Cadenas Del Destino.
El cielo estaba nublado esa mañana, como si presintiera lo que estaba a punto de ocurrir. Michaelis, una joven de cabello oscuro y ojos de un profundo azul, caminaba por las calles de su pequeño pueblo con una mezcla de calma y tensión. Cada paso que daba sobre el pavimento húmedo de la ciudad parecía resonar con una intensidad que solo ella podía percibir. Las calles, a pesar de estar llenas de vida, parecían vacías para ella, como si un velo invisible separara su realidad de la de los demás.
Michaelis no era como las demás chicas de su edad. En sus dieciocho años, había aprendido a vivir una mentira que se había convertido en una prisión. En realidad, su verdadero nombre era Enzo, y no era una chica común; era el hijo menor del Diablo, una verdad tan sombría que apenas podía aceptar. Había sido enviado a la Tierra bajo la identidad de Michaelis para cumplir una misión que él mismo desconocía por completo. Los primeros signos de que su vida en la Tierra estaba llegando a su fin comenzaban a manifestarse, y con ellos, una creciente sensación de inquietud.
La rutina diaria de Michaelis consistía en caminar hacia la escuela, asistir a clases y tratar de mezclarse con sus compañeros, pero el peso de su verdadero ser era una carga constante. En su mente, la ciudad se transformaba en un laberinto de ilusiones, donde cada rincón le recordaba lo que debía ocultar. La sensación de ser diferente, de estar fuera de lugar, era una constante en su vida, pero había aprendido a controlar esta sensación con habilidad.
Al llegar a la escuela, Michaelis saludó con una sonrisa ligera, un gesto que había perfeccionado para enmascarar su verdadera identidad. Los pasillos estaban llenos de estudiantes conversando animadamente, y ella se movió entre ellos con una gracia que había adquirido con el tiempo. Cada saludo y cada interacción eran una actuación meticulosamente ensayada. Las miradas curiosas de sus compañeros no la molestaban; en realidad, le servían como recordatorio de lo que debía ocultar.
La campana de la escuela sonó, marcando el inicio de las clases. Michaelis se dirigió a su aula, donde tomó asiento en un rincón de la sala. La clase comenzó con el murmullo familiar de los estudiantes acomodándose y los profesores dando sus introducciones. Sin embargo, esa mañana, algo era diferente. A medida que el profesor hablaba sobre literatura inglesa, Michaelis sintió una presencia inusual, como si un peso invisible se hubiera asentado sobre sus hombros.
Un frío inesperado recorrió su cuerpo, un frío que no provenía del ambiente, sino de algo mucho más profundo. El aire en el aula se volvió denso y cargado, y Michaelis sintió que el tiempo se desvanecía. Los murmullos de sus compañeros se convirtieron en ecos lejanos, y el mundo a su alrededor parecía desdibujarse. Cerró los ojos, tratando de centrarse, pero la sensación persistía.
"Enzo..." escuchó susurrar una voz, tan baja que solo él podía escucharla. El sonido era etéreo, como un susurro que atravesaba el velo entre dos mundos. Michaelis miró a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero todo parecía normal. Sus compañeros seguían con la clase, absortos en sus propios mundos. El frío se intensificó, y Michaelis sintió que su corazón latía con una velocidad frenética.
La campana que indicaba el final de la clase sonó, y Michaelis salió al pasillo, tratando de sacudirse la sensación inquietante. Mientras se dirigía a su casillero, sus pensamientos estaban en caos. La voz había sido clara, y la sensación de desconexión había sido abrumadora. Su mente volvía a la visión del Inframundo que había tenido la noche anterior, un lugar oscuro y tumultuoso que parecía reclamar su presencia.
Al llegar a su casillero, se encontró con Adrian, un chico de cabello castaño y ojos intensamente verdes, que se acercaba con una sonrisa tímida. Aunque Michaelis nunca había hablado con él, había algo en su presencia que la inquietaba. Adrian se detuvo frente a ella, sus ojos reflejando una curiosidad que Michaelis no podía ignorar.
"Hola, Michaelis, ¿verdad?" preguntó Adrian, su voz suave y amistosa.
"Sí... tú eres Adrian, ¿cierto?" respondió ella, intentando sonar natural, aunque su corazón latía más rápido de lo habitual.
"Así es. Solo quería... bueno, sé que suena raro, pero siento que ya te conocía de antes. Como si nos hubiéramos encontrado en algún lugar." La expresión de Adrian era sincera, y su mirada intensa parecía ver más allá de la superficie.
Michaelis forzó una sonrisa. "No sé de qué hablas, pero... es un placer conocerte."
Adrian asintió, aunque sus ojos seguían fijos en los de ella. "Solo tenía la sensación de que había algo... especial en ti. No sé cómo explicarlo."
Michaelis sintió un nudo en el estómago. Esa conexión que Adrian describía era imposible, o al menos, eso quería creer. Nadie conocía su verdadero ser, y la idea de que alguien pudiera ver más allá de su fachada era inquietante. A pesar de su preocupación, una parte de ella se sintió atraída por la honestidad en los ojos de Adrian.
El resto del día transcurrió en un torbellino de pensamientos y emociones. Michaelis trató de concentrarse en sus clases, pero su mente seguía regresando a la conversación con Adrian y a la misteriosa voz que había escuchado. La noche cayó, y Michaelis se encontró en su habitación, tratando de relajarse antes de dormir.
Mientras intentaba encontrar paz en la oscuridad de su cuarto, los susurros volvieron, pero esta vez, más intensos y urgentes. El cuarto estaba en penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas. Michaelis se recostó en la cama, pero no pudo evitar que su mente volviera a las visiones del Inframundo.
"Es hora de regresar, Enzo... el Inframundo te llama..."
Michaelis se levantó de golpe, sudando frío. La visión del Inframundo se materializó en su mente: un paisaje desolado, teñido de rojo y lleno de sombras que se movían como espectros entre gritos desgarradores. El aire estaba cargado de una energía opresiva, y una presencia oscura parecía observarla desde las profundidades. El Inframundo, su verdadero hogar, estaba reclamando lo que era suyo.
"Enzo..." susurró de nuevo la voz, más fuerte esta vez, y Michaelis supo que no podía ignorarla por más tiempo. La realidad y el sueño se mezclaban, dejándola atrapada entre dos mundos, ambos reclamando su atención. En ese momento, entendió que su vida en la Tierra estaba a punto de cambiar irrevocablemente.
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