Ethan Vieira vivía en un mundo oscuro, atrapado entre el miedo y la negación de su propia sexualidad.
Al conocer a Valquíria, una mujer dulce e inteligente, surge una amistad inesperada… y un acuerdo entre ellos: un matrimonio de conveniencia para aliviar la presión de sus padres, que sueñan con ver a Ethan casado y con un nieto.
Valquíria, con su ternura, apoya a Ethan a descubrirse a sí mismo.
Entonces conoce a Sebastián, el hombre que despierta en él deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Entre secretos y confesiones, Ethan se entrega a una pasión prohibida… hasta que Valquíria queda embarazada, y todo cambia.
Ahora, el CEO que vivía lleno de dudas debe elegir entre Sebastián, el deseo que lo liberó, y Valquíria, el amor que lo transformó.
Este libro aborda el autoconocimiento, la aceptación y el amor en todas sus formas.
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Capítulo 15
Al volver a la habitación, Ethan encontró a Valquiria despertando lentamente.
Ella lo observó en silencio por unos segundos antes de preguntar, con la voz suave:
—¿Estás bien, Ethan?
Él vaciló, se sentó en el borde de la cama y se pasó las manos por el rostro.
Valquiria lo conocía lo suficiente para percibir cuando algo andaba mal.
—¿Quieres hablar? —insistió.
Ethan respiró hondo.
Su matrimonio era apenas un acuerdo, un contrato, y entre ellos nunca existieron secretos.
Entonces, decidió hablar, necesitaba abrirse, conversar con alguien.
—Valquiria… Daniel me avisó que se va a mudar con su esposa y renunció.
Ya entrevisté al muchacho que él indicó para sustituirlo.
Su nombre es Sebastian… y —hizo una pausa, la voz fallando— es un muchacho muy bonito.
Valquiria lo encaró en silencio, esperando que él continuara.
—No sé lo que está sucediendo conmigo —dijo él, por fin—. Desde que lo vi, algo… despertó dentro de mí.
Es como si los fantasmas que pensé que había dejado atrás estuvieran volviendo.
Valquiria apoyó una de sus manos sobre la de él.
—Ethan, te sentiste atraído por él, ¿no es así?
Él desvió la mirada.
—Sí. Fue a primera vista. Y eso me asusta.
—¿Miedo de qué? —preguntó ella con ternura—. ¿De que él no te acepte, o de que tú descubras lo que realmente quieres?
Ethan quedó en silencio por unos segundos antes de responder:
—Yo… no sé. Tengo miedo de engañarme. Miedo de perderme.
Valquiria respiró hondo.
—Ethan, nadie se pierde por intentar ser feliz.
Tal vez esa sea tu oportunidad de conocerte de verdad.
Si no te lo permites, nunca vas a saber lo que realmente sientes.
Él la miró, buscando alguna certeza en sus palabras.
—¿De verdad crees que debo intentarlo?
—Creo que debes darte una oportunidad —dijo ella con dulzura—. No para probarle nada a nadie, sino para liberarte de todo lo que te ata.
Ethan quedó en silencio, absorbiendo cada palabra.
Conversar con Valquiria era como respirar después de estar mucho tiempo sumergido.
Ella tenía ese don: el de calmar hasta las tempestades más fuertes.
Él sonrió, aliviado.
—Eres mejor que cualquier terapeuta, ¿sabes?
Valquiria rió, acomodándose el cabello.
—Tal vez porque no te analizo, Ethan. Apenas te escucho.
Y fue allí, en aquella madrugada silenciosa, entre confidencias y miradas de complicidad,
que Ethan percibió que Valquiria era su refugio.
La única persona delante de quien él podía ser quien realmente era…
incluso sin saber aún con certeza quién sería al final de esta jornada.
Sebastian comenzó a trabajar ya en la mañana siguiente.
Puntual, educado y atento, pronto conquistó la confianza del equipo y el respeto de los guardias de seguridad de la empresa.
Tenía un jeito tranquilo, pero decidido, el tipo de persona que transmite seguridad sin necesidad de decir mucho.
Ethan observaba todo de forma discreta.
La postura impecable, el profesionalismo, la forma en que Sebastian siempre se anticipaba a sus necesidades.
Era como si el muchacho supiera lo que él necesitaba antes incluso de que lo dijera.
En aquella primera semana, el trayecto de la mansión hasta la empresa —que siempre había sido un momento de silencio y rutina— pasó a tener algo diferente.
El coche ahora parecía menor, el aire más denso.
Ethan intentaba leer informes, revisar correos electrónicos, pero se sorprendía observando el reflejo de Sebastian en el espejo interno.
El rostro concentrado, los ojos fijos en la carretera, las manos firmes en el volante.
Era extraño.
Una mezcla de admiración e incomodidad se apoderaba de él.
Por momentos, desviaba la mirada, intentando ignorar lo que sentía.
Cierta tarde, tras una reunión cansadora, Ethan pidió a Sebastian que lo llevara hasta el parque de la ciudad.
Necesitaba aire fresco, de algunos minutos de silencio lejos de la presión del trabajo.
Se sentaron en un banco, lado a lado, observando el movimiento.
Sebastian quedó de pie por un momento, como un guardia atento, hasta que Ethan insistió:
—Siéntate. Me estás poniendo nervioso ahí de pie.
El muchacho sonrió, obedeciendo.
—Disculpe, señor. Costumbre.
—Olvídate del “señor”. —Ethan lo miró, cansado—. Cuando estemos fuera de la empresa, puedes llamarme Ethan.
Sebastian asintió.
—Está bien, Ethan.
El sonido del nombre en su voz sonó diferente.
Cercano, casi íntimo.
Ethan intentó disimular la incomodidad, pero el corazón latió más rápido.
—¿Tienes familia, Sebastian?
—No, señor... digo, Ethan. —Él rió, medio azorado—. Vivo solo desde los dieciocho. Mis padres viven en el interior.
—Joven para vivir solo.
—Uno aprende rápido cuando necesita.
Ethan asintió, observándolo por algunos segundos en silencio.
Había algo en la mirada de Sebastian —una mezcla de madurez e inocencia— que lo desarmaba.
Ethan desvió la mirada, intentando recuperar el control de la conversación.
—Daniel me dijo que ustedes son amigos hace mucho tiempo.
—Sí. Él es como un padre para mí. Fue él quien me enseñó casi todo lo que sé sobre trabajo y responsabilidad.
—Él habló muy bien de ti. —Ethan esbozó una pequeña sonrisa—. Y hasta ahora no lo ha desmentido.
—Haré lo posible para continuar mereciendo eso —respondió Sebastian, sincero.
Un silencio breve se formó.
El sonido de los coches a lo lejos se mezclaba con el canto de algunos pájaros.
Ethan se recostó en el banco y suspiró.
—A veces me pregunto qué habría sido de mi vida si hubiera tomado decisiones diferentes.
Sebastian lo miró de lado, curioso.
—¿Qué tipo de decisiones?
Ethan vaciló.
Por un momento, quiso decir la verdad. Quiso confesar que había un peso dentro de él que nunca había sabido explicar.
Pero el miedo habló más alto.
—No sé… —respondió, evasivo—. Tal vez decisiones más honestas conmigo mismo.
Sebastian no insistió. Apenas asintió, respetuoso.
—Lo importante es que aún da tiempo para hacer eso, Ethan.
Esas palabras quedaron resonando en su mente.
"Aún da tiempo..."
Los días siguientes fueron aún más confusos.
Ethan se sorprendía pensando en Sebastian fuera de hora, recordando pequeñas cosas, su risa, la calma con que conducía, el modo en que siempre abría la puerta del coche y decía con gentileza: “Puede entrar, señor Ethan”.
Intentaba convencerse de que era apenas gratitud, pero algo dentro de él decía lo contrario.
Valquiria comenzó a notar el cambio.
—Andas distraído —comentó, cierta noche, mientras cenaban—. ¿Está todo bien en la empresa?
—Sí, sí —respondió, demasiado rápido—. Solo cansancio.
Ella lo miró con atención.
—Nunca fuiste bueno para disimular, Ethan.
Él desvió la mirada.
—Tal vez esté apenas confundido.
Valquiria apoyó el tenedor y suspiró.
—Todos lo estamos, a veces. La diferencia es que algunos tienen coraje de admitirlo.
Él alzó los ojos hacia ella, sorprendido con la respuesta.
Valquiria sonrió levemente.
—Sea lo que sea que te preocupa, solo recuerda que nadie tiene el derecho de juzgarte por ser quien eres.
Ethan quedó en silencio.
Aquellas palabras, simples, sonaron como un permiso.
En la mañana siguiente, el sol nacía fuerte cuando Ethan entró al coche.
Sebastian lo saludó con una sonrisa discreta, la misma de siempre.
Durante el trayecto, no intercambiaron muchas palabras, pero el silencio entre ellos tenía otro peso ahora, uno que Ethan sentía en el pecho, como si el propio aire hubiera cambiado.
Miró el reflejo del conductor por el espejo y pensó:
“¿Por qué me causa esto?”
Era confusión, sí.
Pero, por primera vez, Ethan percibió que no tenía más miedo de sentir.