De Sirvienta A Reina

La llegada a las Montañas de Virell fue silenciosa. El aire era más frío allí, y el cielo comenzaba a oscurecerse con la promesa de la lluvia de estrellas. Eyra y Oliver avanzaban siguiendo el mapa que habían conseguido en el mercado de Silica, guiando a sus escoltas por senderos estrechos y escarpados. Según las indicaciones, la Flor Celestia florecía en una ladera oculta, justo al pie de las montañas, cuando la primera estrella caía del cielo.

El grupo avanzaba con cautela, pero se estaban acercando a su destino.

Fue entonces que uno de los escoltas de Oliver soltó un grito de dolor. Una flecha se había incrustado en su pierna derecha, haciéndolo caer al suelo, retorciéndose. Los demás escoltas se pusieron en guardia, rodeándolo, mientras Oliver desenvainaba su espada.

Eyra corrió hacia el herido. Al revisar la herida, su rostro se tensó: la flecha estaba impregnada de veneno. Con precisión quirúrgica, cortó la punta que sobresalía y extrajo el resto con cuidado. Luego vertió una poción sobre la herida. No curaría el veneno, pero ralentizaría su efecto.

En menos de un minuto, el grupo se vio rodeado por hombres vestidos igual que los mercenarios que habían atacado a Elara. Uno de ellos hizo una señal, y todos se lanzaron al ataque.

La pelea fue feroz.

Los escoltas, aunque protegían al herido, se defendían con disciplina. Oliver y Eyra peleaban codo con codo, cubriéndose mutuamente, lanzando ataques combinados con una sincronía que parecía ensayada. Pero los enemigos eran más.

—¡Retrocede con los escoltas! —gritó Eyra.

Oliver entendió de inmediato. Ella iba a repetir el ataque que había usado en las cuevas de Nivaria.

Los mercenarios se lanzaron hacia ella, pero Eyra se mantuvo firme. Esta vez no usó solo un elemento. Agua, fuego, electricidad, viento… todos danzaban a su alrededor. El líder de los mercenarios chasqueó la lengua, sorprendido. Nunca imagino que se estarían enfrentando a una joven bruja. Sin embargo después sonríe, si logran capturarla y la llevan ante quien los contrato quizás los perdone por haber dejado escapar a Elara.

Ordenó a sus hombres que atacaran todos a la vez, usando magia, pues aunque sea una bruja es joven todavía y no podrá resistir tantos ataques. Eyra sonrió de lado. Bajo sus pies, un sello brilló con intensidad.

La tormenta de descargas espectrales se desató.

Varios mercenarios murieron al instante. Otros no corrieron con la misma suerte y murieron agonizando debido a las graves heridas. Eyra se acercó al líder, aún con vida, y canalizó su magia en la palma de su mano. Al tocarlo, una descarga lo atravesó, y su cuerpo explotó en una ráfaga de luz.

Oliver y los escoltas la miraban, atónitos. Eyra no temblaba la mano al matar.

En su vida pasada, como doctora, había salvado vidas. Incluso las de asesinos. El juramento que había hecho se lo exigía. Pero aquí… aquí era distinto. Si tenía que matar para sobrevivir, lo haría.

—Me asombras muchísimo, naranjita —dijo Oliver, acercándose y limpiando los restos de sangre de su mejilla—. Nunca imaginé que fueras una bruja. Y una muy poderosa.

—Ya lo sabes. Y más te vale no divulgarlo… o acabarás igual o peor que ellos —señaló los cuerpos sin vida—. Ahora, pongámonos en marcha. La noche está cayendo y tenemos que llegar a tiempo.

La batalla los había retrasado. Con uno de los escoltas herido, avanzar era más difícil. Pero Eyra no pensaba abandonar a nadie.

Ya estaban cerca cuando Eyra levantó la vista y vio cómo comenzaban a llover estrellas del cielo.

Aceleraron el paso. Al llegar, encontraron una inmensa ladera cubierta de flores. La Flor Celestia comenzaba a florecer. Sus pétalos se abrían, brillando intensamente, con destellos que parecían pequeñas estrellas fugaces danzando sobre ellos.

Oliver se paró a su lado. Luego, sin decir nada, tomó su mano y la llevó entre las flores. Las luces flotaban a su alrededor, dándole a la escena un toque místico… casi romántico.

Ambos se sentaron entre las flores, observando la lluvia de estrellas.

—Pide un deseo rápido —dijo Oliver.

Eyra lo miró fijamente.

—No seas pesada. Pide un deseo.

Eyra soltó un suspiro, cerró los ojos y pidió una única cosa: que la cura funcionara.

Al abrirlos, Oliver la observaba con intensidad. Se acercó más y le susurró al oído:

—Deseo que repitamos más locas aventuras como esta… —se separó y la miró fijamente, acariciando su mejilla—. Y que sigas en mi vida, Eyra Rosenberg. Porque conocerte ha sido, sin duda, una de las mejores cosas que podrían haberme pasado.

Ambos se quedaron así, contemplando aquel mágico suceso.

Eyra sonrió. Esa noche había conseguido el último ingrediente para la cura. Ahora solo quedaba volver a la academia… y después de eso, su venganza.

La pelinaranja miró a Oliver de reojo y sonrió con tristeza. Aunque ahora él estuviera de su lado, apenas conociera a la dulce protagonista… todo cambiaría.

Y cuando ese momento llegara, Eyra estaría preparada.

El carruaje se detuvo frente a los portones de la Academia Real de Cryovent. La nieve caía con suavidad, cubriendo los jardines y torres con una capa blanca que parecía no haber cambiado desde el día en que Eyra llegó por primera vez. Pero ella sí había cambiado. En su bolso, cuidadosamente protegidos por sellos de conservación, reposaban los cinco ingredientes que podrían cambiarlo todo.

La pelinaranja descendió del carruaje con paso firme. Oliver la siguió, cargando parte del equipaje y saludando con una sonrisa a los estudiantes que regresaban de sus semanas de descanso. Eyra no prestó atención a las miradas curiosas. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: la cura.

Durante los días siguientes, Eyra se encerró en el laboratorio de alquimia avanzada. Con permiso especial del director, y bajo supervisión de dos profesores, comenzó a trabajar en la síntesis de la fórmula. Oliver la acompañaba, ayudando con la preparación de los ingredientes, la medición de las dosis, y la estabilización de los compuestos.

La combinación era delicada. Cada planta tenía propiedades únicas, pero también riesgos. La Veridiana podía alterar el sistema nervioso si se usaba en exceso. La Euforbia Dorada debía ser neutralizada antes de mezclarse, o su toxicidad arruinaría el proceso. La Orquídea Plateada requería un catalizador mágico para liberar su esencia, y el néctar de la Flor Celestia solo podía ser activado bajo luz lunar.

Eyra trabajaba sin descanso. Sus manos se movían con precisión, sus ojos analizaban cada reacción, y su mente repasaba cada paso como si fuera una cirugía. Pero cuando la mezcla finalmente se estabilizó, ella no se conformó con los resultados alquímicos. Sabía que la plaga no era solo física: era una herida en el alma.

Así que preparó el círculo ritual.

En la noche del cuarto creciente, Eyra colocó el frasco de la mezcla en el centro de un círculo de sal y pétalos de Orquídea Plateada. Oliver observaba en silencio mientras ella encendía cuatro velas, cada una representando un aspecto de la sanación: cuerpo, mente, alma y legado.

Con voz firme, Eyra recitó el hechizo en la lengua antigua de los sanadores de Lysarien, una lengua que solo se pronunciaba en rituales de restauración profunda:

“Lumen vitae, radis et flamora,

texa anima per doloris mora.

Sanguis vetera, flos sacra,

reduna filum quod tempus lacra.

Veridiana pacis, Celestia somnis,

Euforbia purga, Orchidea sigillis.

Per lunaris oculum, per nomen memora,

sana corpus, anima, et vita perdita.”

La mezcla reaccionó de inmediato. Un resplandor plateado emergió del frasco, envolviendo el círculo con una luz suave y pulsante. Las velas se apagaron solas, como si la magia hubiera absorbido su fuego. El aroma cambió: ya no era solo dulce, sino profundamente vital, como tierra húmeda después de la lluvia.

Eyra abrió los ojos. Sabía que había funcionado.

—Ahora sí —susurró—. Esto no es solo una cura. Es una promesa.

Los profesores la observaron con respeto. Uno de ellos, un sanador retirado, tomó una muestra para analizarla con magia divina. Después de unos minutos, levantó la mirada con asombro.

—Esto no solo estabiliza el vínculo entre cuerpo y alma… lo restaura. Es como si tejiera de nuevo lo que la plaga desgarra.

Eyra no respondió. Solo cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el peso de los últimos años comenzaba a aligerarse.

La cura estaba lista.

Ahora solo quedaba probarla.