La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.
—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.
Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.
Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.
—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.
Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.
—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.
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Capítulo 13
El día de domingo amaneció lloviendo. Arthur se retorcía en la cama queriendo ir al baño. La enfermera dormía tranquilamente en la habitación de al lado. Él no quería usar pañal desechable ni aceptaba quedarse desnudo frente a ella. Un hombre que ya había dormido con muchas mujeres, hoy vivía preso de una vergüenza de sí mismo.
Intentó salir de la cama solo y cayó al suelo golpeándose la cabeza fuertemente.
Arthur intentó pedir ayuda, pero la voz le faltó junto con sus fuerzas y, sintiendo fuertes dolores, se desmayó. Algunos minutos después, la alarma de la enfermera sonó para que le diera el remedio a Arthur. Ella se acomodó y fue hasta la habitación de él.
Al ver a Arthur caído en el suelo, la mujer se desesperó. Gritó por ayuda y rápidamente la gobernanta Vera apareció llamando a los guardias de seguridad de la casa.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo se cayó?
—No sé cómo se cayó, cuando llegué para darle el medicamento, el señor Maldonado ya estaba así. Necesitamos llamar a una ambulancia con urgencia —dijo la enfermera haciendo los primeros procedimientos. Los guardias de seguridad no pueden sacarlo de ahí. Su Arthur puede haber fracturado alguna parte del cuerpo.
La ambulancia llegó rápidamente y Arthur fue llevado al hospital. La enfermera y Vera lo acompañaron, mientras los guardias de seguridad se quedaron en la casa, aguardando instrucciones. En el hospital, los médicos diagnosticaron una conmoción cerebral y otras lesiones debido a la caída. Arthur fue internado para observación y tratamiento. La enfermera, visiblemente afectada, se quedó todo el tiempo al lado de él.
La madre de Arthur fue notificada y corrió al hospital. A partir de ese momento, la salud de Arthur se tornó la principal preocupación de todos. Ella fue hasta la enfermera para pedir explicaciones por qué su hijo se había caído de la cama.
—¿Cómo se cayó mi hijo? Usted es paga para cuidarlo y dejó que eso sucediera. Está despedida, salga de aquí ahora mismo antes de que llame a la policía.
Serena no quiso saber la respuesta de la enfermera.
Arthur aún estaba desmayado, pero respirando normalmente, algo que tranquilizó a los médicos.
Horas se pasaron y, finalmente, Arthur comenzó a despertar; la cabeza le latía y un dolor recorría su brazo izquierdo. Serena, que no había salido de su lado, percibió las primeras señales de consciencia del hijo.
—¡Arthur, mi hijo! ¿Me estás escuchando? —La voz de Serena estaba embargada por la emoción.
Arthur despertó aturdido. —¿Madre...? ¿Qué... qué sucedió? ¿Dónde estoy?
—Te caíste de la cama, mi amor. Pero ya está todo bien, estás en el hospital, los médicos están cuidando de ti.
La memoria de la caída volvió en flashes dolorosos. La tentativa de ir al baño, la caída, el dolor... Arthur intentó sentarse, pero el dolor en el brazo lo impidió.
—Mi brazo…
—Probablemente lo fracturaste en la caída. Los médicos van a hacer más exámenes. Intenta quedarte calmado.
Serena acarició los cabellos del hijo, aliviada por verlo consciente. La enfermera, que había sido dispensada por la madre de Arthur, regresó para ver cómo él estaba. Ella no había dejado el hospital, incluso habiendo sido despedida, y se quedó muy aliviada al ver a Arthur despierto. Después de eso, ella se fue sintiéndose más tranquila.
Mientras tanto, Sabrina se preparaba para la difícil visita al padre. La lluvia aún caía, pero había disminuido un poco, y una tristeza pesaba en su corazón. Julia llegó puntualmente para buscarla, trayendo un poco de conforto en medio a la tempestad.
El viaje hasta la prisión de seguridad máxima fue largo y tenso. A cada kilómetro recorrido, la ansiedad de Sabrina aumentaba. Al llegar, fueron recibidas con la frialdad y la burocracia típicas del ambiente. La revista, la espera, las rejas, todo contribuía para aumentar la angustia de Sabrina.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Sabrina se encontró delante de Joseph, separado por una pared de vidrio grueso. La visión del padre, visiblemente envejecido y abatido, con el uniforme naranja de la prisión, partió el corazón de Sabrina.
—Padre… —La voz de Sabrina falló. Las lágrimas, contenidas durante el largo viaje, finalmente rodaron por su rostro.
Joseph, al ver a la hija, esbozó una sonrisa triste. —Mi hija… Viniste.
La conversación, dificultada por el vidrio y por el teléfono, fue permeada por emoción y angustia. Joseph intentó tranquilizar a Sabrina, diciendo que estaba bien, a pesar de las circunstancias. Pero Sabrina veía el dolor en los ojos del padre, la injusticia de la situación.
—Padre, juro que te voy a sacar de aquí, dijo Sabrina, con la voz firme, a pesar de las lágrimas—. Voy a probar tu inocencia.
Joseph asintió, pero Sabrina percibió la sombra de duda en su mirada. La distancia, la burocracia, la lentitud de la justicia, todo parecía conspirar contra ellos. Pero Sabrina se agarró a la promesa que había hecho, la promesa de luchar por el padre, cueste lo que cueste. La visita, a pesar de dolorosa, renovó las fuerzas de Sabrina. Ella sabía que el camino sería largo y arduo, pero estaba determinada a recorrerlo hasta el fin, hasta ver a su padre libre. Aquel día, Julia también conversó con Joseph... La conversación no duró mucho, pero ella le prometió que cuidaría de Sabrina y que en breve estarían todos juntos nuevamente.
Después de la visita, Sabrina y Julia decidieron almorzar en un restaurante. El mismo estaba lleno, varias personas se reunieron en familia para disfrutar de la refección juntos aquel domingo.
—Quiero que en breve, podamos tener ese momento con mi padre —exclamó Sabrina queriendo demostrar firmeza.
—Amiga, no pierdas la fe. Yo creo que tu padre va a ser soltado muy en breve.
Julia intentaba consolar a la amiga, pero sabía que la situación de Joseph era bien complicada.
Mientras almorzaban, una noticia de última hora apareció en la TV. En la noticia decía que el CEO billonario, dueño de la empresa de tecnología, Arthur Maldonado había sufrido un accidente en casa y estaba internado en el hospital recuperándose.
Rápidamente Sabrina fijó los ojos en la tv. —¿Qué? ¿Su Arthur sufrió un accidente?
Ella quedó visiblemente afectada.
—¿Qué será que sucedió?
Julia percibió la preocupación de Sabrina e intentó confortarla.
—Calma, amiga. La noticia no dio muchos detalles, apenas dijo que él está recuperándose. Vamos a torcer para que no sea nada grave.
Sabrina, sin embargo, mal oía a Julia. Su mente estaba a mil. La preocupación con Arthur luchaba con la angustia por la situación del padre. Un torbellino de emociones la invadía. Culpa, miedo, ansiedad. Ella se acordó de la última llamada con Arthur, de la frialdad con que lo había tratado, de las palabras duras que había dicho. Y ahora, él estaba en el hospital, tal vez necesitando de ella, y ella allí, impotente, sin poder hacer nada.
—Necesito ir hasta allá, Julia, necesito saber cómo él está.
—¿Ahora, Sabrina? Acabas de salir de una visita extremamente desgastante con tu padre… Tal vez sea mejor esperar por más noticias, llamar al hospital…
—No, Julia, necesito verlo. No consigo quedarme aquí sin saber qué sucedió.
Julia, viendo la determinación de la amiga, cedió.
—Todo bien, vamos a terminar la refección e iremos hasta el hospital.
En camino al hospital, Sabrina llamó a Vera, la gobernanta de Arthur, pero no consiguió contacto. La angustia solo aumentaba. Al llegar al hospital, fueron informadas de que Arthur estaba en una habitación particular, pero que las visitas eran restringidas a la familia.
—Soy amiga de él, necesito verlo —insistió Sabrina.
La recepcionista, inflexible, repitió las reglas del hospital. Sabrina se sintió frustrada e impotente. No podía simplemente irse sin saber cómo Arthur estaba.