novela nueva
NovelToon tiene autorización de milva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 15 Desmoronarse.
: El pañuelo del segundo príncipe
Todavía seguían ahí. Los tres.
El príncipe heredero Adriek, con su expresión de mármol. Siempre frío, como si lo hubiera esculpido el invierno.
El segundo príncipe, cuyo nombre todavía no recordaba del todo, pero cuya energía relajada desentonaba con el aire tenso de la sala. Y por último, el archiduque, que parecía guardar un secreto en cada mirada. Todos me observaban, esperando algo.
Yo los escaneé de pies a cabeza. Perfectos, serios, distantes…
—Una estatua, un sol radiante y un ataúd con capa —pensé.
Fruncí el ceño.
—Bah, qué aburridos.
Rodé los ojos, me di media vuelta y caminé hacia la salida sin decir una palabra. Ignorarlos por completo fue más placentero que cualquier venganza. Que se queden ahí con sus títulos y caras bonitas. Yo tenía cosas más urgentes… como salir de este palacio y no desmoronarme antes de hacerlo.
Afuera hacía frío. El tipo de frío que se mete por las costillas, que corta la piel. Media noche. Casi nadie en los pasillos. Solo un par de guardias que me miraron de reojo cuando pasé.
—¿Dónde están? —murmuré.
Nadie vino. Ni uno solo de mis hermanos. Ni un cochero. Ni una nota. Nada. El padre de este cuerpo, el gran visconde Sherlock, ni siquiera se tomó la molestia de fingir preocupación. Qué práctico. Qué elegante. Qué... despreciable.
Me dolía. No lo iba a admitir en voz alta. Pero sentía los restos del corazón de la Dahiana original retorciéndose. Aunque yo fuera Nikol por dentro… esas emociones ajenas ya eran mías también.
Y entonces pasó: se me llenaron los ojos de lágrimas. El tipo de llanto silencioso que no avisa, que simplemente sale. Las gotas corrían por mi cara sin permiso. Los guardias me miraban con una pena incómoda. Yo los ignoré.
—No estoy llorando. Solo estoy… deshidratada —susurré.
Sentí que algo rozaba mi mano. Un pañuelo.
—¿Eh?
Levanté la vista. Era él. El segundo príncipe. Me estaba tendiendo un pañuelo bordado con el escudo imperial, y en su cara había una sonrisa suave. No burlona, no condescendiente. Cálida.
—No deberías quedarte sola tanto rato en este frío —dijo, en tono casual, como si no acabara de presenciar cómo me partía en pedazos.
Lo tomé sin decir nada. Apreté el pañuelo entre los dedos.
—No estoy llorando. Sólo estoy probando la temperatura ambiente con mis mejillas, gracias —dije, con un intento de broma. Él soltó una risa.
—¿Y cómo va el experimento?
—Inconcluso. Resultados poco favorables —respondí, limpiándome el rostro.
Hubo un silencio cómodo. Me sorprendió lo natural que se sentía.
—¿Por qué fuiste la única que habló claro ahí dentro? —preguntó de repente—. Pocas personas se atreven a enfrentarse a la emperatriz, y menos a asumir la culpa sin buscar excusas.
Me encogí de hombros.
—Supongo que cuando tu padre te regala el silencio absoluto como respuesta, ya no te queda mucho por proteger.
—Eso no te hace débil —dijo él, serio por un momento—. Te hace libre.
—¿Libre? —me reí, amarga—. ¿Libre para ser doncella de un archiduque con cara de funeral? Estoy encantada.
Él se rió bajito. Luego, sin previo aviso, extendí los brazos y lo abracé.
No sé por qué. No pensé. Solo lo hice.
Y él… se tensó. Como si lo hubiera electrocutado.
—¡E-eh! ¿Estás bien?
—No. Pero nadie lo va a notar si te quedás quieto un segundo.
Él no se movió. Solo respiró hondo.
—No te preocupes… Yo también tengo ganas de escapar a veces.
Me separé. Lo miré. Y por primera vez desde que llegué a este mundo raro, me sentí menos sola.
—Gracias por el pañuelo, Su Alteza. Aunque te advierto: lo voy a vender si me quedo sin dinero.
—Entonces espero que al menos consigas buen precio. Vale más si no lo lavás —dijo, sonriendo otra vez.
Lo miré. Él me guiñó un ojo.
Quizás… solo quizás… no todos en este lugar eran de piedra.