alexia rencarna en la última novela que leyó después de haber muerto traicionada por su propia hermana...
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capítulo 15
En la frontera sur, la luna ya se había ocultado y el cielo comenzaba a adquirir un tono gris acerado, anunciando el amanecer. El Príncipe Sian había pasado las últimas horas descansando apenas, su mente demasiado enfocada en la audaz maniobra que planeaba.
Necesitaba ir a la Capital de Cristal inmediatamente; el mensaje que había enviado a el emperador y la llegada de las legiones de refuerzo le daban la cobertura necesaria, pero el tiempo era oro. No podía esperar a que el ejército de apollo llegara,
Se levantó antes de que saliera el sol. Su capitán, Marcus, estaba esperándolo con una pequeña escolta de los soldados más silenciosos y experimentados, todos vestidos con atuendos sencillos de viaje que ocultaban parcialmente la armadura ligera que llevaban debajo.
—Alteza, todo está listo —informó Marcus.
—Bien. El pueblo está asegurado y los prisioneros bajo vigilancia estricta. Las legiones que mi padre debe enviar debería llegar en un día o dos. Cuando lo hagan, Marcus, diles que fortalezcan la línea de defensa y mantengan la calma. No deben cruzar la frontera por ninguna razón a menos que sean atacados masivamente.
—Entendido, Alteza. ¿Está seguro de ir solo con tan pocos hombres? Es el corazón del reino enemigo.
—Estoy seguro. Si voy con un ejército, será una declaración de guerra. Si voy con una escolta, es una misión diplomática, aunque sea forzada. Además, no se trata solo de la fuerza de las armas. Mi presencia debe ser un choque para su Rey. Que vean la determinación del Imperio en un solo rostro.
Con las primeras luces del día, el Príncipe Sian y su pequeña comitiva se internaron en el territorio del Reino de Cristal.
Al adentrarse, la diferencia entre el lado imperial de la frontera y el lado de Cristal era brutal. Las aldeas cercanas a la línea divisoria estaban en ruinas, las casas quemadas o abandonadas. No había soldados de Cristal patrullando, ni señal de autoridad.
Mientras viajaban, Sian se encontró con escenas cada vez más desoladoras. Vio a plebeyos pidiendo comida a lo largo del camino, sus rostros demacrados. Peor aún, presenció cómo bestias salvajes atacaban a pueblos aún habitados sin que nadie del reino interviniera para defender a sus súbditos. El Príncipe, con un gesto, ordenó a su escolta intervenir y acabar con las bestias, ganándose inmediatamente la gratitud de los aldeanos.
Sian desmontó en un pequeño caserío que apenas se mantenía en pie. Se acercó a un grupo de ancianos.
—Soy un viajero. ¿Por qué su Reino los tiene en estas condiciones? ¿Dónde están los soldados de Cristal para defenderlos?
Los plebeyos se miraron con cautela antes de que una mujer hablara con voz quebrada.
—No hay ayuda aquí. El Rey es muy ambicioso. No le importa la gente común, Alteza. Solo le importa el oro y la expansión.
Otro hombre se unió a la conversación, la rabia encendiendo sus ojos.
—¡Nos cobra impuestos altísimos! Impuestos que dice son por orden del Rey. Si no pagamos, nos quitan todo y nos encierran o nos golpean. No tenemos nada.
—Y lo peor —susurró una joven con lágrimas en los ojos—, es que secuestran a las mujeres jóvenes de los pueblos. Se las llevan a la capital, dicen que para 'servicio'. Nunca volvemos a verlas.
Un anciano se postró a los pies de Sian.
—¡Por favor, señor! Usted parece un hombre importante, y benévolo Ayúdenos. Nos morimos de hambre y miedo, y a él Rey no le importa.
Sian sintió cómo la indignación crecía en su pecho. Esto era más que una disputa territorial; era una tiranía interna que Cristal estaba tratando de exportar a sus fronteras. La debilidad del Rey era la opresión de su propia gente, lo que hacía su ataque al Imperio aún más despreciable.
—veré que puedo aser no les prometo nada — dijo Sian.
El Príncipe ordenó a su escolta que compartieran sus provisiones restantes con los aldeanos. Luego, volvió a montar con una nueva resolución: no solo iría a negociar, sino que iría a poner fin a la tiranía de este Rey. Si la gente de Cristal ya lo odiaba, el Imperio sería visto no solo como un defensor, sino como un libertador. El viaje a la capital continuó con Sian sumido en sus oscuros pensamientos.
Mientras tanto, en la Capital Imperial, la Princesa Alina seguía su rigurosa rutina. Se encontraba en el patio de entrenamiento, sudando bajo el sol de la mañana. Su maestro, la observaba mientras practicaba esgrima contra uno de los soldados de la guardia, un hombre fuerte y mucho más experimentado que ella.
—¡Concentración, Alteza! —gritó el maestro.
Alina lanzó una estocada, pero el soldado la bloqueó con facilidad y, con un rápido movimiento, desarmó a la Princesa. El sonido de su espada cayendo sobre el pavimento resonó.
—¡Maldición! —murmuró Alina, frustrada, pero inmediatamente recogió su arma—. De nuevo.
Practicó sparring durante media hora, sin lograr derribar al soldado. Su técnica era excelente, pero aún le faltaba la fuerza bruta y la velocidad de reacción que venía con la experiencia de combate real.
—Descanse, Alteza —dijo su maestro, notando su agotamiento.
Alina tomó agua y respiró hondo. No se daría por vencida. Después del breve descanso, volvieron a la lucha. Esta vez, Alina se concentró en la defensa y el contraataque, usando el peso de su oponente contra él. En un momento, casi lo logra; su hoja rozó el flanco del soldado, un golpe que habría sido fatal en un combate real.
—¡Alto! —ordenó el maestro —. Suficiente por hoy. Hemos terminado la clase.
Alina dejó caer la espada, agotada, pero con una chispa de satisfacción en sus ojos.
—Casi lo logro.
—Sí, Alteza. Su habilidad táctica es innegable. Está cerrando la brecha. Mañana trabajaremos en la velocidad de su estocada.
Alina se despidió de su maestro y se dirigió a sus aposentos. Allí, la esperaban sus sirvientas junto a su Nana Zara.
—Alteza, déjeme ayudarla. Parece que ha luchado contra un ejército —dijo Zara con un tono de cariño mientras la ayudaba a quitarse la ropa de entrenamiento.
—Casi, Zara. Pero tengo que estar lista. Con lo que pasa en el sur, si llega la guerra, no puedo ser una dama en peligro a la que tienen que estar cuidando, quiero poder defenderme yo misma y matar a mis enemigos con mis propias manos
Después de un baño rápido, Alina se vistió con un elegante traje de corte y se dirigió a la oficina de su madre. La Emperatriz Elena la recibió con una sonrisa.
—Ah, ahí estás, cariño. Es hora de volver a los planes de la celebración. Necesitamos asegurarnos de que la atención esté en el esplendor del Imperio, y no en los problemas que genera el insolente de Cristal.
Durante las siguientes horas, madre e hija se sumergieron en la logística del evento, planeando el Gran Baile, la lista de invitados y los menús, manteniendo a raya la preocupación por lo pudiera estar pasando en el sur