**La vida perfecta no existe, y menos cuando la creamos basándonos en otras personas. Soy Elena Hernández, una mujer común que se enamoró del hombre perfecto. Juntos soñabamos con salir adelante y poder emprender nuestro propio negocio. Pero, para que esto pudiera ocurrir, uno de los dos debía sacrificar sus sueños. ¿Y adivinen quién se sacrificó?**
**Vivía en una burbuja que pronto me reventaría en la cara, haciéndome caer en el más profundo abismo. ¿Seré capaz de salir adelante? ¿Podré alcanzar mis propias metas? Acompáñame en este nuevo inicio y descubramos juntos de qué estoy hecha.**
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Capítulo XV Advertencia
Punto de vista de Andrew
Por casualidad me enteré del embarazo de Elena; era imposible, ya que se suponía que ella era estéril. En nuestros cinco años de casados intentamos tener un hijo, pero nada funcionaba, y ahora resulta que está embarazada y quién sabe de quién. Tenía que confrontarla; esto no se quedaría así, no me vería la cara, ya que era obvio que conmigo se cuidaba para no darme el hijo que siempre quise. Fui a buscarla a casa de sus padres; era obvio que buscaría refugio con ellos. "Señora Irene, ¿cómo está usted?", pregunté a mi exsuegra sonriendo como si nada hubiera pasado.
Ella me miró con asombro; sin embargo, me recibió con mucho amablemente. "Andrew, querido, qué de tiempo sin verte", mi exsuegra me recibió con agrado.
"Lo siento, señora, he estado algo ocupado; ya sabe que solo me dedico a trabajar", respondí mostrando mi faceta de hombre responsable.
"Por favor, pasa; no te quedes ahí parado", Irene abrió la puerta para que yo pasara. La casa era pequeña, así que en un solo paso llegamos a la sala donde se encontraba mi exsuegro tomando una taza de café y leyendo el periódico.
"Buenos días, señor Eugenio", saludé con amabilidad, aunque ese hombre nunca me había caído bien.
"¿Qué haces aquí? Pensé no volver a ver tu estúpida cara nunca más", la respuesta de Eugenio no me sorprendió; desde que me casé con su hija siempre me recibió de la misma forma.
"Siento molestarlos, pero necesito hablar con Elena; es urgente", tenía que ir al grano, ya que no quería estar mucho tiempo en aquella espantosa casa.
"Elena ya no vive aquí", dijo Eugenio con frialdad. "Por favor, no me la nieguen; ella tiene mucho que explicarme", respondí indignado. Eugenio se levantó notoriamente molesto.
"No tengo por qué decir mentiras; si estoy diciendo que ella no está aquí es porque no está. Ahora, si ya no tienes nada más que decir, te pido que te vayas de mi casa". Irene se mantuvo en silencio, ya que no se atrevía a llevarle la contraria a su esposo. Esa fue una de las razones por las que me casé con Elena; pensé que ella iba a ser dócil como su mamá, pero resultó ser una arpía que nunca obedecía.
"Siento haberlos molestado; buscaré a Elena en otro lado". Irene me acompañó a la puerta y antes de irme me dijo en voz baja que su hija estaba con esa amiga suya, la tal Lucía. Le agradecí y fui a la dirección que me dio Irene. Conduje hasta ese barrio de mala muerte donde ahora vivía mi ex; era increíble: Elena cada día estaba peor, aunque no sentí ni una pizca de lástima por ella. Subí las escaleras, ya que este edificio no contaba con ascensor. Llegué al quinto piso donde vivía la tal Lucía; llamé a la puerta y esperé unos segundos antes de que me abrieran. Finalmente, la puerta se abrió. Me quedé de piedra al ver lo hermosa que se veía Elena. Su piel estaba radiante y en sus ojos se reflejaba una luz especial, una que no tuvo cuando estaba conmigo. Me llené de ira, más de la que ya traía; sin poder contenerme le dije algunas palabras ofensivas e intenté golpearla. Levanté mi mano para darle una lección,el aire en el pasillo se volvió denso, como si todo lo que había creído se desmoronara a mi alrededor. La imagen de Elena, tan radiante y feliz, me llenó de una rabia ciega. ¿Cómo podía ella estar tan tranquila, tan plena? La ira me hizo olvidar por un momento el dolor de su traición aparente; solo quería gritarle, hacerle entender cuán profundamente me había herido. pero justo cuando me acerqué a su rostro, una mano sostuvo la mía. Mis ojos se abrieron cuando vi de quién se trataba: nada más y nada menos que el famoso Leonardo Villalobos, un hombre frío que se caracterizaba por no dejar impune ningún crimen. Sin embargo, lo que me sorprendió fue cuando se refirió a Elena como su mujer y ver la forma en que ella lo miraba; el brillo en sus ojos se hizo mucho más significativo, algo que nunca antes había visto en ella. Leonardo me lanzó al suelo sacándome de mi estado inerte y acercándose más a Elena mostrando una mirada más suave, como si no hubiera nadie más a su alrededor. De pronto volvió nuevamente hacia mí mostrando una expresión fría y amenazante; me dio una advertencia: “No tienes derecho a hablarle así”, dijo con un tono frío como el acero. Su mirada era fija y decidida; en ese momento entendí que no solo estaba enfrentando a Elena, sino a un hombre dispuesto a protegerla a toda costa. Por esta vez dejó que me fuera ileso, pero estaba seguro que la próxima vez me iría peor. No lo pensé dos veces antes de salir corriendo de ese lugar. Aunque esta batalla la había ganado él —ya que me encontró desprevenido— eso no quería decir que las cosas quedarían así; no me iba a importar quién era él para hacer pagar a Elena su burla.
Salí del edificio con el corazón acelerado y la mente hecha un torbellino. ¿Cómo había llegado a este punto? Mis manos temblaban por la frustración; no solo había perdido a Elena, sino también parte de mí mismo en este proceso destructivo. La imagen de su felicidad junto a Leonardo me perseguiría por mucho tiempo.
Mientras conducía hacia casa, los pensamientos se agolpaban en mi mente: ¿Era cierto que yo había fallado primero? ¿Había dejado escapar mi oportunidad al buscar consuelo en otros brazos? La ira seguía ardiendo dentro de mí, pero ahora también sentía un vacío profundo. La sensación de traición se mezclaba con la culpa, y no sabía cuál era más fuerte. Recordar que estaba embarazada alimentaba mi ira, ella me mintió me hizo creer que quería un hijo conmigo tanto como yo con ella, pero era mentira quien sabe cuantos métodos utilizo para no salir en estado, al menos eso era lo que yo quería creer.