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Lo Que Debía Permanecer Oculto

Lo Que Debía Permanecer Oculto

Status: Terminada
Genre:Romance / Época / Fantasía épica / Edad media / Completas
Popularitas:518
Nilai: 5
nombre de autor: MIS HISTORIAS

Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven

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Capitulo 15

La lámpara apenas parpadeaba. La biblioteca de Arkenhill se había sumido en un silencio denso, reverente, como si incluso las piedras escucharan. Nadie hablaba desde que Darel cerró el libro antiguo sobre los orígenes del Ojo Oscuro y el llamado a los Norwyn. Kaela seguía sentada con las manos cruzadas sobre la mesa, la mirada anclada al vacío.

Fue Darel quien, después de un largo momento, se incorporó lentamente.

—Espera —murmuró de pronto—. Aelira.

Kaela alzó la vista. Lioran también.

—¿Mi abuela?

Darel asintió con los ojos entrecerrados, como si rebuscara entre recuerdos enterrados.

—Sí. Aelira de Norwyn, esposa de Eldran. Antes de morir… dejó una nota. Recuerdo haberla leído, hace años, cuando investigaba sobre los santuarios. No estaba en los archivos comunes. Se escondía entre tratados litúrgicos. La descarté porque no entendí su contexto. Pero ahora…

Caminó con decisión hacia una estantería lateral. Movió algunos volúmenes gruesos y retiró un libro delgado, encuadernado en lino. Lo abrió con cuidado y sacó una hoja plegada entre sus páginas. El papel estaba amarillento, los bordes frágiles. Pero la tinta permanecía intacta.

—Esta es su letra —dijo, entregándosela a Kaela.

La joven la desplegó con cuidado, conteniendo el aliento. Y comenzó a leer en voz alta.

“Solo los Norwyn conocen el resto de la historia. Nadie más la recuerda, porque nadie más la vivió desde adentro. Cuando las voces de los muertos comenzaron a ser usadas no para consuelo, sino para manipular, para herir, para maldecir, supimos que lo espiritual se había contaminado. Se abrió una brecha.”

“Las personas usaban los nombres de sus difuntos como escudos para mentir, para chantajear, para quebrar la voluntad de otros. Lo hacían en secreto. Y luego sin vergüenza. El dolor se volvió arma.”

“Fue entonces cuando la Iglesia decidió actuar. Reunieron a los últimos que aún sabían distinguir lo sagrado de lo falso. Y fue allí donde se nos llamó. A nosotros. A los Norwyn. No por posición. No por influencia. Sino por lo que Dios había sellado en nosotros desde generaciones atrás.”

“La bendición que Dios puso sobre nuestra casa no era de oro ni poder. Era sangre. Como en los días del antiguo Israel, donde el sacrificio marcaba el perdón, donde la sangre no era símbolo de muerte, sino de arrepentimiento y salvación… así también sería en nuestros días. Nuestra sangre no abría puertas. Las cerraba. Era una barrera santa.”

“Para crear los santuarios, escribíamos Salmos sobre piedra pura. Cada palabra era pronunciada en oración, no como ritual, sino como declaración de verdad. Y entonces… unas gotas de nuestra sangre eran rociadas sobre la piedra.”

“Hicimos la prueba. Uno de los poseídos, que decía oír a su madre cada noche, fue llevado hasta el círculo. Apenas cruzó el umbral… el silencio lo envolvió. Su mente se despejó. La voz desapareció.”

“Los muertos no pudieron tocarlo. Ni hablarle. Ni entrar.”

“Y entonces supimos: Dios nos había dado un arma sagrada. No para dominar. Sino para proteger.”

“Así comenzaron los santuarios. En montañas, en pueblos, en cruces de caminos. En casas humildes y torres antiguas. Los íbamos levantando uno a uno. Sellados con salmos. Sellados con sangre. Sellados con fe.”

“Mientras existan, el Ojo no podrá ver en todas partes. Y mientras haya un Norwyn que recuerde… la oscuridad no tendrá la última palabra.”

La carta terminaba con una línea más.

“Que quienes vengan después no olviden que su herencia no es una carga… sino una promesa. Y una batalla constante.”

Kaela dejó la hoja sobre la mesa con cuidado. No dijo nada al principio. Solo bajó la mirada, y por primera vez, todo encajó. Todo lo que su madre le decía. Todo lo que su abuelo jamás explicó.

—Ahora entiendo —susurró—. Por qué mamá me decía “Mi pequeña Guardiana”… No era solo ternura. Era una advertencia. Un recordatorio de lo que soy. De lo que cargo.

—Y por qué Eldran sabe tanto —agregó Darel con voz grave—. Porque aprendió de ella. Porque la amó lo suficiente como para caminar a su lado en algo que no era suyo… pero que terminó abrazando por completo.

Kaela alzó los ojos hacia él. Darel la observaba con una mezcla de respeto y solemnidad.

—Tu abuelo no lleva la sangre Norwyn —continuó—. Pero fue el primero en ofrecerse a protegerla. Y lo hizo. Contra enemigos visibles y ocultos. Contra sombras, traiciones… y decisiones imposibles.

Darel hizo una pausa. Se volvió hacia Lioran.

Su tono se endureció. No con hostilidad, sino con firmeza.

—Y tú —dijo—. Si decides seguir con Kaela… debes saber lo que eso significa. Los Norwyn no se casaban por alianzas, ni por afecto superficial. Solo se unían a quienes pudieran comprender el peso que llevan en los hombros. Su misión no es simple… ni breve. Proteger al mundo no es poético. Es peligroso. Solitario. A veces incomprendido. Y eterno.

Lioran no retrocedió. Se mantuvo de pie, la espalda recta, los ojos oscuros firmes.

—Lo sé —respondió—. Y lo acepto. Desde el primer día en el bosque, supe que ella no era como los demás. Desde entonces… he estado dispuesto a cuidarla. A caminar junto a ella. Y si es necesario, a morir por ella.

El silencio volvió a instalarse, pesado y solemne.

Kaela lo miró. No con romanticismo, sino con algo más profundo. Un reconocimiento. Una decisión.

Darel asintió, satisfecho.

—Entonces ahora no eres solo un protector. Eres parte de esto. Como Eldran lo fue. Como yo lo soy, aunque sea a mi modo.

Lioran bajó la cabeza, aceptando la palabra. No como un elogio, sino como un llamado.

Kaela se acercó y apoyó la mano sobre la carta de su abuela.

—Aelira escribió esto para alguien que viniera después. Y ahora entiendo… no escribió para muchos. Escribió para mí.

—Para la última de su linaje —dijo Darel.

—Para la próxima Guardiana —susurró Lioran.

Y allí, en esa biblioteca olvidada, bajo una torre antigua que aún recordaba, Kaela comprendió que su vida ya no le pertenecía del todo.

Pero tampoco le pesaba.

Porque ahora sabía de dónde venía.

Y por qué no podía mirar atrás.

**

La noche había caído como un manto espeso sobre Arkenhill. En las alturas de la torre, el viento silbaba entre las piedras antiguas con una voz que parecía milenaria. Y allí, bajo ese cielo estrellado, Kaela y Lioran estaban solos por primera vez.

Niebla no los siguió.

No hubo gruñidos. No hubo interrupciones.

Solo el silencio... y el latido de dos corazones que, al fin, podían hablarse sin palabras.

Kaela se apoyó en el muro de piedra que bordeaba la terraza. Sus ojos buscaban respuestas en las estrellas, como si allí pudiera encontrar el eco de la voz de Aelira. Había leído la carta de su abuela, palabra por palabra. Había sentido el peso de la historia… y el llamado que llevaba inscrito en la sangre.

Y sin embargo, ahora que estaba allí, junto a Lioran, lo que más sentía no era miedo. Era vulnerabilidad. Era la certeza de que no podía enfrentar lo que venía sola. Y que, al mismo tiempo, tenía que decidir si estaba dispuesta a dejar que alguien más caminara a su lado.

—No sé si puedo con todo esto —confesó, apenas en un susurro.

Lioran, que la había observado desde unos pasos atrás, se acercó despacio. Sin invadir. Sin urgirla.

—No tienes que saberlo hoy —respondió con suavidad—. Solo tienes que dar el siguiente paso. Y no tienes que darlo sola.

Kaela lo miró. Sus ojos oscuros brillaban bajo la luz tenue del cielo. No había juicio en su mirada. Solo devoción. Real. Humana. Dolorosa.

—A veces siento que esta herencia me ha robado la oportunidad de ser una persona normal. De elegir lo que quiero sin que el mundo dependa de ello.

—No eres normal —dijo él—. Y eso no es una pérdida. Es una señal. Lo que llevas en ti… no es una cadena. Es fuego. Y si te quemas con él, yo estaré allí. Sosteniéndote.

Ella sintió que algo se quebraba por dentro. No como una herida… sino como una puerta que por fin cedía.

Entonces, Lioran levantó una mano. Con lentitud. Con reverencia. Y la posó sobre su mejilla. El gesto fue tan suave que Kaela cerró los ojos sin darse cuenta.

Y luego, se inclinó y besó su cuello.

No fue un beso impulsivo. No fue una caricia vacía.

Fue un gesto cargado de alma.

Respeto, por la sangre que ella llevaba.

Admiración, por su fuerza incluso en la duda.

Cariño, por cada gesto suyo que lo había salvado en silencio.

Deseo, por lo que aún no podían nombrar, pero ambos sentían.

Y cercanía, por todo lo que ya compartían… sin decirlo.

Cuando se apartó apenas, Lioran sonrió con ternura.

—¿Lo escuchas? —susurró.

Kaela parpadeó, confundida.

—¿Qué cosa?

—Nada. Silencio. Por primera vez… nadie gruñó.

Ni el perro, ni el abuelo, ni el deber.

Ella rió, pero esta vez, una lágrima le cruzó la mejilla al mismo tiempo. Y Lioran la secó con los dedos, como si al hacerlo limpiara algo más que una lágrima: el miedo, la carga, el cansancio.

—¿Por qué te quedas? —preguntó Kaela, con voz rota—. Podrías irte. Podrías tener otra vida. No cargar con esto.

—Porque te amo —dijo él sin temblar—. Y porque amar a alguien… también es quedarse para proteger el mundo que esa persona sostiene. Aunque el mundo se derrumbe contigo dentro.

Ella se echó a llorar. No con desespero, sino con alivio. Como si por fin se le permitiera quebrarse… y seguir siendo amada.

Lioran la abrazó. La sostuvo fuerte, como si al hacerlo pudiera levantarla incluso sin que ella lo pidiera. Y mientras lo hacía, susurró:

—Voy a esperarte, Kaela. El tiempo que sea. Porque quiero más que ser parte de tu historia. Quiero estar cuando quieras escribir la tuya, sin miedo. A tu ritmo. A tu manera.

Kaela alzó el rostro hacia él.

—¿Y si tardo mucho?

—Entonces esperaré mucho —dijo con una sonrisa temblorosa—. Porque no estoy contigo para llegar primero. Estoy contigo para llegar contigo.

Y entonces se besaron. Esta vez en los labios. Con la profundidad de quienes han llorado juntos, con la calma de quienes se han elegido en medio del caos, con la ternura de quienes ya saben que no importa cuánto tiempo tarde el camino… lo caminarán juntos.

No hubo fuego ni tormenta.

Solo la certeza de que, incluso si todo ardía a su alrededor, ellos serían el refugio el uno del otro.

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