En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Seducción y veracidad
Los pasillos del castillo estaban más oscuros de lo habitual. Louise avanzaba por ellos con pasos sigilosos, sintiendo la mirada de los guardias y sirvientes sobre él, escrutadora y cada vez más desconfiada. La sombra de Magnus y sus maquinaciones se cernía sobre todos, y Louise sabía que la posición de Dorian estaba en peligro más que nunca.
Después de su última conversación con Dorian, donde el rey había dejado ver su desesperación y su furia contenida, Louise había comenzado a idear un plan. Sabía que si el imperio caía en manos de Magnus, la vida de él se vería arrastrada a la ruina. A pesar de sus sentimientos contradictorios hacia Dorian, había algo en él, una conexión que, aunque lo perturbaba, también lo motivaba a querer protegerlo.
Dorian había confiado en él más de lo que cualquier vampiro jamás confiaría en un humano, y aunque esta confianza podía tener un trasfondo manipulador, Louise sentía la responsabilidad de ayudarlo a sobrevivir. No podía permitir que la traición y dudas crecieran en la corte hasta volverse un clamor incontrolable. Si Dorian caía, Louise perdería no solo a su protector, sino también a la única oportunidad de recuperar su vida.
Era una apuesta arriesgada, pero Louise decidió que se movería en las sombras, guiando el curso de los eventos sin que Dorian se diera cuenta de su rol. Usaría su conocimiento estratégico para influir en las decisiones del imperio, y si era necesario, se convertiría en el señuelo que Magnus y sus aliados verían como una amenaza. Sabía que, como humano, lo subestimarían, y él aprovecharía ese error para proteger a Dorian, aunque fuera de forma indirecta.
Esa misma noche, mientras Dorian se reunía con sus consejeros en el salón principal, Louise se adentró en la biblioteca del castillo. Era una vasta colección de libros de guerra, política y filosofía, y aunque su confinamiento lo había privado de muchos placeres, Louise había aprovechado cada oportunidad para estudiar estos temas. Ahora, esos conocimientos serían su arma en esta guerra encubierta.
A la luz de una vela, comenzó a revisar los mapas y documentos que había obtenido gracias a su acceso limitado al conocimiento de la corte. Observó las fortalezas de los territorios vecinos, las rutas de comercio que sostenían la economía del imperio y, más importante aún, los puntos débiles que Magnus podría estar aprovechando. Con cada detalle que analizaba, Louise sentía que su plan cobraba forma, una estrategia que dependía de su habilidad para permanecer oculto de la vista de todos, incluso de Dorian.
Mientras Louise trazaba sus ideas en un trozo de papel, escuchó pasos que se acercaban. Apagó la vela rápidamente y se ocultó entre las estanterías, con el corazón latiendo rápidamente en su pecho. La figura que apareció no era otra que Magnus, su rostro iluminado por una pequeña lámpara de aceite, y acompañado de dos de sus seguidores. Louise, conteniendo la respiración, escuchó con atención mientras Magnus discutía en voz baja.
—Dorian está cada vez más distraído —decía Magnus en un tono burlón—. Ese humano ha nublado su juicio. No será difícil convencer a los demás de que el imperio necesita un cambio de liderazgo.
—¿Y los consejeros? —preguntó uno de los acompañantes de Magnus—. ¿Están de nuestro lado?
Magnus sonrió con satisfacción.
—Algunos de ellos son leales a la figura del rey, pero no a Dorian en sí. Si logramos desacreditarlo lo suficiente, el resto de la corte seguirá nuestro liderazgo.
Louise sintió una mezcla de miedo y rabia al escuchar esas palabras. No solo planeaban derrocar a Dorian, sino también desprestigiarlo públicamente. Sabía que Dorian tenía defectos, pero también sabía que, en el fondo, sus intenciones para el imperio eran sinceras. Magnus, en cambio, parecía dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de ascender al trono.
Cuando Magnus y sus hombres finalmente se retiraron, Louise salió de su escondite con una resolución renovada. Esta conversación le había dado la certeza de que no podía permanecer al margen. Magnus era una amenaza real y si Dorian no lo detenía, el imperio sería consumido por el caos.
A la mañana siguiente, Louise se presentó ante Dorian, dispuesto a implementar su plan. El rey lo miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza, preguntándose qué podría haber motivado aquella repentina visita.
—Necesito hablar contigo —dijo Louise, con una firmeza que sorprendió incluso a él mismo.
Dorian frunció el ceño, pero asintió, permitiéndole hablar. Louise expuso, con cautela, algunas ideas sobre cómo podrían mejorar la seguridad del imperio y fortalecer sus defensas. No mencionó directamente a Magnus, ni las conspiraciones que había escuchado, pero sus palabras insinuaban la existencia de una amenaza latente.
Dorian lo escuchaba en silencio, sus ojos entrecerrados mientras evaluaba cada palabra. Louise notó que había algo diferente en su expresión, una especie de desconfianza mezclada con curiosidad.
—¿Por qué tanto interés en el bienestar del imperio, Louise? —preguntó Dorian finalmente, su tono suave pero cargado de sospecha—. Hasta hace poco, tu único deseo era escapar.
Louise lo miró fijamente, sin amilanarse.
—Porque si este imperio cae, yo también caeré con él. Y aunque pueda parecer egoísta, no pienso renunciar a la vida que me ha costado tanto preservar.
Dorian sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos, y se inclinó hacia él.
—Me gusta tu determinación —dijo, en un tono apenas audible—. Pero ten cuidado, Louise. En este juego, los peones no siempre sobreviven.
Las palabras de Dorian quedaron grabadas en la mente de Louise, una advertencia que lo hizo reflexionar. Sabía que estaba caminando en una cuerda floja, y que su valor sería puesto a prueba en cada paso que diera.
Durante los días siguientes, Dorian notó que algo había cambiado en la actitud de Louise. El humano parecía más reservado, más atento a lo que sucedía a su alrededor. Aunque seguía sin confiar plenamente en él, Dorian no podía evitar sentirse intrigado. Su atracción hacia Louise crecía, tanto como una llama que amenazaba con consumir todo a su paso. Sin embargo, sabía que sus sentimientos eran peligrosos, una distracción que Magnus podría usar en su contra.
Mientras Dorian y Louise se movían en ese tenso equilibrio de atracción y desconfianza, Magnus seguía ganando terreno. Sus aliados aumentaban, y los rumores de traición se esparcían rápidamente. Fue entonces cuando Dorian tomó una decisión: si Magnus deseaba destruirlo, él destruiría a Magnus primero.
Comenzó a investigar a fondo, buscando cualquier información que pudiera debilitar a su enemigo. Con la ayuda de algunos informantes, descubrió que Magnus tenía una conexión con un joven noble llamado Aleric, un miembro de una de las familias aliadas al imperio. Aleric, aunque leal a Magnus, tenía debilidades que podrían ser explotadas. Era conocido por su ambición y su necesidad de reconocimiento, y Dorian planeaba utilizar eso a su favor.
Dorian decidió enfrentar a Magnus en su propio juego, utilizando a Aleric como una pieza en su estrategia. Sin embargo, sabía que este movimiento pondría en peligro a Louise, ya que Magnus podría verlo como una amenaza cada vez más evidente. Para protegerlo, decidió que Louise debía permanecer cerca de él, bajo su vigilancia constante.
Esa noche, en un movimiento inesperado, Dorian le ordenó a Louise que se trasladara a sus aposentos. Louise, aunque sorprendido, no protestó. Sabía que aquella decisión tenía tanto de protección como de control y aunque no confiaba del todo en Dorian, aceptó.
—A partir de ahora, permanecerás aquí —dijo Dorian, en un tono que no dejaba lugar a discusión—. Necesito tenerte cerca.
Louise lo miró, intentando descifrar sus intenciones. Sentía que aquella orden era más que una simple medida de seguridad, que en el fondo, había algo en Dorian que lo impulsaba a mantenerlo a su lado, como si temiera perderlo.
Esa noche, mientras dormían en la misma habitación, ambos permanecieron en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Para Dorian, Louise se había convertido en un enigma que deseaba resolver, una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que lo fascinaba. Pero al mismo tiempo, sabía que el humano representaba una debilidad que Magnus no tardaría en detectar y explotar.
Dorian se dio cuenta de que cualquier muestra de interés o afecto hacia Louise podría ser usada en su contra. Magnus era astuto, y si descubría que Louise significaba algo para él, no dudaría en hacerle daño para desestabilizarlo. Sin embargo, cuanto más intentaba mantener su frialdad y lógica de rey, más difícil se le hacía resistirse a aquella conexión inusual.
Al ver a Louise dormir cerca, vulnerable y confiado, sintió una mezcla de posesión y protección que le hacía cuestionarse a sí mismo. ¿En qué momento había permitido que aquel humano se infiltrara en sus pensamientos y enredara su juicio?
La guerra en las fronteras podía estar en pausa, pero la lucha interna en Dorian era constante. Magnus conspiraba, sus aliados crecían y Dorian sabía que cualquier error lo acercaría al colapso. Sin embargo, por mucho que intentara mantenerse al margen, cada vez que miraba a Louise, la lógica parecía desvanecerse.
Al final, mientras las primeras luces del amanecer se colaban por las ventanas, Dorian hizo un juramento en silencio: protegería su reino, aplastaría la traición de Magnus… y mantendría a Louise a su lado, incluso si eso significaba desafiar a todos los enemigos que se interpusieran en su camino.