La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo VIII La alta sociedad
Para Alistair el comportamiento de su esposa resultaba inapropiado y tenía que buscar la forma de que ella recordara las normas de etiqueta, aunque su manera de actuar sugeria que Elena empezaba a perder la razón.
Alistair intento salvar la situación con una charla rápida y gélida sobre política local, sin embargo, Elena se enfocó la charla de dos señoras que a pesar de ser de "la alta sociedad" no se limitaron en criticar a una dama que pasaba por llevar un vestido pasado de moda.
—Ese color es tan del año pasado. Debería usar algo que resalte su marca personal —murmuró una de ellas.
Elena, que en su vida anterior había sido una emprendedora con ojo para el marketing, no pudo evitar intervenir, indignada ante la falta de empatia de ambas mujeres.
—Disculpen, pero el color está bien y el corte es encantador, su asesor de imagen debe ser alguien con muy buen gusto en la moda —dijo Elena con la autoridad de una experta, asintiendo con convicción y dejando en ridículo a ambas damas.
El silencio volvió. La palabra "asesor de imagen" no existía. Ademas su falta de tacto para decir las cosas la condenaron a ser catalogada como mal educada.
Alistair se puso blanco, la derrota grabada en su rostro perfecto. Finalmente, la tomó del brazo con una fuerza que no permitió resistencia.
—Duquesa, señores, con su permiso. Mi esposa necesita regresar a la hacienda. Parece que su recuperación requerirá un confinamiento más estricto.
La arrastró lejos de la multitud, ignorando las miradas de chismorreo.
Cuando estuvieron en un callejón lateral, la soltó. Alistair estaba furioso.
—¡Una semana, Elena! ¡Me ha prometido una semana de coherencia y en diez minutos ha arruinado mi reputación, ha insultado a la Duquesa y ha hablado de cosas sin sentido frente a la corte! ¿Es esta su estrategia para evitar el divorcio? ¿Hacer que me case con una demente?
Elena respiró hondo. Estaba fallando miserablemente en la práctica, pero no en el propósito. Al menos, él estaba interactuando con ella con pasión.
—Lo siento, Conde —dijo ella, con una sinceridad inusual—. Mis errores son puramente logísticos. No sé cómo funciona este mundo, ¿de acuerdo? No recuerdo las reglas. ¡Necesito un manual de usuario para ser una Condesa!
Ella alzó la mirada, y a pesar de la rabia que le nublaba los ojos, Alistair vio la desesperación genuina detrás de su confesión.
—Usted me pidió que no huyera, Conde. ¡Y no lo haré! Pero si quiere que salvemos la paz del reino y nuestro matrimonio, tiene que enseñarme a ser su esposa. ¡No puedo hacerlo sola!
Alistair se quedó en silencio, observándola. La Condesa que había despreciado lo miraba con una mezcla de súplica y determinación que era completamente nueva. Y esa nueva Condesa, por increíble que pareciera, le estaba pidiendo ayuda.
Volvieron a la hacienda del conde, Alistair no esperó a que llegaran al salón principal. Apenas el carruaje se detuvo y Elena bajó, él la tomó del brazo y la arrastró directamente a su estudio privado, una sala forrada de cuero y libros antiguos que olía a tabaco y autoridad. Encendió una lámpara de aceite con un movimiento brusco y cerró la puerta de golpe, haciendo temblar los cristales de la ventana.
—Siéntese, Lady Elena —ordenó con una voz baja y peligrosa que no admitía réplica. Él permaneció de pie, con los brazos cruzados, la frustración hirviendo bajo su traje impecable.
Elena se sentó en el borde de un sillón de terciopelo, la humillación de la plaza aún fresca. Se sentía como una niña castigada.
—Conde, sé que fallé —dijo, mirando al suelo—. No fue mi intención avergonzarlo. Simplemente… las reglas de este lugar son tan ilógicas.
—No se trata de lógica, ¡se trata de etiqueta! —espetó Alistair, dando un paso adelante. Sus ojos grises eran ahora tormentosos—. Se trata de honor y de la paz de dos reinos. ¿Entiende la gravedad de lo que ha hecho? La Duquesa creyó que usted se estaba burlando de la monarquía al extenderle la mano. Y sus comentarios fuera de lugar me hacen parecer un lunático casado con una charlatana.
Alistair se acercó, obligándola a levantar la mirada. Sus rostros quedaron peligrosamente cerca.
—Dígame la verdad, Elena —exigió, su voz ahora un susurro feroz—. La otra Elena me odiaba. Me odiaba lo suficiente como para morir en un intento de fuga. ¿Qué le ha hecho ese golpe en la cabeza para que, de la noche a la mañana, decida que quiere ser mi esposa y evitar el divorcio con este juego de la amnesia? ¿Qué es lo que realmente quiere?
El aliento caliente de Alistair rozaba su rostro. Elena sintió el torrente eléctrico que él le causaba, mil veces más intenso que cualquier atracción que hubiera sentido por Lían. Este hombre, aunque furioso, era real y estaba siendo brutalmente honesto.
—Yo... quiero lo que nunca tuve —confesó Elena, sin fingir más, dejando que la verdad de su alma desilusionada saliera a la luz—. Usted me desprecia. La otra yo lo odiaba. Pero yo no siento ese odio, Alistair. Solo siento… vacío. Cuando estuve a punto de perder la vida entendí que esto era mejor que morir.
Ella lo miró a los ojos, con una sinceridad desesperada.
—Usted me ofrece una vida lujosa, estabilidad y un matrimonio que, por obligación, puede ser fiel. Y si me parece… atractivo y digno de respeto. No quiero el divorcio, Conde. Quiero una segunda oportunidad para construir algo real. Quiero ser feliz a su lado. No huiré. ¡Solo necesito que me enseñe cómo quedarme!
Alistair se quedó rígido, paralizado por la cruda vulnerabilidad y el descarado deseo en sus palabras. Ella había desechado todas las sutilezas de su clase y le había ofrecido una verdad que, aunque absurda por la historia, se sentía innegable en su intensidad.
Él dio un paso atrás, rompiendo la cercanía, y se pasó una mano por el cabello con exasperación.
—Es usted una mujer imposible, Elena. No sé si es una farsante, una loca o si realmente ha olvidado cómo funciona el mundo civilizado. Pero tiene razón en una cosa: no puedo permitir el divorcio. La paz es más importante que mi cordura.