Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 15
Alicia continuaba lanzando insultos y acusaciones hacia Penélope, mientras esta última se esforzaba por mantener la compostura. A pesar del dolor físico y emocional, mantenía la mirada baja y las manos firmes, esperando que la tormenta pasara pronto.
—¡Dime!—gritó hundiendo su tacón en la mano de Penélope—¡¿Por qué saliste de tu ratonera?!
—Quise ir al médico—respondió fingiendo llanto—mis hemorragias volvieron...
Penélope mintió, pero sabía que aquello la calmaría. Su media hermana se alegraba ante la desdicha de su suerte. La mujer sabía que ella había sido envenenada para volverla infértil y que el anticonceptivo permanente hacía que tuviera crisis de tos con sangre.
Alicia soltó una risa burlona ante la respuesta de Penélope, pero su expresión se endureció rápidamente. Penélope tragó saliva, sintiendo el miedo recorrer cada fibra de su ser. Sabía que cualquier paso en falso podría desatar la furia de Alicia, y no quería arriesgar la seguridad de su plan y la vida de su sobrino.
—Lo siento, hermana —murmuró con voz temblorosa—no volverá a suceder. Prometo no salir sin permiso.
Alicia la observó con desconfianza durante unos segundos más antes de soltar un resoplido de disgusto.
—¡Qué bueno! ¡Al fin te estás muriendo! Está bien, pero que esto no vuelva a repetirse —advirtió con voz fría—Tienes suerte de que eres buena limpiando mi vasenilla sucia.
Con esas palabras, Alicia se dio la vuelta y regresó a la mansión, seguida de cerca por su séquito de sirvientes. Penélope permaneció en el suelo por un momento más, recuperándose del shock del encuentro.
Finalmente, se puso de pie con dificultad y se alejó tambaleándose hacia su habitación. Cerró la puerta tras de sí y se dejó caer sobre su catre, sintiendo el peso de la angustia aplastarla. Ignorando incluso el moretón sangriento que había dejado Alicia en su mano.
Recostándose en el duro cuchitril que Alicia le había dado para dormir, observó en silencio, mientras acariciaba su mano herida, el techo del ático. Tenía la orden de volver y dormir con Alexander, pero detestaba que la viera en ese momento de debilidad.
La oscuridad, el olor a humedad, eran sus constantes compañeros en momentos como ese. Su vida no había cambiado, aun cuando fue tomada como sirvienta de su propia hermana. Por eso, hasta cariño le tomó a vivir en un sitio como ese. Así, podía ocultar su sed de venganza hasta que el momento adecuado llegara.
Penélope cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar. La rabia y el resentimiento luchaban por salir rebeldes y hacer desastres. A pesar del dolor y la injusticia, había aprendido a guardar sus emociones bajo una máscara imperturbable.
Con un suspiro resignado, se incorporó en el catre y se envolvió en la delgada manta que le servía como cobertura. El frío del ático se filtraba hasta sus huesos, pero era un precio pequeño comparado con la sensación de asfixia que experimentaba cada vez que estaba cerca de su hermana.
Descansaría unos minutos, antes de colocarse su máscara y volver a ser "Francisca", el alter ego de mujer que tanto había deseado ser desde niña. No obstante, no fue hasta que descubrió su don que pudo obtener coraje para interpretar su rol.
Penélope cerró los ojos y se dejó llevar por el cansancio, sabiendo que necesitaba recargar fuerzas para enfrentar los desafíos que aún estaban por venir.
Mientras se sumergía en ese breve descanso, su mente divagaba entre los recuerdos de su infancia y la dura realidad de su presente. Soñaba con un futuro diferente, lejos de las cadenas de la servidumbre y la opresión.
Había encontrado una vía de escape, una manera de desafiar las expectativas impuestas por su linaje y su posición en la sociedad.
Poco a poco la fiebre comenzó a apoderarse de ella, provocando que se sumiera en una pesadilla y olvidara el hecho de que ahora debía dormir con su cuñado y servir como su amante. No obstante, el dolor de su mano y su debilidad hacían que fuera imposible el tan siquiera levantarse del catre.
Estando en lo más profundo del mundo de los sueños, la pesadilla que la martirizaría en aquella ocasión era distinta a las demás. Ahora, con su alma vagando por un camino de rosas, se encontraba caminando hasta un ataúd de roble.
—¡Mamá!—susurró casi en llanto.
Una mujer se encontraba muerta en aquel ataúd, sobre el pedestal de piedra. Quería tocarla y acariciar su bello cabello, orgullosa de su parecido con ella; sin embargo, sentía que si lo hacía podía desaparecer y con eso el único recuerdo sólido que tenía con ella.
—Protegeré al abuelo antes de que esto se convierta en un infierno—respondió antes de que todo se volviera oscuro—¡lo prometo!
Su corazón se estremecía de dolor al alejarse de aquel recuerdo manifestado en esa pesadilla, mientras pensaba en la posibilidad de perder a su abuelo. El anciano era lo único que no la había hecho caer en la oscuridad y saber que por su enfermedad le quedaba poco tiempo de vida hacía que su corazón se estrujara aún más.
Por eso es que había adelantado sus planes y aspiraba, si todo salía bien, a poder "desaparecer" en unos días y estar al lado de su abuelo antes de que la muerte lo llamara. Sin embargo, antes debía afianzar su alianza con su cuñado.
Abriendo los ojos, usando la poca fuerza de voluntad que tenía, observó como su cuñado la cargaba fuera del ático rumbo a su habitación. Se notaba claramente molesto, hasta la vena de su cuello era más notoria.
—¿Su excelencia?—preguntó cansada.
—Silencio—ordenó—he pedido a un médico para que trate tu herida.
Alexander estuvo esperando varios minutos a la extraña mujer; sin embargo, ansioso por el estado de su cuñada, decidió no seguir esperando e ir a su encuentro. Pero, al no verla en su habitación, un miedo inexplicable azotó su alma.
Sorprendido al enterarse por parte de los criados donde dormí la joven, fue en su búsqueda, para encontrarla tan pálida como un papel y caliente como una plancha recién encendida. Temiendo lo peor, pidió de inmediato a un médico.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨