Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 11
En el frío y estéril ambiente de la sala de juntas del hospital, los doctores, Camille y Thomas escuchaban atentamente mientras el doctor Moier examinaba los últimos resultados de Aliert. Los monitores que proyectaban gráficos y números complejos llenaban la pantalla, pero ninguno parecía dar buenas noticias. Moier frunció el ceño mientras hablaba, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Hemos completado el ciclo inicial del nuevo tratamiento —comenzó, en un tono sobrio—. Sin embargo, los resultados no son los que esperábamos. Hay una leve respuesta del cuerpo de Aliert, pero no estamos logrando reducir el avance del cáncer como quisiéramos. De hecho, en ciertos aspectos, parece haber una resistencia.
El silencio que cayó después de sus palabras era casi tangible. Camille apretó la mano de Thomas, buscando algo de consuelo, mientras ambos luchaban por digerir la noticia. Sabían que el tratamiento iba a ser duro, pero habían confiado en que, al menos, brindara una oportunidad concreta de mejora.
—Entonces, ¿qué significa esto exactamente? —preguntó Thomas, su voz sonaba tensa y controlada.
Moier se quitó las gafas y suspiró, el cansancio reflejándose en sus ojos.
—Significa que debemos evaluar alternativas, posiblemente más agresivas, pero también menos seguras en términos de efectos secundarios. O bien, podemos esperar y continuar este tratamiento, en la esperanza de que, eventualmente, veamos una respuesta más favorable.
Camille cerró los ojos, buscando consuelo en el silencio. Sus pensamientos estaban llenos de imágenes de Aliert, de su risa, de sus planes, de su vida que pendía de un hilo tan frágil como la esperanza misma.
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Unas semanas después, contra todo pronóstico, los doctores notaron una pequeña, pero significativa mejora en los niveles de Aliert. Era apenas un leve indicio, pero en un caso tan complicado como el suyo, cualquier progreso era motivo de celebración. Así, con una sonrisa tenue y algo de alivio, el doctor Moier les dio la noticia de que Aliert podría salir por un día, con supervisión.
Al enterarse, Aliert no pudo evitar una sonrisa genuina, de esas que hacía tiempo no se permitía. La primera persona en la que pensó fue en Daniel, y juntos comenzaron a planear un pequeño escape para celebrar ese respiro que el destino les estaba dando.
La mañana era brillante y fresca cuando ambos salieron del hospital, envueltos en abrigos pesados por el frío suizo. Aliert sentía cada paso como un regalo, inhalando el aire frío como si fuera un bálsamo después de tantos días encerrado. A su lado, Daniel caminaba en silencio, observándolo con una mezcla de alegría y preocupación.
—¿A dónde quieres ir primero? —preguntó Daniel, con una sonrisa cómplice.
Aliert lo pensó un momento, mirando el horizonte y el paisaje montañoso que les rodeaba.
—No me importa el lugar, siempre y cuando estemos lejos del hospital. Pero, si tengo que elegir, me gustaría ver los Alpes desde algún mirador. Hace tiempo que no los veo en persona… solo desde las ventanas del hospital.
Daniel asintió, y ambos se dirigieron a una pequeña colina que, aunque no era alta, ofrecía una vista espectacular de las montañas. Una vez allí, se sentaron en un banco de madera, sin decir nada, simplemente compartiendo la vista y el silencio. El aire frío les rodeaba, y el sol parecía brillar solo para ellos en ese rincón del mundo.
Después de un rato, Daniel rompió el silencio.
—A veces creo que esta amistad fue lo mejor que me ha pasado —confesó, mirando al horizonte y luego a Aliert—. No sé cómo explicarlo, pero siento que todo esto… incluso lo malo, ha hecho que valore cosas que nunca me habría detenido a ver.
Aliert lo miró, sorprendido, pero con una sonrisa suave.
—Yo también siento lo mismo, Daniel. Es extraño, pero creo que nunca me había sentido tan vivo como desde que nos conocemos… Es como si en medio de todo esto, tú me recordaras cómo se siente estar realmente vivo.
Daniel solo asintió, y en ese momento ambos entendieron que, aunque el tiempo fuera limitado, habían encontrado un espacio para algo especial, algo que las palabras no podían del todo explicar.
Después del mirador, decidieron explorar el centro del pueblo, donde disfrutaron de un chocolate caliente en un café pequeño y acogedor, decorado con luces y adornos que hacían juego con la nieve que comenzaba a caer afuera. Rieron y conversaron sobre cosas triviales, como si fueran dos chicos cualquiera, sin cargas, sin preocupaciones. Incluso, Daniel consiguió que Aliert se riera a carcajadas, lo cual no había hecho en mucho tiempo.
Finalmente, al caer la tarde, Daniel lo llevó a una pequeña cabaña que había reservado. La cabaña era rústica pero acogedora, y tenía una chimenea que Daniel encendió apenas llegaron. Después de cenar, se pusieron cómodos en el suelo frente al fuego, compartiendo una manta y riéndose de anécdotas y ocurrencias.
—¿Quieres jugar a algo? —preguntó Daniel, con una sonrisa traviesa.
—¿A qué? —respondió Aliert, intrigado.
—A "verdad o reto" —propuso Daniel, y ambos rieron como niños, aunque cada pregunta y cada reto parecían estar cargados de significado, como si aquel juego fuera una excusa para confesarse sin decir demasiado.
En un momento, Daniel se atrevió a preguntarle a Aliert algo que había estado rondando su mente.
—¿Alguna vez has estado enamorado? —preguntó, con el rostro entre sombras y luz, mirándolo con atención.
Aliert se quedó en silencio, sorprendido por la pregunta, y desvió la mirada, sonriendo apenas.
—Creo que… sí. O tal vez, estoy en proceso —dijo, con un dejo de melancolía en la voz.
Ambos se quedaron en silencio, y en algún momento, el espacio que había entre ellos desapareció. Sus miradas se encontraron, y sin planearlo, sus labios se acercaron hasta encontrarse en un beso suave y sincero. No fue un beso apasionado, sino uno lleno de ternura y temor, como si ambos supieran que estaban cruzando una línea, pero sin arrepentirse.
Cuando el beso terminó, se miraron, compartiendo una sonrisa cómplice y algo nerviosa. Ninguno de los dos mencionó nada, como si temieran romper el hechizo del momento. Simplemente volvieron a acomodarse bajo la manta, disfrutando de la calidez de la chimenea y de la cercanía que ahora sentían aún más fuerte.
A la mañana siguiente, mientras volvían al hospital, ambos llevaban en el pecho una mezcla de alegría y confusión. Sabían que habían vivido algo especial, pero ninguno estaba seguro de lo que eso significaba, ni de lo que vendría después. Sin embargo, no hacía falta decirlo; ambos comprendían que ese día juntos, entre risas, confesiones y un primer beso, era un recuerdo que guardarían para siempre, un instante de vida en medio de la incertidumbre.
Al otro día, después de recibir su tratamiento por la tarde, Aliert se sentó en la esquina de su cama y tomó su diario con manos temblorosas. Abrió la libreta que no había tocado en un buen rato y la miro,esta libretita había sido su refugio silencioso en éstos días difíciles, así que comenzó a escribir con un lápiz desgastado, encontrando en cada palabra un poco de paz, un escape que lo ayudaba a ordenar su mente y su corazón. Sus ojos recorrían la página en blanco antes de que empezara a escribir.
Querido Diario:
"A veces siento que el tiempo se me escurre entre los dedos. Es como si cada día fuera un recordatorio de lo frágil que es todo. Extraño la vida que tenía antes de esto… y también extraño la idea de futuro que alguna vez creí segura. No sé si me atrevo a hacer planes, a tener esperanzas grandes. Siento que… estoy en una cuerda floja, y no sé cuánto tiempo más podré resistir."
Suspiró, deteniéndose unos segundos antes de continuar. Las palabras sobre su amistad con Daniel surgieron de su corazón casi sin pensarlo, como si fueran el desahogo que necesitaba.
"Y Daniel… ¿cómo explico lo que siento por él? A veces, me veo a su lado y me siento capaz de enfrentar cualquier cosa. Es como si, con solo mirarme, me recordara que todavía hay algo más allá del dolor, algo que me hace querer aferrarme a esta vida. Él me da fuerza, pero también me hace tener miedo, porque… sé que cada día que paso con él es un riesgo. ¿Y si me permite ilusionarme y al final… solo queda vacío?"
Aliert sintió un nudo en la garganta mientras su lápiz dejaba esas palabras en el papel. Había pensado en esas cosas muchas veces en silencio, pero ponerlas en palabras era admitir una verdad dolorosa. A pesar de sus temores, también sabía lo afortunado que era de tener a alguien como Daniel en su vida.
Después, pensó en su familia, en sus padres y en su hermana. Ellos siempre estaban ahí, incluso en los días en que no podía decir una palabra sin que su voz se rompiera. Aliert dibujó una leve sonrisa al recordar el esfuerzo de su madre por mantener una cara de fortaleza, y cómo su padre le sonreía y trataba de ser positivo, aunque él también sufría en silencio.
"Agradezco tanto que mamá, papá y Karla estén aquí. Nunca imaginé cuánto amor podría necesitar hasta que esto comenzó. Mamá me acaricia la frente cada noche, incluso cuando me duele demasiado y no quiero que nadie me toque. Papá intenta darme esperanzas y Karla… ella solo me escucha, no hace preguntas. No sé cómo podría hacer esto sin ellos. Aunque sé que también están agotados, jamás me han abandonado."
Aliert parpadeó, tratando de apartar las lágrimas que amenazaban con caer. Sabía lo duro que era para ellos verlo en esa situación, y deseaba no ser la causa de su sufrimiento. Pero, al mismo tiempo, estaba agradecido de que estuvieran ahí, a su lado, sosteniéndolo.
Luego pensó en Chris y Mielle, los dos practicantes de medicina y enfermería que se habían convertido en una especie de salvación en medio de la monotonía y el dolor de los días de hospital. Ellos eran sus amigos, sus aliados en el encierro, y aunque su amistad era relativamente reciente, Aliert sentía que les debía mucho.
"Y Chris y Mielle… ellos también han sido un regalo inesperado. Chris tiene esa forma de hacerme reír incluso en los días que siento que no hay nada de qué reírse. Él entiende lo que estoy pasando, y aún así trata de traer un poco de normalidad a todo esto. Y Mielle… ella me escucha, me habla como si no fuera un paciente, sino simplemente… Aliert. No sé cómo podría soportar todo esto sin tenerlos a ellos. A veces me cuesta creer que he tenido tanta suerte de encontrar personas así."
Finalmente, sus pensamientos se dirigieron hacia el futuro, y una ola de miedo y duda lo invadió. Lo había intentado ignorar, vivir solo en el presente, pero no podía evitarlo. La incertidumbre estaba siempre ahí, recordándole la frágil línea entre el presente y lo que podría nunca llegar.
"Pero a pesar de todo esto, estoy asustado. No sé si me queda tiempo. No sé si voy a poder superar esto. Hay días en que me siento tan débil, tan agotado, que pienso en rendirme. A veces, la idea de seguir luchando… duele. Pero entonces pienso en ellos, en todos los que están aquí conmigo, y en esos momentos de paz que me da Daniel, en la fuerza que me da saber que alguien cree en mí. Y vuelvo a querer intentarlo, vuelvo a querer soñar con que habrá un mañana. Quizás, solo quizás, haya una oportunidad para mí."
Aliert dejó el lápiz sobre el diario y cerró los ojos, respirando hondo. Cada palabra escrita era un peso menos en su pecho, pero también una promesa silenciosa de seguir adelante.