Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 10 Percepción
El trayecto hacia la oficina de presidencia de Holdings Crawford Tecnológic fue silencioso. Aristoteles seguía a Alice de cerca, observando sus movimientos precisos mientras se desplazaba con su característico control. Al entrar en la oficina, Alice se dirigió directamente a su escritorio, y sin perder tiempo, se acercó al minibar en la esquina, donde tomó una botella de whisky y se sirvió un trago en un vaso de cristal. James también los acompañaba, ya familiarizado con los detalles de las rutinas de Alice.
Alice levantó el vaso, lo giró un poco en sus manos antes de tomar un largo sorbo, y se giró ligeramente hacia James, que esperaba sus instrucciones.
—¿Cómo va el itinerario de hoy? —preguntó, su tono tranquilo, aunque cargado de una intensidad natural.
James revisó su tablet y empezó a enumerar las actividades con precisión.
—Tendrá una mañana ocupada, señora Crawford. A las doce tiene la presentación ante los accionistas de Rava.
Alice dejó que el whisky se asentara en su boca antes de tragarlo, y luego, sin apartar la mirada, terminó su vaso y se sirvió otro, una señal de su determinación.
—¿Y Yamara? —preguntó, con una pizca de frustración—. ¿Se resolvió a aceptar el acuerdo?
James negó con un leve suspiro.
—Aún no, señora. Yamara parece no estar convencido. Creo que será más efectivo centrar nuestros esfuerzos en convencer a los accionistas.
Alice dejó escapar una risa seca, apretando ligeramente el vaso en su mano.
—Pues Yamara puede irse al demonio. Vamos a adquirir Rava, y no voy a tolerar que nada ni nadie se interponga.
James asintió, percibiendo la intensidad en sus palabras, y se inclinó un poco hacia ella antes de responder.
—Esperemos que los accionistas compartan su entusiasmo, señora. —Hizo una pausa antes de inclinarse cortésmente—. Voy a revisar la propuesta antes de la reunión. Volveré en un momento.
Alice asintió y despidió a James con un gesto de la mano. Cuando él salió de la oficina, el ambiente se llenó de una tensión distinta, algo que Aristoteles percibió al instante. Observó cómo Alice, sola en el centro de la amplia oficina, levantaba su vaso y tomaba un sorbo, su expresión concentrada pero relajada, como si el alcohol ayudara a aliviar una tensión constante que llevaba en los hombros.
Aristoteles decidió romper el silencio, acercándose un poco.
—¿Hay algo en particular que quiera que haga hoy, señora Crawford?
Alice suspiró profundamente, y su rostro se giró levemente hacia el sonido de su voz, pero sin mirarlo directamente. Su expresión reflejaba una mezcla de cansancio y algo más, una vulnerabilidad que raras veces mostraba. Acomodándose en la silla tras su escritorio, señaló hacia él.
—Acérquese, Aristoteles.
Su tono era tranquilo, pero en él había una orden implícita, una especie de invitación que Aristoteles no podía rechazar. Sin decir nada, avanzó unos pasos hacia ella, deteniéndose a una distancia prudente. Alice levantó las manos, avanzándolas ligeramente hacia él.
Aristoteles comprendió de inmediato, y se acercó un poco más, hasta que sus manos tocaron los pliegues de su traje. Alice se detuvo un segundo, y luego movió sus manos lentamente, explorando los detalles de su torso, el contorno de sus hombros, la musculatura firme bajo la tela del traje. Sus dedos eran delicados pero seguros, y cada toque parecía provocar una tensión silenciosa en el aire, como si ambos estuvieran midiendo la intensidad del momento.
—Quería… saber cómo era usted —murmuró Alice, su voz apenas audible, pero cargada de una sinceridad que desarmó a Aristoteles.
Sus dedos trazaron el contorno de su pecho y luego bajaron hasta sus brazos, una exploración que, a pesar de la formalidad de sus palabras, tenía algo de íntimo y personal. Aristoteles permaneció inmóvil, sintiendo el peso de cada contacto como si su piel respondiera a la suavidad y precisión de su tacto. El silencio en la oficina era absoluto, y cada segundo se prolongaba, cada roce de sus dedos aumentaba una conexión invisible que parecía surgir entre ellos.
Alice levantó un poco el rostro, aunque no podía verlo, y sus dedos se detuvieron sobre su hombro derecho. Aristoteles sintió la respiración de Alice a escasos centímetros, y por un momento, ambos parecieron detenerse en una especie de suspensión, como si el mundo exterior se hubiera desvanecido. Él podía percibir el sutil aroma del whisky mezclado con el suave perfume que ella usaba, una combinación que acentuaba su presencia y el magnetismo que lo atraía de una forma inexplicable.
—No puedo verlo, pero… puedo sentir lo que proyecta —susurró Alice, su voz revelando una vulnerabilidad que rara vez dejaba escapar—. Y hay algo en usted… algo que me hace confiar.
Aristoteles, sin saber qué responder, permaneció en silencio, aunque sentía su corazón latir con una intensidad que no había experimentado en años. Los dedos de Alice se deslizaron suavemente hasta su brazo, donde ella los dejó descansar unos instantes antes de retirar la mano lentamente. Al hacerlo, parecía como si estuviera dejando atrás algo que le costaba soltar, y el efecto en Aristoteles fue inmediato, como si una conexión profunda se hubiera formado en esos escasos segundos.
—Gracias… por estar aquí —dijo Alice finalmente, su tono más suave, como si cada palabra llevara una sinceridad que no compartía con muchos.
Aristoteles respiró profundamente, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de respeto y agradecimiento.
—Es un honor, señora Crawford.
Por un instante, los dos se quedaron en silencio, pero no era incómodo. Aristoteles podía percibir que este momento, tan sencillo y silencioso, era mucho más significativo de lo que cualquier palabra podría expresar.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo