Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 16: Voces en la Oscuridad
La sala donde se encontraban era un santuario olvidado, un testigo mudo de la lucha eterna entre la luz y la oscuridad. Michaelis se sintió envuelta en una corriente de energía que provenía del altar, una energía que pulsaba con cada latido de su corazón. Las inscripciones brillaban, proyectando sombras que parecían cobrar vida, y a su alrededor, las almas liberadas flotaban en un estado de éxtasis.
Adrian, aún atónito por la revelación de su amiga, se acercó a ella. “¿Qué estamos esperando? Necesitamos entender cómo podemos usar esta información a nuestro favor. ¿Qué dice el altar?”
“Es un antiguo texto,” respondió Michaelis, sus dedos trazando los símbolos. “Habla de un poderoso artefacto, el Cristal de Luz, que puede ayudar a sellar las sombras y devolver el equilibrio entre los mundos. Pero está oculto en el corazón del Inframundo, protegido por el Guardián.”
“¿El Guardián? ¿Quién es?” preguntó Adrian, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda al recordar las advertencias susurradas en las sombras.
“Es una entidad antigua, un ser que se alimenta del miedo y la desesperación. Nadie ha logrado enfrentarse a él y salir victorioso,” explicó Michaelis, la preocupación asomando en su voz. “Si el Guardián tiene el Cristal, entonces es nuestra única opción para combatir a las sombras.”
El brillo del altar se intensificó, como si reconociera la urgencia de sus palabras. Michaelis sintió que la conexión entre ella y el lugar se fortalecía, y un torrente de imágenes la abrumó: visiones de luchas pasadas, de almas atrapadas y de un camino tortuoso que la llevaría a enfrentar su destino.
“Debemos encontrar el Cristal,” dijo con determinación, alzando la vista hacia Adrian. “Es nuestra única oportunidad.”
“Entonces, ¿hacia dónde vamos ahora?” inquirió él, su voz firme a pesar del miedo que se aferraba a su corazón.
“Las inscripciones hablan de un portal, un pasaje que nos llevará al corazón del Inframundo. Necesitamos activarlo, pero para hacerlo, debemos reunir tres gemas sagradas que han sido dispersadas a lo largo de este mundo y el Inframundo,” explicó Michaelis, tomando aire para calmar su creciente ansiedad.
“¿Y dónde se encuentran esas gemas?” preguntó Adrian, dispuesto a seguirla hasta el fin.
“Una de ellas está en la cima de la Montaña de los Lamentos, donde las almas perdidas buscan consuelo. La segunda está en el Lago Espejo, donde los secretos más profundos son revelados. Y la última… la última se dice que está en las Ruinas de las Sombras, donde los ecos de las batallas pasadas resuenan con fuerza,” respondió Michaelis, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
“¿Crees que podemos encontrarlas?” preguntó Adrian, notando la tensión en su rostro.
“Si lo hacemos juntos, estoy segura de que sí. Las gemas tienen un poder que se complementa con nuestro propósito. Debemos unirlas para abrir el portal,” dijo Michaelis, sintiendo una chispa de esperanza en medio de la adversidad.
Las almas liberadas comenzaron a rodearlas, susurrando palabras de aliento y fortaleza. Michaelis se sintió fortalecida por su presencia, como si el amor y la luz de esas almas iluminaran el camino que tenían por delante. Con una determinación renovada, se giró hacia el pasaje que se extendía más allá del altar.
“¡Vamos!” gritó, liderando el camino hacia lo desconocido. El pasaje serpenteaba, las paredes brillaban con un brillo fantasmal que parecía guiarlos hacia su destino.
Mientras caminaban, las sombras parecían volverse más inquietas, como si sintieran la presencia de Michaelis y Adrian. Ecos de risas distorsionadas flotaban en el aire, y la temperatura comenzó a descender, creando un ambiente helado que hacía que sus corazones latieran con fuerza.
“Esto no se siente bien,” murmuró Adrian, aferrándose a la mano de Michaelis. “¿Estás segura de que esto es lo correcto?”
“Debemos seguir adelante. No podemos rendirnos ahora. Hay demasiadas almas en juego,” respondió ella, su voz firme a pesar del miedo que comenzaba a anidar en su interior.
A medida que avanzaban, los ecos se volvían más intensos, resonando en sus mentes como un coro de advertencias. Las imágenes de los rostros perdidos flotaban en su visión, recordándoles que el tiempo se acababa.
De repente, un grito desgarrador atravesó la oscuridad, haciendo que ambos se detuvieran en seco. Michaelis miró a su alrededor, buscando el origen del sonido.
“¿Qué fue eso?” preguntó Adrian, su voz apenas un susurro.
“No lo sé… pero parece que alguien necesita nuestra ayuda,” respondió Michaelis, su instinto de compasión llevándola a seguir el eco de la voz.
“Pero, Michaelis… podríamos estar caminando hacia una trampa,” advirtió Adrian, pero Michaelis ya había comenzado a moverse.
El pasaje se estrechaba a medida que se acercaban al sonido, y la luz del altar comenzaba a desvanecerse, dejando atrás una oscuridad opresiva. Sin embargo, la determinación de Michaelis no flaqueó. Ella había enfrentado demasiado como para retroceder ahora.
Al girar una esquina, se encontraron con una visión aterradora: un grupo de sombras que rodeaban a un alma perdida, atrapada en una especie de prisión oscura. La criatura que parecía ser el Guardián se alzaba entre ellas, su forma era difusa, como un humo en constante movimiento, y sus ojos brillaban con una luz roja intensa.
“¡Suéltenlo!” gritó Michaelis, sintiendo que la furia y el coraje se elevaban dentro de ella.
Las sombras giraron hacia ellos, y la criatura en el centro dejó escapar una risa profunda y siniestra. “¿Qué creen que pueden hacer, pequeños seres de luz? Este es el dominio de la desesperación, y nadie puede escapar de mí.”
“No podemos permitir que sigas haciendo esto,” dijo Adrian, intentando reunir su valentía.
“¿Y qué piensan hacer? ¿Luchar contra mí? La desesperación es mi alimento, y mientras más luchan, más me alimentan,” dijo el Guardián, acercándose a ellos con una gracia oscura.
Michaelis sintió que el miedo comenzaba a deslizarse en su corazón, pero se recordó a sí misma que no estaba sola. Con un profundo aliento, tomó la mano de Adrian y cerró los ojos, dejando que la luz que había obtenido del altar fluyera a través de ella.
“¡Por el poder de la luz que llevamos dentro, te ordeno que sueltes a esa alma!” gritó, y una onda de energía se disparó hacia el Guardián.
Las sombras gritaron, retrocediendo ante el poder que surgía de Michaelis. La luz envolvió al Guardián, iluminando su forma distorsionada, y por un breve instante, el terror en su rostro se volvió evidente.
“¿Qué… qué es esto?” balbuceó, tratando de absorber la energía, pero la luz era más fuerte de lo que había anticipado.
“¡No te dejaremos ganar!” exclamó Adrian, sintiendo cómo su propio poder comenzaba a despertar. “¡Juntos, somos más fuertes!”
Las sombras comenzaron a disiparse, y el alma perdida, un joven con mirada angustiada, cayó al suelo, liberada de su prisión oscura. Michaelis sintió que su energía se entrelazaba con la del joven, dándole fuerzas para levantarse.
“¿Estás bien?” preguntó Michaelis, preocupada por la expresión asustada en su rostro.
“Gracias… gracias,” dijo el joven, aunque su mirada seguía llena de miedo. “No sabía si alguna vez volvería a ver la luz.”
Con un último esfuerzo, Michaelis empujó la luz hacia el Guardián, y este, atrapado en el resplandor, comenzó a desvanecerse. “¡No pueden… no pueden hacer esto!” gritó, pero su voz se volvió cada vez más tenue hasta que desapareció en la oscuridad.
Las sombras que lo acompañaban se desvanecieron junto con él, y la sala, antes llena de ecos de desesperación, ahora resonaba con un silencio abrumador.
“Lo hicimos,” murmuró Adrian, su voz llena de incredulidad.
“Sí, lo hicimos,” respondió Michaelis, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. “Pero aún no hemos terminado. Debemos seguir adelante y encontrar las gemas.”
El joven que habían salvado se acercó a ellos, su mirada llena de gratitud. “Mi nombre es Kai. No puedo expresar lo agradecido que estoy. Ustedes me salvaron de una eternidad de oscuridad.”
“Vas a estar bien,” dijo Michaelis, intentando brindarle consuelo. “Ahora necesitamos que nos ayudes. Estamos en busca de las gemas que nos llevarán al portal.”
“Puedo ayudar,” respondió Kai, su voz ahora más firme. “Conozco bien este lugar. He estado atrapado aquí el tiempo suficiente para saber dónde encontrar las gemas.