Isabella Dupont ha pasado su vida planificando una venganza que espera borrar el dolor de su infancia. Abandonada a los cinco años por su madre, Clara Montserrat, una mujer despiadada que traicionó a su familia y robó la fortuna de su padre, Isabella ha jurado destruir el imperio que su madre construyó en Italia. Bajo una identidad falsa, Isabella se infiltra en la constructora internacional que Clara dirige con mano de hierro, decidida a desmantelar pieza por pieza la vida que su madre ha levantado a costa del sufrimiento ajeno.
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Capítulo 10
La villa de Clara Montserrat, situada a las afueras de Milán, era una obra maestra de la arquitectura moderna. Con líneas limpias y minimalistas, la casa estaba construida en vidrio y hormigón, lo que le confería un aspecto contemporáneo y elegante. El amplio jardín que rodeaba la villa estaba meticulosamente cuidado, con árboles frutales y flores perfectamente dispuestas, creando un contraste vibrante con la estructura sobria de la casa. A través de las enormes ventanas del salón se podía ver el interior de la villa, decorado con muebles de diseño, obras de arte modernas y una iluminación suave que realzaba cada detalle.
Clara entró en la casa seguida por Luca, su hijo, que caminaba unos pasos detrás de ella con las manos en los bolsillos. A medida que avanzaba por el recibidor, los tacones de Clara resonaban en el suelo de mármol pulido, marcando el ritmo de su paso decidido. El ambiente dentro de la villa era tan frío y controlado como la propia Clara, reflejando su personalidad meticulosa y su necesidad de orden en todo aspecto de su vida.
—Luca, dile al chófer que te lleve a donde quieras —dijo Clara sin mirar atrás, su tono seco y distante, como si la presencia de su hijo fuera poco más que un inconveniente.
Luca no se sorprendió. Había aprendido hacía tiempo que su madre prefería que él no estuviera cerca. Asintió en silencio, aceptando su destino con la resignación de quien ha vivido toda su vida bajo la sombra de alguien más poderoso. Sin decir una palabra, salió de la casa y se dirigió al garaje, donde el chófer lo esperaba.
Clara, satisfecha por haber despachado a Luca, se dirigió hacia la cocina. Al abrir la puerta, se encontró con su tercer y actual esposo, Sergio Romano. Sergio, un hombre en sus cincuenta y pocos años, era alto y de complexión atlética, con cabello negro salpicado de canas que le daban un aire distinguido. Sus ojos oscuros estaban llenos de energía y determinación, características que lo habían llevado a convertirse en uno de los empresarios más exitosos en el sector de la tecnología financiera. Su empresa, Romano Fintech, era líder en la provisión de soluciones para pagos digitales y gestionaba una cartera de clientes que incluía grandes bancos en Alemania, Italia, Suiza y otros países del centro de Europa.
Junto a Sergio estaba su hija, Claudia Romano, una joven de diecisiete años, fruto de su primer matrimonio. Claudia era una chica de belleza delicada, con cabello castaño claro y ojos verdes que reflejaban una inteligencia aguda. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la silla de ruedas en la que estaba sentada. Un accidente en su infancia la había dejado paralítica, y desde entonces, Claudia había tenido que aprender a enfrentar la vida con una fortaleza que pocos poseían.
Al verlos, Clara esbozó una sonrisa, pero cualquiera que la conociera bien podría notar la falsedad en ella.
—Hola, cariño —dijo Clara, dirigiéndose a Claudia con una dulzura artificial—. ¡Cuánto tiempo sin verte!
Claudia, quien conocía demasiado bien a Clara y su manera de ser, respondió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Hola, señora Montserrat. Vine a ver a mi padre.
Clara forzó una risa suave, como si el comentario de Claudia la hubiera divertido.
—Llámame Clara, por favor, corazón —insistió Clara con su sonrisa aún en el rostro—. Y supongo que te quedarás a cenar, ¿cierto?
Antes de que Claudia pudiera responder, Sergio intervino, mirando a su hija con cariño.
—Claudia se va a quedar con nosotros un tiempo. Giovana se fue a Estados Unidos por un viaje de negocios indefinido, así que no tiene que apresurarse para regresar a casa.
Claudia asintió, agradecida por la invitación de su padre.
—No hay problema, papá. Sabes que no me molesta quedarme aquí.
Clara observó la interacción entre padre e hija, manteniendo su expresión cordial, pero por dentro sintiendo la irritación burbujear. Claudia siempre había sido un obstáculo en su relación con Sergio, un recordatorio constante de que ella no era la única mujer importante en su vida. Pero Clara sabía cómo jugar sus cartas. Sergio tenía millones, y su empresa, Romano Fintech, era una de las más grandes en Italia y Europa. Con clientes en Alemania, Suiza y Francia, entre otros, el negocio de Sergio era una pieza clave en el poder y la estabilidad que Clara deseaba mantener.
—Por supuesto, Claudia. Esta es tu casa también —dijo Clara con un tono cálido que no sentía realmente—. Y tú eres como una hija para mí.
Con esa última mentira, Clara se inclinó hacia Sergio y lo besó suavemente en los labios.
—Voy a subir a cambiarme. Tengo algunas cosas que revisar —anunció, dando la excusa perfecta para escapar de la incomodidad que le causaba la presencia de Claudia.
Clara subió la escalera de mármol con elegancia, pero en su mente se repetía una y otra vez la molestia que le provocaba la situación. No soportaba a la “paralítica” de Claudia, como la llamaba en su mente. La chica había sido un dolor de cabeza desde que comenzó a salir con Sergio, pero Clara sabía que debía soportarla. Sergio era demasiado valioso para dejarlo ir por un simple capricho. Y si eso significaba tolerar a Claudia, lo haría, al menos hasta que encontrara una forma de alejarla sin perder su posición.
Llegó a su habitación, un amplio espacio decorado con una combinación de lujo moderno y toques clásicos. Los muebles de diseño italiano, las cortinas de seda, y la cama con dosel, todo era una representación del estatus que Clara había alcanzado. Se cambió rápidamente a algo más cómodo, un conjunto de seda que la hacía sentir elegante incluso en su propia casa. Después de revisar algunos documentos que tenía en su escritorio, decidió que era hora de bajar para la cena.
Al llegar al comedor, Clara encontró a Sergio y Claudia ya sentados en la mesa, conversando de manera relajada. La mesa estaba impecablemente dispuesta, con platos de porcelana fina y cubiertos de plata que reflejaban la luz cálida de las lámparas.
Marina, la empleada doméstica de la familia, comenzó a servir la cena: un risotto de hongos porcini, acompañado de un carpaccio de ternera y una ensalada fresca de rúcula y parmesano.
Clara tomó asiento junto a Sergio, sonriendo con la misma falsedad de siempre.
—Todo se ve delicioso —comentó Clara mientras tomaba un sorbo de vino.
Sergio sonrió, con un brillo de orgullo en sus ojos.
—Debería. Claudia lo ha preparado.
Clara miró a Claudia, quien respondió con una sonrisa humilde.
—Gracias, Clara, pero quiero saber de ti. Papá me dijo que tienen un proyecto en Dubái. ¿Cómo va todo con eso?
Clara asintió, tomando un bocado del risotto antes de responder.
—Sí, es un proyecto muy emocionante. Se llama “Las Torres Émiris”, un conjunto de torres de departamentos de lujo en Dubái. Estamos en la fase inicial, pero cuando las terminemos, prometo que te llevaré a verlas.
Claudia sonrió, aunque había un toque de incredulidad en sus ojos. Conocía lo suficiente a Clara para saber que rara vez cumplía ese tipo de promesas.
—Eso suena increíble. Estoy segura de que será un éxito.
Sergio, siempre interesado en los aspectos financieros de los proyectos, intervino.
—¿Y aparte de los chinos, alguien más ha invertido?
Clara dejó su copa de vino sobre la mesa, pensando por un momento antes de responder.
—Marcello De Luca mencionó que tenía un socio potencial en Francia, alguien con mucho capital que podría contribuir significativamente al proyecto. Solo falta firmar unos documentos y que vengan a Milán para hablar con el consejo de la compañía.
Sergio asintió, satisfecho con la respuesta. Sabía que Clara era una mujer capaz de manejar cualquier situación, y confiaba en que este proyecto en Dubái sería un éxito más en su larga lista de logros.
—Eso suena prometedor —dijo Sergio, levantando su copa para un brindis—. Por “Las Torres Émiris” y por un futuro aún más brillante para Montserrat Construcciones.
Clara levantó su copa también, sonriendo mientras chocaba su copa con la de Sergio y luego con la de Claudia, quien hizo un esfuerzo por seguir el gesto.
—Por “Las Torres Émiris” —repitieron todos, mientras bebían el vino.
La cena continuó, con conversaciones triviales que Clara manejaba con la misma habilidad con la que dirigía su empresa. Pero en su mente, las piezas de su plan seguían encajando, y mientras contemplaba el futuro, supo que nada ni nadie se interpondría en su camino. No mientras ella tuviera el control.
tiene buen argumento,
hasta el final todo esto está emocionante.
y lo peor es que está arrastrando así hija a ese abismo.
cual fue la diferencia que se quedará con el.
a la vida que si madre le hubiese dado..
Isabella merece tener un padre en toda la extensión de la palabra.
no te falles ni le falles.
la narración buena
la descripción como empieza excelente 😉🙂
sigamos..
la historia promete mucho