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"Objetivo" Domar Al Ceo

"Objetivo" Domar Al Ceo

Status: En proceso
Genre:Grandes Curvas / Autosuperación / Reencuentro / Amor-odio / Ascenso de clase social / Mujeriego enamorado
Popularitas:4.9k
Nilai: 5
nombre de autor: valeria isabel leguizamon

Teodoro es hijo de un magnate, el es un joven malcriado que vive sin preocupaciónes pero todo se acaba cuando su padre para darle una lección le da el puesto de ejecutivo a su Rival de la escuela Melanie el debera trabajar para ella y no será nada fácil porque es perfeccionista y poco flexible a diferencia de Teodoro,

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capitulo 7

La mañana siguiente comenzó como cualquier otra en la oficina, con Melanie ocupada revisando informes y Teo haciendo lo posible por parecer que trabajaba, aunque en realidad miraba fijamente la pantalla, perdido en sus pensamientos. Algo en la forma en que Melanie se había quedado dormida en el escritorio la noche anterior no lo dejaba en paz. No era tanto la escena en sí, sino la sensación que le había dejado: esa mezcla de admiración y... algo más.

"Esto es una tontería," pensó, pasando nerviosamente la mano por su cabello. "¿Desde cuándo me importa cómo está Melanie? Ella es solo una competencia que... Bueno, una competencia que siempre me ha superado. Eso es todo."

—Deja de mirarme.

La voz de Melanie lo sacó de sus pensamientos. Ella no levantó la vista de su pantalla, pero parecía completamente consciente de que Teo había estado observándola desde el otro lado del escritorio.

—¿Quién dijo que te estaba mirando?—replicó él, tratando de sonar relajado.

Melanie levantó una ceja y finalmente lo miró.

—Es obvio, Teo. Llevas cinco minutos sin mover el ratón.

Teo se apresuró a hacer clic en algo al azar en su computadora, fingiendo estar ocupado.

—Estaba pensando. Es parte del trabajo, ¿sabes?

Melanie soltó una risa suave.

—Pensar... Interesante concepto. Deberías intentarlo más seguido.

Él entrecerró los ojos, pero una pequeña sonrisa asomó en sus labios. A pesar de todo, disfrutaba estas pequeñas peleas verbales con ella, incluso si la mayoría de las veces él era el que terminaba perdiendo.

—Por cierto, ¿qué opinas de esto?—preguntó Melanie, girando su pantalla hacia él para mostrarle un gráfico lleno de cifras y proyecciones.

Teo hizo una mueca, fingiendo estar impresionado.

—Es muy... gráfico.

Melanie rodó los ojos.

—Esa no es una respuesta.

—Bueno, no soy analista financiero. Si quieres mi opinión, pregúntame sobre algo más interesante. Como, no sé, cómo organizar una fiesta épica en menos de una hora.

—Ah, claro. Porque eso es justo lo que necesitamos en este momento—replicó Melanie, volviendo su atención al gráfico.

Teo la miró en silencio por un momento. Había algo en su determinación, en la forma en que se sumergía en su trabajo, que lo hacía querer... "¿Qué? ¿Qué quiero?" La pregunta lo desconcertó.

"No quiero nada de ella," se dijo a sí mismo, aunque la pequeña voz en su cabeza no parecía estar tan convencida.

Más tarde, mientras se dirigía a la cafetería, Teo recordó sus días en la universidad. Melanie siempre había estado allí, destacándose en todo lo que hacía, mientras él luchaba por mantenerse a la altura. En ese entonces, la había visto como un obstáculo, alguien a quien tenía que superar para demostrar su valía.

Pero ahora, mirando hacia atrás, se dio cuenta de que había algo más. Recordó cómo, incluso en sus peores días, siempre había encontrado excusas para pasar cerca de donde ella estudiaba. Nunca le hablaba, claro, porque no sabía qué decir. Ella estaba tan concentrada, tan inalcanzable, que parecía un desperdicio intentarlo.

"Siempre pensé que la odiaba," pensó mientras servía café en un vaso de cartón. "Pero... ¿y si nunca fue odio?"

Esa idea lo perturbó más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Cuando volvió a su escritorio, encontró a Fernando inclinado sobre el de Melanie, una vez más en su papel de molesto antagonista.

—Solo digo que deberías considerar la posibilidad de que no estás tan calificada como crees—decía Fernando, con una sonrisa arrogante.

Melanie lo ignoraba con la misma paciencia que un maestro tendría con un niño molesto, pero Teo podía ver la tensión en su mandíbula.

—¿No tienes algo más que hacer, Fernando?—preguntó Teo, dejando su café sobre su escritorio y cruzando los brazos.

Fernando se giró hacia él con una sonrisa burlona.

—Mira quién habla. ¿No eres tú el experto en hacer nada?

—Tal vez, pero al menos no gasto mi tiempo intentando menospreciar a personas que claramente son más competentes que yo—replicó Teo, dando un paso hacia adelante.

Fernando frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Melanie se levantó de su asiento.

—Ambos, basta. No tengo tiempo para esto. Fernando, si tienes algo importante que decir, dilo. Si no, por favor, vete.

Fernando la miró con evidente irritación, pero finalmente se retiró, murmurando algo que ninguno de los dos pudo escuchar.

Cuando se fue, Melanie suspiró y volvió a sentarse.

—No necesitabas hacer eso—dijo sin mirarlo.

—Lo sé—respondió Teo, encogiéndose de hombros—. Pero no podía evitarlo.

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—¿Por qué?

Teo vaciló. No sabía cómo explicar lo que sentía sin sonar ridículo, así que optó por una respuesta evasiva.

—Porque Fernando me irrita.

Melanie dejó escapar una risa suave.

—Bueno, en eso estamos de acuerdo.

Más tarde ese día, mientras Melanie revisaba más informes, Teo decidió intentar algo diferente.

—Oye, Melanie.

Ella levantó la vista, claramente agotada.

—¿Qué pasa ahora, Teo?

—Solo quería decir... lo siento.

Melanie lo miró con incredulidad.

—¿Perdón? ¿Por qué?

—Por ser un idiota contigo en la universidad—admitió él, rascándose la nuca incómodamente—. Siempre pensé que te odiaba, pero creo que... bueno, creo que en realidad solo me molestaba que fueras tan buena en todo.

Ella lo observó en silencio por un momento antes de responder.

—¿Eso es una especie de cumplido extraño?

Teo rio, aliviado de que no lo estuviera tomando mal.

—Algo así.

Melanie sonrió ligeramente, pero había algo más en su expresión, una suavidad que no solía mostrar.

—Gracias, supongo.

—De nada—respondió Teo, inclinándose hacia atrás en su silla—. Pero no te acostumbres a esto. No quiero que pienses que me estoy ablandando.

Melanie negó con la cabeza, pero su sonrisa se mantuvo.

—Pequeños pasos, Teodoro. Pequeños pasos.

Mientras volvía a concentrarse en su trabajo, Teo la miró de reojo, sintiendo algo nuevo y extraño: respeto. Y tal vez, solo tal vez, algo más.

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Elizabeth Sánchez Herrera
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