Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
NovelToon tiene autorización de Daniella cantillo para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 11 ¡Estás en mis manos! 3/3
Grei Villalobos
\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*\*
Me besa el cuello y me levanta entre sus brazos, mis piernas quedan apoyadas sobre su abdomen mientras avanzamos hacia el mesón, donde me sostiene mientras me besa. Intento alejarlo con mis manos, pero él toma mis muñecas y las coloca detrás de mí.
—Matteo, detente —le digo entre besos.
Él coloca su mano en mi seno, apretándolo suavemente, y luego pellizca mi pezón, lo que provoca que suelte un gemido.
—¿Cómo debes dirigirte a mí, muñeca? —me pregunta entre besos.
Me besa con una intensidad que me deja sin aliento mientras su mano recorre mi muslo, subiendo hacia mi intimidad. Él me besa el cuello mientras desliza sus dedos dentro de mi ropa interior. Veo una sartén y, con cuidado, la tomo; la aprieto en mis manos, sintiendo cómo él introduce sus dedos en mí. Intento golpearlo en la cabeza con la sartén, pero él se anticipa y detiene mi mano, lo cual me sorprende, ya que estaba absorto en mi cuello. ¿Cómo se dio cuenta? Rápidamente, le propino una patada en el hombro con toda mi fuerza, lo que lo hace retroceder. Tomo un cuchillo.
—Aléjate de mí, calenturiento. Quiero que me dejes ir.
Veo cómo sonríe de manera pícara, cruza los brazos y se recuesta sobre el mesón.
—Te estás comportando muy mal, muñeca. Así no se comportan las sumisas, y tu amo no está contento con lo que haces. Baja el cuchillo.
—No soy ninguna sumisa ni tú eres mi amo, loco de mierda. ¿De verdad crees que voy a acostarme contigo? Ridículo.
Me bajo del mesón, caminando de lado mientras lo apunto con el cuchillo. Él me observa con una sonrisa burlona.
—Dime, colombiana, ¿de verdad crees que puedes irte?
Lo veo soltar las manos y caminar hacia mí mientras retrocedo hacia la sala.
—Si te acercas más, no dudaré en clavarte este cuchillo.
Sigue avanzando hacia mí, y yo choco contra la puerta mientras intento abrirla, pero no se abre.
—Necesitas esta llave para abrir esa puerta, o cualquier otra de la casa —me dice, mostrando un juego de llaves mientras sonríe de forma burlona.
Sé que su mente está maquinando algo. Aprieto mi mano con determinación.
—Dámelas, Matteo. Quiero irme ahora —le grito.
—Ven por ellas.
—Déjalas en el suelo y aléjate.
Él sacude la cabeza en señal de negación, estira el brazo y comienza a hacer sonar las llaves.
—Si las quieres, ven a por ellas, muñeca.
Camino lentamente, sosteniendo el cuchillo. Me acerco a él, y cuando intento tomar las llaves, él las aprieta con un movimiento rápido, atrapando mi mano mientras intenta quitarme el cuchillo con la otra. Me resisto, lo que provoca que lo corte en la palma. Él me atrae hacia él, y con su otra mano logra despojarme del cuchillo, arrojándolo contra la pared, donde queda clavado. Observo cómo su brazo comienza a sangrar, pero no expresa ningún dolor. Se aleja mientras lo miro, sin mostrar ninguna emoción. ¿Acaso no siente que se está desangrando? ¿Tomará el cuchillo y me hará lo mismo? ¿Me matará?
—Lo siento, es tu culpa. Fuiste tú quien se cortó. No me hagas daño.
Él observa su pierna y luego su brazo, hace una mueca y se presiona la herida. Lo veo caminar hacia la cocina.
—Te doy un minuto para que vengas o te vas a arrepentir.
Lo observo alejarse mientras dirijo mi mirada hacia la puerta; necesito esas llaves para poder escapar. Mis opciones se agotan. Camino hacia la cocina con cautela y, al llegar, lo veo vertiendo alcohol sobre su herida y vendándola. Durante todo el proceso, no emite ningún gesto, como si no sintiera dolor. Levanta la vista, me observa y hace una señal para que me acerque. Dudo un momento, pero su mirada genera temor en mí, así que considero que es mejor no contradecirlo y me acerco, colocándome frente a él.
—Por favor, lo que hice estuvo mal. No quería lastimarte; solo quiero irme. Te lo pido, permíteme salir —le digo, tratando de sonar como niña buena mientras mis ojos se nublan.
—¿Quieres irte? Solo podrás hacerlo si cumples mis deseos. Serán solo unos días, luego te liberare. Vamos, colombiana, te prometo que te ofreceré el mejor sexo de tu vida. Sé que te gustará, y después no querrás irte. Sabes que podría obligarte y abusar de ti si así lo quisiera.
Siento que mi piel se eriza al ver cómo toca mi brazo. Trago saliva, y en el fondo sé que tiene razón; si realmente quisiera, ya me habría violado.
—¿Cuántos días debo estar aquí? ¿Cuándo podré irme si hago lo que me pides?
—Serán cuatro semanas. Después de eso, permitiré que te vayas. Pero si te resistes, te mantendré encerrada aquí durante un buen tiempo.
—Está bien, tú ganas.
Rodeó el mesón y me dirigo a la nevera, de donde saco huevos, salchichas y harina.
—¿Qué estás haciendo? —me pregunta con curiosidad.
—No hace falta preguntar lo obvio; voy a preparar el desayuno —le respondo, algo irritada.
Él se queda en silencio mientras empiezo a preparar el desayuno, elaborando arepas de huevo con salchichas. Luego, preparo el café. Una vez que todo está listo, le sirvo. Él observa el plato y luego me mira a los ojos.
—¿Qué pasó con los huevos y las salchichas? ¡Yo vi que los estabas haciendo! ¿Por qué solo me sirves arepa? —me pregunta con molestia.
—Porque están dentro de la arepa. ¡Solo come!
—¿Dentro de la arepa? ¿Y por qué?
Ruedo los ojos y respiro hondo, intentando mantener la calma ante tantas preguntas.
—Porque en la costa se preparan arepas de huevo de esa manera. Además, si uno lo desea, puede agregarle varios ingredientes. Solo pruébala; es más rica con suero, pero aquí no hay.
—¿Suero? ¿Qué es el suero? —me pregunta mientras toma la arepa y le da un mordisco; veo cómo sus ojos se iluminan.