sofia escuchaba la conversación con una leve sonrisa. Sin embargo, en un momento su mirada se perdió en la ventana. Sus pensamientos la llevaron de vuelta a Zúrich, a la cena con Erick, y al beso que todavía podía sentir en sus labios.
—Sofi, muñeca— la voz de Ian la sacó de su ensueño.
—¿Sí? Dime— dijo ella y parpadeó, tratando de enfocarse.
—¿Estás bien?— preguntó él con un dejo de preocupación.
—Claro, solo estaba pensando en algunas ideas para la exposición— mintió, sin darse cuenta de que su tono no era del todo convincente.
Ian frunció el ceño pero decidió no insistir en ese momento.
—"Sé perfectamente en quién estás pensando"— pensó mientras retomaba la discusión con el grupo.
Al terminar la reunión, Sofia y Ian se quedaron solos en la sala. Él la miró fijamente mientras cruzaba los brazos.
—¿Vas a decirme en qué estabas pensando o seguimos con el juego que te traes desde que volvimos?
Sofia suspiró, sabiendo que no podía engañarlo.
—No es importante, Ian. Solo son tonterías— le dijo intentando evitar la charla.
—Claro, tonterías que tienen nombre y apellido —murmuró él, provocando que ella alzara una ceja.
—No tienes idea de lo que dices —respondió ella, aunque su tono dejaba entrever que Ian estaba en lo cierto.
—Mira, muñeca...— le dijo él y se sentó lo más cerca que pudo de ella— Sé que dices que todo quedó atrás, pero también sé lo que vi en tus ojos en Zúrich. Y, también recuerdo como llegaste aquí— agregó, ella lo miró.
— Ian... — dijo ella intentando que callará.
— ¡No, Sofi!— le interrumpió— Yo recuerdo perfectamente que a pesar de que dejamos a nuestras familias creyendo que todo estaba bien, apenas subimos al avión te desmoronaste— dijo y si mirada cambió a una de tristeza.
— Pero eso ya pasó, Ian— dijo ella.
— Lo sé, pero solamente tú y yo sabemos cuanto te costó dejar ir tus sentimientos por él— agregó— Y sinceramente no quiero verte sufrir de nuevo.
Ella se cruzó de brazos, desafiándolo con la mirada.
—Estoy perfectamente bien, Ian. No tienes por qué preocuparte.
Él suspiró, resignado. Sabía que no lograría sacarle más información, pero eso no significaba que dejara de estar alerta.
Mientras tanto, en Zúrich, Erick estaba sentado en su amplia oficina con una expresión de fastidio evidente. Frente a él había una pila de informes que requerían su firma, y su asistente, Clara, le estaba detallando los problemas que debían resolver antes de la siguiente semana.
—Señor, también necesitamos que apruebe el presupuesto para la campaña de primavera. Además, hay dos reuniones importantes programadas para mañana...
Erick la interrumpió con un gesto impaciente.
—Clara, cancela las reuniones y delega el presupuesto a Martin.
—Pero señor, Martin está de vacaciones— le dijo— Y nada de esto puede esperar.
Erick apretó los puños, intentando contener su frustración.
—Bien, entonces tocará resolverlo. Haré lo que sea necesario, pero tiene que estar todo listo para el viernes— agregó.
Clara asintió, aunque no pudo evitar notar el mal humor de su jefe.
—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlo, señor?
Él negó con la cabeza y esperó a que la mujer saliera de la oficina antes de dejarse caer en su silla con un suspiro. Había planeado volar a Londres esa misma semana, pero ahora estaba atrapado en una maraña de problemas laborales que no podía ignorar.
—"Espero que valga la pena"— pensó mientras tamborileaba con los dedos en el escritorio.
En Londres, la Universidad bullía de actividad con los preparativos para la exposición. El primer día llegó rápidamente, y el auditorio se llenó de estudiantes, profesores y curiosos que esperaban ansiosos por ver las obras presentadas.
Sofia, vestida con un elegante traje negro, caminaba entre los asistentes asegurándose de que todo estuviera en orden. Su mirada se cruzó con la de Ian, quien le ofreció una sonrisa tranquilizadora desde el otro lado de la sala.
—Todo está saliendo perfecto, Sofi— dijo Emma, acercándose con una copa de vino en la mano.
—Eso parece— respondió ella, aunque su mente estaba en otra parte.
Desde el momento en que había llegado a Londres, y tal como Ian suponía, no había podido dejar de pensar en Erick. Se preguntaba si él estaría pensando en ella, si estaría intentando contactarla de alguna manera. Y aunque sabía que era poco probable, la idea de volver a verlo la llenaba de una mezcla de emoción y miedo.
Ian, que la observaba de cerca, decidió intervenir.
—¿Qué tal si tomamos un descanso, muñeca? Estás trabajando demasiado.
Ella lo miró con una sonrisa cansada.
—Estoy bien, Ian. De verdad.
—Eso dices siempre, pero todos sabemos que nunca te detienes hasta que todo está perfecto. Vamos, cinco minutos no te harán daño.
Ella suspiró, sabiendo que su mejor amigo tenía razón. Mientras se alejaban de la multitud, Sofia no podía evitar sentir que algo estaba por cambiar, algo que ni siquiera los preparativos más meticulosos podían prever.