El Sacrificio De Meskhenet

La calle se veía lúgubre y llena de un extraño hollín que lo cubría todo, una especie de contaminación que se adhería a todo, incluyendo a las personas que caminaban en ella, haciendo que sus ropas se vieran opacas y sus caras parecieran desdibujadas con esos ojos sin vida; siniestros, huecos, carentes de alma que la observaban tratando de acercarse a ella con sus manos cubiertas de herrumbre, amenazando con manchar su vestido blanco, mientras sus rostros parecían iluminarse con una mueca de codicia. La pequeña Elizabeth corría desesperada, huyendo de la inmundicia que amenazaba con mancharla también, pero ella era demasiado pequeña, y aquellas personas le parecían gigantes que no solo amenazaban con ensuciarla, ella había visto sus horribles dientes y las uñas largas como garras que parecían poder cortar su delgada piel si lograban alcanzarla, ella sabía que sus intenciones eran siniestras, sus entrañas se lo gritaban y el pánico atenazaba su pequeño y frágil corazón. Entonces, mientras corría desesperada, ella terminó cayendo y su vestido quedó manchado, al tiempo que esas cosas se acercaban para devorarla....

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El sudor no solo empapaba la cara de la mujer, sino también su cuerpo, desde que había tomado los hábitos, abandonando su antiguo nombre, no había vuelto a soñar con aquellos monstruos que asechaban por su alma, sin embargo, desde que se había encontrado con Meskhenet, estos habían regresado. Y aunque el resto de sus hermanas insistían que todo había sido un sueño, ella sabía que todo era real, debido a que aún conservaba el libro que aquella criatura, con la apariencia de su alumna, le había dejado. Sin embargo, nadie quiso escuchar sus exaltadas explicaciones, y la hermana Clara fue encerrada en su habitación; bajo la excusa de proteger su salud y así evitar otro ataque nervioso, aunque seguramente era para guardar las apariencias. En la opinión de la Hermana, actualmente, la orden se había dejado corromper por la vanidad y orgullo que le otorgaba su buen nombre, y ya no se preocupaba por el bienestar y la integridad de las almas de sus alumnas.

Los días fueron transcurriendo en medio de las pesadillas y constantes actos de contrición para tratar de lavar cualquier mancha que su alma pudiera haber adquirido. El silencio de su habitación y la inacción la hacían dudar por momentos, pero el libro aún estaba ahí, y conforme avanzaba en su lectura iba descubriendo un horror tras otra, cada uno mayor que el anterior.

Y fue así que desde su ventana ella vio el comienzo de los exámenes, y cómo Iselda llegaba todos los días escoltada por esos monstruos. La Hermana Clara se preguntó sí la joven ya sabía lo que pasaba, si esa joven estaba de acuerdo o era una inocente victima; pero a la distancia era imposible saberlo, ella parecía tranquila, incluso feliz entre esos monstruos, y a pesar de que había tratado de obtener información de sus compañeras, nadie tenía permitido hablarle de lo que ocurría con el alumnado, todo era por su bien, decían que era mejor que se mantuviera tranquila, pero eso sólo lograba inquietarla más.

Estaba claro que su congregación pretendía sumergir a la Hermana Clara en la tranquilidad de la aparente ignorancia, y aparentemente estaba teniendo resultado, hasta la tarde en que llegó Iselda montada en un aparato infernal, impropio de una señorita decente, acompañada de un monstruo con bozal; y desde su ventana, la Monja pudo observar con gran claridad cómo Meskhenet se acercó a ellos; ese tenía que ser su líder, entonces él se quitó la chaqueta dejando a la vista parte de sus tatuajes; eran exactamente los que venían en aquel libro... ¡debía que ser él..!

Pero a primera vista Iselda se veía bien, parecía contenta, por lo que la monja se tuvo que recordar: «Yo no puedo interferir en su libre albedrío, ¡ella es libre de elegir!»... Entonces el monstruo se quitó la máscara y forzó a Iselda a besarlo, en ese momento para la Hermana, quedo claro que Iselda era un rehén, y alguien debía tratar de salvarla. Lo observó detenidamente y se convenció a sí misma que él no era humano, se persuadió de que ella era la única que podía evitar esa monstruosidad, costara lo que costara, esa debía ser su misión sagrada.

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Al salir Iselda, la hermana Clara ya estaba lista para seguirlos; le sorprendió percatarse que la ruta que tomaban no correspondía con la casa de Iselda, así que decidió seguirlos, sin embargo después de un rato terminó por perderlos, por lo que decidió dirigirse a la casa de su alumna y aguardar ahí, quizás podría volver a intentar hablar con su familia. La casa se veía inusualmente vacía y al cabo de un par de horas por fin llegaron, y la Monja vió cómo Iselda era forzada a entrar a su casa con aquel monstruo. La Hermana Clara dudó en bajar de su auto, pensó en llamar a la policía, intentó llamar a sus tíos, que evidentemente no se encontraban en casa, y comenzó a desesperarse, intento calmarse, sin embargo; por su cabeza pasaron tantas posibilidades en las que el tiempo era un factor crucial, que se vio a si misma incapaz de tomar una decisión; pero lo cierto era que Iselda había entrado a su casa, y nadie le creería que estaba siendo forzada por un monstruo.

Al fin la Hermana Clara tomó el valor para salir de su auto; al llegar a la casa vio la puerta abierta y se acercó, llamó a gritos a Iselda y preguntó si podía entrar; no obtuvo respuesta, por lo que su ansiedad aumentó... Entonces se dio valor para entrar. Insegura insegura avanzó hasta el pie de las escaleras, dudando donde comenzar a buscar; en ese momento alcanzó a escuchar gritos, sollozos y voces provenientes de la parte de arriba. Por un momento se paralizó, cuando una extraña determinación se apoderó de ella y de inmediato subió corriendo. Al llegar vio una puerta entre abierta al final de un pasillo que se le antojó siniestro, y una tenues luz salía de aquella rendija; escuchó nuevamente la voz de Iselda rogando, pidiendo que no lo hicieran y después silencio; un estremecimiento atravesó el corazón de la Hermana y de inmediato se apresuró por el pasillo para abrir la puerta...