Ángel de la Luna, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida; es una niña de alta sociedad y yo solo soy su escolta personal.
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MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS
El llanto interminable, el cuerpo tembloroso, la incapacidad para articular palabras, vulnerable y frágil, denotaba un inminente suceso lamentable. La abrazó con fuerza, en silencio, percibía sus sollozos, su aflicción, su pánico.
-¡Vamos afuera Emma!, ella asintió, aún sin proferir dicción.
Bajo el faustoso sauce, el viento de la tarde refrescaba un poco su vida, sus ojos inflamados y rubescentes evidenciaban un acontecimiento amargo suscitado en ese momento.
-Emma, ¿Qué te ha sucedido? ¿Cuál es el motivo de esas lágrimas? Está bien, puedes confiar en mí.
Apretó los labios, sus manos inquietas hurgaban en su blusa amarilla, Emiliano era sin duda amable y cálido, tal vez podría auxiliarla, tal vez lograria salir de ese oscuro agujero, tal vez ese infierno acabaría. Por un momento estuvo dispuesta a exponer su repulsivo secreto, no obstante, las palabras de Alberto resonaban en su cabeza, se abstuvo de hablar con la verdad, no quería que su amigo la despreciase. Mintió en su respuesta, aludiendo su comportamiento a una discusión con otros estudiantes.
El taller educativo se hacía en parejas, un requisito obligatorio en esa asignatura, para su sorpresa, su compañero era Alejandro Beltrán, ¡No quiero estudiar con él!, expresaba ofuscada mordiendo la punta de su lapicero azul. El profesor de esa materia no le presto mayor atención, imperturbable, escribía en la pizarra a la vez que le comunicaba-¡Agradece que tu compañero es el mejor de la clase!.
Alejandro respiro profundo, levanto sus libros y cuadernos, se sentó al lado de Maria Fernanda; nerviosa, sin elevar la voz, le manifestó su inconformidad con la decisión del profesor. Alejandro apoyó el rostro sobre la palma de la mano, la miraba intensamente como si la analizara, de un momento a otro le pregunto, ¿Por qué me odia tanto señorita Fernanda?
Sus pupilas dilatadas se enfocaban en el joven a su lado, nuevamente mordía su lapicero, frunciendo el ceño, se tomó unos segundos en responder, ¿Por qué lo odiaba? Si a principio de curso le hubiesen hecho esa pregunta, definitivamente respondería con impulsividad, agresivamente, que todo se debía a su condición social, pero en este preciso momento, no sabía si aún tenía ese sentimiento de odio.
-Alejandro, usted pertenece al proletariado, no es de la nobleza como la mayoría de nosotros. Nuestra educación debe ser excepcional, en un futuro nos convertiremos en los líderes del país, por lo tanto, no es aceptable que alguien de su condición aspire tan alto. Por primera vez, le respondía con respeto, no grito ni acudió a ningún insulto para denigrarlo.
Aun con la palmas de la mano sujetando su rostro, le sonreía genuinamente... Entonces si fuera un heredero de una prestigiosa familia, hubiéramos podido ser amigos, ¿cierto señorita Fernanda?
-Me imagino que si
-"No decidí nacer bajo estas circunstancias, jamás se me permitió elegir la vida que hubiese deseado vivir, un día mi existencia asomo en este mundo y con ese se habían otorgado ciertas condiciones. No es mi culpa no ser favorecido por los dioses o quizás por el destino, sin embargo, utilizaré todos los medios que tenga a mi alcance para emerger, trataré de alcanzar mis sueños y con ellos un poco de felicidad, que al final es lo que realmente importa. Todos me miran como si fuese un pecado nacer, llegar a esta institución, desear estudiar, las oportunidades se hicieron para todos, inclusive para los menos favorecidos y en esta ocasión no dejaré que pase por un lado".
María Fernanda no sabía como responder a la acotación de su compañero, la mayoría de sus prejuicios nacieron a raíz de las enseñanzas de los mayores, con ardua intensidad aprendió a segregar a los seres humanos por razones sociales, culturales e incluso políticas.
- Al menos en esta vida no podemos ser amigos.
-Está bien, pero podemos tratarnos con respeto señorita Fernanda.
Marcos observaba a la pareja de estudiantes, que al parecer mantenían una conversación respetuosa; con la intención de generar polémica, avanzaba con cautela, burlesco y exasperante incitaba a Maria Fernanda a injuriar a su compañero.
-Marcos, necesito pasar esta materia, por lo tanto, terminaré el taller con él.
-¿Qué te pasa estúpida? No me digas que se hicieron amigos, ¡que imbecil!
Alejandro molesto con la actitud pretenciosa de Marcos y el talante apacible de la señorita Castel, que parecía no tener intención de salvaguardar su integridad, le manifestaba su inconformismo.
-Señor Rangel, debería respetar a sus amigos, eso no es propio de un hombre insultar a una señorita. Se ve deplorable.
Vociferando los más escatológicos terminos, ardía de rabia, busco y rebusco las peores maldiciones, los insultos más denigrantes con la única intención de lastimar a su compañero, quería golpearlo hasta calmar su ímpetu. Alejandro sin turbarse se mantuvo sereno, un semestre lidiando con él, le enseño que lo mejor era ignorarlo.
El docente exhausto por tan acalorado conflicto, finalmente decidió que Alejandro y Maria Fernanda se unieran a grupos diferentes e invito a Marcos a continuar con la actividad, de no ser así, se podría retirar del salón.
Nuevamente, recogió los libros, se dispuso a regresar a su puesto, cuando sintió las manos de ella sobre su camisa, se giró con rapidez, para encontrarse con la apenada chica, que le daba las gracias por su actuar.
Luna no comprendía las razones de Katarina para detestar con tanto brío al joven Alejandro, su discurso se enfocaba en desprestigiar a su escolta, empeñada en lograr que finalizara pronto el contrato, parecía ese su mayor objetivo. Ningún argumento era lo suficientemente adecuado para hacerla cambiar de opinión, simplemente anhelaba que ese sujeto indeseable se alejara de ella. Katarina le extendía una invitación a salir de paseo con Marcos y Daniel, precisamente en la fecha de la visita de Alejandro a su casa, pensativa se negaba, asegurando de que su madre solicitaba su presencia y le era imposible modificar el acuerdo, se abstuvo de mencionar a su escolta, sabía de antemano sobre su enojo considerable, así que lo mantuvo en secreto.
Alejando partía con Emiliano para su casa, pasaría la noche allí, Arturo Beltrán los llevaría hasta la mansión de los Beaumont. Se dirigieron caminando hasta la estación del metro, eran buenos amigos y su confianza aumentaba con cada episodio que vivían juntos. Mientras avanzaban, Emiliano le contaba sobre el extraño comportamiento de Emma, quizás existía un motivo extra que incrementaba sus dolores. Ambos acordaron dialogar con ella, no dejarían que abandonara la universidad como los demás, ayudarla era casi una obligación.
La casa de un tamaño mediano se sentía acogedora, todo estaba organizado con cuidado y esmero; en una de las paredes azuladas colgaban varios retratos a blanco y negro, cada uno con una historia digna de contar, el estante de madera contenía gran cantidad de libros, algunos discos de vinilo y unas figuritas de colección.
Alejandro se disponía a preparar la cena, en ese momento aparecía Arturo Beltrán, Emiliano nervioso le ofrecía su mano para saludarlo, se parecía a su hijo, alto, atlético, cabello oscuro y ojos verdes, la huella de las experiencias vividas le otorgaban una expresión de nostalgia y resignación.
-¡Eres bienvenido! Le expresaba mirándolo a los ojos, en total seriedad.
Con antelación se organizó una de las habitaciones de la casa para acoger a Emiliano; el cuartito limpio, desprendía un aroma a jazmín, olor que le recordaba a mamá a papá al abuelo y la vida en el campo; cerca de la casa, crecía una especie de árbol de jazmín de noche, de niño acudía a este lugar para deleitarse con su fragancia, ¿cuántos años habían pasado ya?, y papá no regresaba por su hijo. Acomodo su maleta en la cama dejo que sus pensamientos divagaran en su pasado.
En la cocina Arturo sostenía una conversación con su hijo, le especificaba su accionar dentro de la casa de los Beaumont, además le enfatizaba en no olvidar su promesa, de no construir ningún tipo de sentimiento hacia la niña de esa familia.
- Espero que puedas terminar pronto con este empleo y te alejes definitivamente de los Beaumont, expresaba Arturo sin mirarlo, leyendo uno de los libros del estante.
Sabía que a su padre, nunca le agrado que trabajara para la señorita Beaumont, no argumento su negativa, y no entendía su proceder, aun cuándo él, era el escolta de la señora Angélica.
La cena estaba perfecta, el ambiente hogareño lo hacía feliz, Alejandro y su padre sumamente amables, él no recordaba haberse sentado en la mesa a comer con su tío y su esposa; aunque eran su familia, nunca se sintió aceptado, es mas, estaba seguro de que no le tenían ningún afecto.