Catia Martinez, una joven inocente y amable con sueños por cumplir y un futuro brillante. Alejandro Carrero empresario imponente acostumbrado a ordenar y que los demás obedecieran. Sus caminos se cruzarán haciendo que sus vidas cambiarán de rumbo y obligandolos a permanecer entre el amor y el odio.
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Capitulo XII La frialdad de Alejandro
Esa noche la tensión entre ellos se hizo mucho más palpable, Catia no podía dormir pensando en los besos que se había dado con su jefe y de vez en cuando pasaba sus dedos rozando sus suaves labios. El solo hecho de saber que él estaba a unos pocos centímetros de ella despertaba un deseo que tenía que controlar.
—Deberías dormir, — advirtió Alejandro, su voz ronca.
Catia se quedó inmóvil al escuchar a su jefe.
—Lo siento, señor. La verdad es que todo esto me está ganando. — respondió ella con sinceridad.
—Sé que debe ser difícil para ti esta situación. Por lo que cuando termine seré yo quien esté en deuda contigo.
El silencio se instaló entre ellos, Catia se dio la espalda cerrando los ojos, ella ya no queria saber nada de deudas adquiridas, ella solo buscaba su libertad y poder continuar con sus estudios.
La mañana siguiente llegó con un faro de luz que iluminaba la habitación, Catia abrió los ojos encontrándose con la mirada fría de Alejandro.
—¿Qué hace? — pregunto la joven, su respiración acelerada.
—Solo observaba lo hermosa que te ves mientras duermes. — había una pizca de picardía en las palabras de Alejandro.
—Por favor señor, compórtese. Estamos claros que esto es solo un trato. — Catia había levantado una barrera entre ella y su jefe. Era de su conocimiento que Alejandro era solo un mujeriego que no se enamoraba y ella no estaba dispuesta a perder su dignidad frente a nadie.
—Por como van las cosas pronto serás mi esposa.
Alejandro entró al baño dejando a Catia sola en la habitación con la incertidumbre que había generado el comentario de Alejandro. Se suponía que era solo un acuerdo y que una vez que el abuelo retirará la amenaza sobre su empresa el trato terminaría y ella quedaría libre.
Catia se sentó en el borde de la cama y espero a que Alejandro saliera del baño, el debía aclarar lo que había dicho. Poco después salió su jefe envuelto solo en una toalla de la cintura para abajo dejando al descubierto sus pectorales.
—Al parecer el abuelo ordenó cambiar las batas de baño por simples toallas. — espero Alejandro despreocupado.
Catia volvió la mirada a otro lado, sintiendo cómo el calor subía por sus mejillas.
—Cada vez se vuelve más osado su abuelo. Creo que deberíamos volver a la ciudad.
Alejandro se quedó analizando las palabras de Catia, él sabía que si volvían a la ciudad perdería cualquier acercamiento con su asistente, por lo que debía inventarse un plan para que eso no ocurriera.
Después de cambiarse de ropa, ambos salieron de la habitación a encontrarse en el comedor con el abuelo y parte de la familia de Alejandro. Catia sabía que no sería nada fácil enfrentarse a esa gente nuevamente, pero si no quería arruinarlo todo tenía que ser más astuta que ellos.
—Al parecer los tortolos tuvieron una noche larga, — comento victoria con presunción.
—Eso no es asunto tuyo prima, mejor concéntrate en tus asuntos. — Alejandro era frío con cualquiera que amenazara su estabilidad emocional o económica.
—Solo fue una broma, primo, no deberías molestarte.
—Sabes muy bien que no me gustan las bromas, además lo que haga o deje de hacer con mi prometida no es asunto de la familia.
—¡Ya basta! — exclamó el abuelo perdiendo la paciencia. — Ustedes dos nunca se han llevado bien, pero ese comportamiento no lo aceptaré en mi mesa... ¿Qué pensará mi nueva nieta de sus discusiones?
Don Rafael extendió su mano invitando a Catia a sentarse a su lado, ese era el último día de ellos en la hacienda y quería pasarlo junto a ella, hablando de sus sueños.
—Cuéntame hija, ¿el bruto de mi nieto te está tratando bien?
Catia sonrió ante la expresión del abuelo, ella sabía que a Alejandro le estaba hirviendo la sangre ante los comentarios ofensivos de Rafael.
—Su nieto no es tan bruto como usted lo plantea, cuando estamos a solas el muy tierno y gentil. Además, que me cuida como a su mayor tesoro.
—Lo siento pequeña, pero no puedo creer tus palabras... conozco bien a mi nieto y su mayor tesoro siempre ha sido el trabajo, la empresa. Espero que de verdad puedas cambiar ese frío y despiadado corazón.
La salida de Don Rafael sumió el comedor en un silencio incómodo, roto solo por el sonido de los cubiertos. Los familiares de Alejandro estaban desconcertados por la emoción del patriarca. Catia sintió una punzada de culpa; su mentira había tocado una herida real en el anciano.
Alejandro, por su parte, estaba rígido, sus ojos fijos en la puerta por donde había desaparecido su abuelo. La debilidad de Don Rafael le daba ventaja, pero también le recordaba la magnitud de lo que estaba en juego.