En las áridas tierras de Wadi Al-Rimal, donde el honor vale más que la vida y las mujeres son piezas de un destino pactado, Nasser Al-Sabah llega con una misión: investigar un campamento aislado y proteger a su nación de una guerra.
Lo que no esperaba era encontrar allí a Sámira Al-Jabari, una joven de apenas veinte años, condenada a convertirse en la segunda esposa de un hombre mucho mayor. Entre ellos surge una conexión tan intensa como prohibida, un amor que desafía las reglas del desierto y las cadenas de la tradición.
Mientras la arena cubre secretos y el peligro acecha en cada rincón, Nasser y Sámira deberán elegir entre la obediencia y la libertad, entre la renuncia y un amor capaz de desafiar al destino.
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La empleada del forastero.
Nasser se encontraba recostado en su bolsa de dormir, había sido una noche extraña.
Solo esperaba que Farid se creyera el cuento, lo último que necesitaba era que comenzará a desconfiar de él.
Sonrió al recordar a la cabra, ¿en qué cabeza cabía que anduviera fisgoneando?, solo esperaba que Farid no la hubiera castigado demasiado, se notaba que era un hombre abusivo.
Lo que más le preocupaba ahora eran las cajas que decían M855, ya que eran municiones de rifles de asalto, algo legislado. No ibas y comprabas eso, esas armas estaban bajo resguardo del ejército.
A la mañana siguiente, Nasser se acercó a Farid en cuanto lo vio, este le agradeció por salvar a su hija.
— No tiene nada que agradecer, espero que la joven esté bien se veía bastante pálida anoche.
— Sámira esta muy bien.
Asi que ¿ Sámira?, pequeña embustera de esa boquita solo salían mentiras.— Pensaba ir a comprar algunas proviciones, he decidido extender mi estadía aquí.
— Me alegra saber que ha decidido quedarse con nosotros.
— Gracias, venia para buscar su ayuda. Como ha notado mi tienda es de acampada, me han dicho que aqui hay quien vende, ya que voy a quedarme voy a requerir mas espacio.
— Por supuesto, ya lo conoce es Husseind lo acompañare con él.
— Gracias. He visto hombres patrullando por la noche, serví en el ejército y me encantaría poder colaborar, mientras comienzo un nuevo negocio, es obvio que aquí no requerirán mis servicios como abogado...
Nasser observaba la nueva tienda la había dividido en dos sectores. Compraría unos tapices y definitivamente un colchón. Si bien su posición económica era muy buena, todos los gastos de esa misión eran cubiertos por Mariana. Después de todo él había puesto su vida en pausa, por un tiempo indeterminado. Además, como él no era miembro del ejército ni servicio secreto no tenía un sueldo.
Nasser observó su tienda de pelo de cabra. Esa tarde visito, la tienda de Farid según le había dicho su esposa tenía algunos tapices y le había dicho que iria a verlos.
Al llegar se anunció, Sámira salió y lo miró con desdén.
—¿Qué desea? —preguntó con voz fría, mientras sostenía un trozo de tela entre las manos.
— Laila Al-Jabari, ¿ verdad?, pregunto Nasser sonriendo.— Sámira juro que si tuviera un cuchillo se lo clavaria.—Tu padre me dijo que podía elegir algunos tapices que tienen en venta—respondió Nasser con calma—. Podrías mostrarme cuáles son los mejores.
—No soy comerciante —replicó ella sin levantar la vista.
—Con esos modales jamas lo seras—contestó él con una leve sonrisa, cruzándose de brazos.
Sámira apretó los labios, molesta por su tono. Entró sin responder, y él la siguió con paso tranquilo. Dentro, la tienda olía a especias.
Sámira le señaló los tapices había colores terrosos, alfombras enrolladas...p
—Estos son los de mejor calidad —dijo ella al fin, señalando unos tejidos bordados a mano—. Son más caros.
—No me preocupa el precio. Prefiero pagar por algo que dure —dijo él, mientras rozaba la tela con los dedos. Su mirada se deslizó hacia ella, apenas un instante—. Como todo lo que vale la pena conservar.
Sámira se tensó.—¿Cuántos quiere? —preguntó seca.
—Tres. Dos para el suelo y uno… para cubrir la entrada. —Hizo una pausa—. No quiero que me vuelvas a espiar.
Sámira se giró bruscamente, indignada.
—¡Yo no lo espiaba!
Nasser sonrió apenas.
—Claro. Caíste al agua por casualidad.
—¡Usted me empujó! —replicó ella con furia, olvidando toda prudencia.
Él dio un paso hacia ella, bajando la voz.
—Y si no lo hubiera hecho, ahora no estarías aquí discutiendo conmigo.
Sus ojos se cruzaron, y por un instante, ninguno habló. El aire se volvió denso.
—Su tienda estará lista al atardecer —dijo Sámira finalmente, girando para evitar su mirada.
—Perfecto. Y gracias —respondió Nasser, ya desde la entrada.
—No lo hago por usted —contestó ella sin volverse—. Lo hago porque mi padre lo pidió.
—Entonces dile a tu padre que tiene una hija con más carácter que un hombre—dijo él.
En ese momento Laila ingreso.
— Buenas tardes, señora Al–Jabari, acabo de escoger unos tapices, si no es mucho pedir tal vez ustedes podría hablar con las mujeres, necesito alguien que lave mi ropa, pagaré con dinero o en especies.
— Por supuesto hablaré con ellas y le haré llegar la respuesta.
— Gracias me retiro, dijo Nasser.
Sámira se lo quedo mirando mientras se iba.
— Tal vez tú puedas lavar su ropa veré qué dice tu padre esta noche.
Sámira miro a su madre, además de idiota, el forastero era un inútil.
Nasser camino por el campamento, sabía quien tenía verduras, quien carne. Todos eran muy amables. Solo esperaba que de verdad lo de la rebelión solo fuera un temor.
Dos horas después Nasser se encontraba en su tienda cuando Ahmed llego con los tapices, Nasser le pago con dinero.
— Mañana pienso ir hasta Al-Qasr, necesito algunas cosas, por si alguien quiere ir y aprovechar el viaje dijo Nasser.
— Se lo informaré a mi padre, respondió Ahmed. Si bien Al-Qasr no estaba lejos era mucho más rápido ir en esa camioneta. A camello te llevaba casi doce horas ir y volver.
No solo irá de compras la idea era pasar un informe, si bien podría llamar desde el campamento con el teléfono satelital, prefería no hacerlo.
Esa noche Farid cenaba junto a su familia.
— El forastero ha pagado bien, ni siquiera peleó el precio dijo Ahmed.
— Por cierto olvide comentarte, quiere que hable con las mujeres necesita que alguien lave su ropa, pagara con dinero o en especies. Tal vez Sámira podría hacerlo, después de todo es buscar la ropa y entregarla en la puerta de la tienda.
— Me parece bien, Ahmed hará los arreglos y cobrará el dinero.
— Me ocuparé mañana dijo Ahmed.
A la mañana luego de limpiar su casa, Sámira paso por la tienda de Nasser y sobre el tapiz de la entrada encontró la canasta con la ropa...