Me hice millonario invirtiendo en Bitcoin mientras aún estudiaba, y ahora solo quiero una cosa: una vida tranquila... pero la vida rara vez sale como la planeo.
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Capítulo 16: Conversando hasta el amanecer
La cena en casa de los Deng había durado más de una hora. Entre risas, vino caro y reproches familiares, Adrián Foster todavía quería seguir conversando con el señor Deng Gao sobre negocios y estrategias de inversión. Pero antes de que pudiera abrir la boca, su amigo Ethan Deng lo arrastró fuera de la mansión con la excusa de “dar una vuelta”.
—Vamos, hermano, ya tuve suficiente sermón por hoy —refunfuñó Ethan mientras se sacudía la chaqueta de diseñador—. Necesito aire.
Adrián apenas alcanzó a despedirse antes de verse empujado hacia la entrada, donde su Rolls-Royce Phantom negro lo esperaba bajo la luz de las farolas. Ethan lo rodeó con los ojos brillando.
—¡Dios mío, hacía tiempo que no veía a Black Phantom! —exclamó, acariciando el capó como si tocara una joya invaluable—. Qué maldito auto. Te juro que lo extrañaba más que a algunas de mis exnovias.
Adrián sonrió con ironía y le lanzó las llaves.
—Conduce tú. Pero no me mates en el intento.
La cara de Ethan se iluminó como un niño en Navidad. Apenas subió al asiento del conductor, rugió el motor con un gesto teatral y salió disparado por las avenidas de Manhattan.
La noche en Nueva York era un espectáculo en sí mismo: luces de neón, pantallas gigantes en Times Square, taxis amarillos zigzagueando y sirenas lejanas. La ciudad vibraba como si estuviera viva, latiendo con un pulso eléctrico que no descansaba nunca.
Ethan bajó la ventanilla, sacó la cabeza y aulló:
—¡Aaaaahhh! ¡Nueva York, bebé!
Adrián se frotó el puente de la nariz, arrepintiéndose de haberle dado las llaves. Con Ethan al volante, todo era posible: desde un roce con la policía hasta terminar en una fiesta clandestina en Brooklyn.
Lo peor fue cuando, en pleno semáforo en rojo, Ethan empezó a coquetear descaradamente con una mujer casada que viajaba en el asiento de copiloto de un SUV junto a su esposo. Le lanzó un beso y un guiño.
Adrián casi se atraganta.
—Me pregunto, Ethan… ¿cómo diablos logras tener 23 años y seguir siendo tan idiota?
El esposo de la mujer giró la cabeza con los ojos encendidos, apretando el volante como si estuviera a punto de bajarse a romperle la cara. Probablemente lo hubiera hecho, de no ser porque un Rolls-Royce Phantom impone cierto respeto.
Ethan se encogió de hombros y sonrió.
—Relájate, sabes que nunca me meto con mujeres casadas. Es solo… el efecto del aire nocturno y este monstruo negro rugiendo bajo mis manos.
Adrián suspiró, mirando por la ventanilla hacia el cielo iluminado. Entre los rascacielos apenas se distinguían algunas estrellas, y por un instante pensó en Emma Hudson, sus ojos traviesos y tímidos, como los destellos que lograban colarse en la ciudad que nunca dormía.
Pronto llegaron a Bar Street, una famosa zona de clubs y bares cerca de la Sexta Avenida. Era viernes por la noche, y la multitud estaba en su punto máximo: oficinistas con corbatas sueltas, estudiantes universitarios celebrando, modelos buscando patrocinadores, y turistas que querían vivir la experiencia neoyorquina completa.
Luces de neón parpadeaban con intensidad, el bajo de la música hacía vibrar el suelo, y los autos de lujo estacionados a los lados formaban un espectáculo paralelo al de las pistas de baile.
El Phantom negro se robó todas las miradas. Aunque la calle estaba acostumbrada a Maseratis y Lamborghinis, pocos podían compararse con la elegancia imponente de un Rolls-Royce.
En cuanto bajaron, una mujer alta y de curvas peligrosas corrió hacia Ethan y se colgó de su brazo.
—¡Ethan, por fin llegaste! Te estaba esperando.
Llevaba una camiseta ajustada con un estampado de Pikachu que contrastaba con unos shorts de mezclilla cortísimos y tacones que brillaban bajo las luces. Sus piernas largas atraparon la atención de más de un curioso.
—Esta es Anna Shields, mi novia —presentó Ethan con orgullo, apretándola contra él—. Anna, te presento a mi hermano, Adrián Foster. El dueño de ambos Rolls-Royce que viste ahí afuera.
Anna sonrió con un brillo de admiración.
—Encantada —dijo, estrechando la mano de Adrián con suavidad.
Subieron directamente a la terraza VIP de un bar exclusivo. El lugar hervía de vida: camareros corriendo con bandejas de shots, un DJ mezclando bajo un domo de luces LED, y grupos de jóvenes que gritaban y bailaban como si el mundo se fuera a acabar esa noche.
Adrián, en cambio, se apoyó en la baranda y dejó que el viento nocturno le despeinara el cabello. No encajaba allí. Ese ruido ensordecedor, esas risas forzadas y esas miradas calculadas… eran escenarios que conocía demasiado bien, y que ya no le emocionaban.
—¿Por qué no sales a bailar? —le preguntó de pronto una voz femenina.
Al voltear, vio a una mujer de vestido negro ajustado, piel blanca como la porcelana y labios rojos. Su cabello oscuro caía en ondas, y sus ojos tenían un destello juguetón.
—¿Por qué no sales tú? —replicó Adrián con calma.
Ella sonrió, arqueando una ceja.
—Porque ya bailé. Ahora quiero compañía.
Se acercó más, ofreciéndole un vaso de whisky.
—¿Aceptas?
Adrián lo rechazó con un gesto cortés.
—No, gracias. Igualdad de género, ¿no? Tú invitas, yo paso.
La mujer rió con elegancia, acostumbrada a rechazos más torpes.
—¿Ya tienes a alguien?
—Sí —contestó Adrián sin dudar—. Y pienso estar con ella el resto de mi vida.
La sonrisa de la mujer se congeló por un segundo, pero pronto la transformó en coquetería.
—Qué lástima. Hombres como tú casi no existen. Eso me hace interesarme más.
—Pues no te intereses —cortó Adrián con frialdad—. Porque no me interesas.
Ella se alejó con paso seguro, dejando tras de sí una fragancia embriagadora y una figura impecable que de inmediato captó la atención de otros hombres. En minutos, era la estrella de la pista, rodeada de pretendientes.
Ethan apareció a su lado, copa en mano, con una carcajada.
—Trabajé duro para ponerte una mujer despampanante delante, y la despachaste en dos frases. ¿Sabes cuántos tipos matarían por un guiño suyo?
—Lo que yo amo no es lo que ellos aman —replicó Adrián, sin apartar la vista del cielo.
Ethan resopló y dio un trago largo.
—Hermano, a veces no sé si admirarte o internarte en un hospital psiquiátrico.
Adrián sonrió apenas, como si disfrutara del desconcierto de su amigo.
—Por cierto, Ethan… necesito que me enseñes algo.
—¿Qué cosa?
—Cómo ligar con chicas.
Ethan se atragantó y casi tiró la copa.
—¿¡Qué carajos dijiste!?
La música estaba tan fuerte que nadie notó el golpe del vaso contra el suelo. Ethan lo miraba con los ojos abiertos como platos.
—No puedo creerlo… el mismísimo Adrián Foster, pidiéndome a mí lecciones de conquista. Esto… hermano, esto es el fin del mundo.
Adrián rió suavemente.
—No es el fin del mundo. Es solo el comienzo.