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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El Giro que Desnudó el Silencio

El juego de darle la vuelta a la botella seguía girando, literalmente y furtivamente, pero el aire en el círculo estaba cargado de una tensión que no se disipaba. Javi, luego de su confesión bomba sobre que le gusto, evitaba mirarme, enfocándose en su lata de cerveza como si fuese lo más interesante del mundo. Nicolás, por otra parte, estaba más tenso que nunca, con los brazos cruzados y una expresión que oscilaba entre enojo y algo que no podía descifrar. Kassandra, quien todavía estaba sentada a su lado, intentaba mantener su sonrisa de reina, pero se notaba que estaba sintiendo el cambio de humor de Nicolás.

La botella apuntó a Clara, quien eligió un reto y terminó teniendo que enviar un mensaje de voz cantando “Happy Birthday” a su jefe de trabajo, lo que provocó risas histéricas en el círculo. Pero justo cuando Marcos estaba a punto de darle la vuelta a la botella otra vez, Nicolás se puso de pie de manera abrupta, haciendo así que todos se callaran por unos segundos.

—Esto es una mierda — masculló, con un tono cortante. No miró a nadie en particular, pero sus ojos pasaron por Javi antes de fijarse en el suelo.

—¿Qué te pasa, Nico? —inquirió Kassandra, mientras estiraba una mano para tocarle el brazo, pero él la apartó con un movimiento brusco.

—Nada, solo me cansé de esto —contesta, ya caminando en dirección a la puerta. Ignorando por completo a Kassandra, quien se había quedado con la mano en el aire y una expresión de incredulidad.

—Nico, venga, no seas así —intentó ella, levantándose a medias, pero él no se detuvo. Abrió la puerta del piso y salió, dejando un silencio incómodo que duró exactamente tres segundos antes de que la música y las risas lo llenaran de nuevo.

—¿Qué le picó? —dijo Mateo, y el otro amigo de Nicolás, solo se encoge de hombros mientras toma la botella—. Bueno, sigamos, que no se nos acabe la noche.

Kassandra se limitó a sentarse de nuevo, con una sonrisa forzada que no engañó a nadie. —Sí, que siga el juego —dijo, pero su tono tenía un filo qué hizo que todos se miraran entre sí.

—¿Todo bien, Kas? —preguntó Laura, con una cautela que parecía fuera de lugar en esta fiesta.

—Perfecto —contesta Kassandra, dándole la vuelta a la botella con más fuerza de la necesaria—. Vamos, que no estamos en un funeral.

El juego continuó, pero algo había cambiado. Javi estaba más callado, Kassandra se encontraba más agresiva con sus retos, y yo seguía sintiendo el peso de la confesión de Javi y la salida de Nicolás. ¿Por qué se enojó tanto? ¿Fue por Javi? ¿Por mí? La idea me dio un nudo en el estómago, pero no tenía tiempo de procesarlo porque la botella apuntó a Dani, quien había confesado que una vez se había quedado dormido en un examen y soñó que lo aprobó, lo que hizo reír a todos, incluso a mí.

Las horas pasaron en un borrón de retos absurdos, confesiones vergonzosas y preguntas que hacían que el círculo se retorciera de risa o incomodidad. Adrián participaba poco, pero cuando lo hacía, sus respuestas —siempre tranquilas, siempre interesantes— hacen que todos escucharan. En un instante, confesó que una vez se había perdido en un desierto en Marruecos y tuvo que pedirle ayuda a un pastor de cabras, y yo no podía evitar imaginármelo en ese escenario, con su cabello castaño revuelto por el viento. Pero evite observarlo, porque cada vez que lo hacía, sentía que él también me estaba observando, y no me encontraba lista para eso.

Sofía, fiel a su estilo, se robó el show con un reto donde tenía que imitar a un profesor de la uní, y lo hizo tan bien que Marcos casi se caía del sofá de la risa. Pero a medida que la noche avanzaba, el cansancio empezó a pesar. La música seguía sonando, pero la energía del círculo se desvaneció, y algunos empezaron a levantarse para bailar o buscar más comida.

Eran casi las tres de la mañana cuando Sofía se inclinó hacia mí, con los ojos brillando pero claramente agotada. —Lucía, creo que ya dimos todo lo que teníamos que dar aquí. ¿Nos vamos? Es tarde, y mañana no quiero parecer un zombi.

—Gracias a Dios —contesto, aliviada—. Pensé que nunca lo dirías.

—Oye, pero la pasaste bien, ¿verdad? —preguntó, y me dio un codazo mientras recogíamos nuestras cosas—. No me digas que fue un desastre.

—No fue un desastre —admití, y sonrió a medias—. Pero no me hagas venir a otra en una semana, ¿vale?

—Trato hecho. —Sofía se rió y luego se levantó, estirándose como un gato.

Estábamos a punto de dirigirnos a la puerta cuando Marcos apareció, con una lata de refresco en la mano y su misma sonrisa de siempre. —¿Ya se van, traidoras? La noche aún es joven.

—Joven para ti, tal vez —contesta Sofía, y se ajusta la chaqueta—. Pero nosotras necesitamos dormir. Gracias por la fiesta, fue épica.

—No las dejaré ir solas a esta hora —agregó Marcos, limitándose a dejar la lata en una mesa—. Las acompaño al metro. No quiero que me culpen si les pasa algo.

—No es necesario —comienzo, pero Sofía me cortó.

—Aceptamos, caballero —dice, y le da un golpecito en el hombro—. Vamos, que el metro nos espera.

Nos despedimos de Dani, Clara, y un par de personas más, mientras se supone que habíamos dejado a Kassandra quien seguía en el círculo según nosotros, ahora liderando un nuevo juego con un grupo reducido. Adrián estaba conversando con Sara en una esquina, y evité mirarlo, aunque una parte de mí quería grabar su rostro en mi memoria. Javi me saludó con un gesto tímido desde el sofá, y yo le devolví una sonrisa torpe, todavía sin entender cómo procesaría su confesión.

Cuándo salimos del piso, y el aire fresco de la ciudad nos golpeó como un alivio. Las calles estaban más tranquilas ahora, pero las luces de neón y el eco de los cláxones seguían dando vida al barrio. Caminamos hacia la estación del metro, con Marcos contándonos una historia absurda sobre cómo casi quemaba la cocina preparando las pizzas para la fiesta. Sofía se reía a carcajadas, pero yo estaba medio perdida, pensando en Nicolás, en Javi, en Adrian, y en este día que parecía haber durado una eternidad.

Estábamos cruzando una calle cuando Sofía se detuvo de golpe, tomándome del brazo. —¿Eso es...? No, no puede ser —murmura, con los ojos fijos en un callejón estrecho junto al edificio.

Observo en la dirección que señaló, y mi corazón dio un vuelco. Allí, contra la pared, bajo la luz tenue de un farol, se encontraba Kassandra. Su vestido rojo estaba subido hasta la cintura, y un chico la tenía arrinconada contra el muro, con las manos en su cuerpo y los labios en su cuello. Estaban... bueno, era obvio lo que estaban haciendo. El chico es alto, con el pelo corto y una camiseta del equipo de fútbol de la uní. Lo pude reconocer: es Bruno, un estudiante de ingeniería que siempre estaba en las fiestas del campus, conocido por ser el capitán del equipo de fútbol y por su reputación de conquistar a quien se le cruce.

—Dios mío, Kassandra no tiene límites —siseó Sofía, con una combinación de asco y fascinación—. ¿Con Bruno? ¿En serio? ¿En un callejón como si fuesen adolescentes?

—Shh, nos van a oír —susurro, jalando de su brazo para seguir caminando, pero mis ojos no podían apartarse. Kassandra soltó un gemido qué hizo que me sonrojara, y Bruno la apretó más contra la pared, claramente ajenos al mundo.

—¿Oírnos? —resopló Sofía, pero bajó el tono—. Están demasiado ocupados. Qué asco. Primero Nicolás, luego Diego, ahora Bruno. ¿Es que tiene una lista o qué?

—Déjalos, Sofia —agrega Marcos, aunque estaba conteniendo una risa—. Cada quien con lo suyo. Venga, que el metro está cerca.

Seguimos caminando, pero la imagen de Kassandra y Bruno se quedó conmigo, como una escena de una película que no había pedido ver. No sabía por qué me sorprendía. Kassandra siempre había sido así: descarada, sin filtros, viviendo como si el mundo fuese su escenario. Pero hay algo en esto, en la crudeza del callejón, que me hacía sentir... no sé, ¿triste? ¿Vacía? No por ella, sino por mí, por lo lejos que me sentía de ese tipo de vida.

Habíamos llegado a la estación del metro, y Marcos se despidió con un abrazo rápido. —Cuídense, ¿Vale? Y gracias por venir. Lucía, la próxima vez te toca cantar en el karaoke.

—Ni lo sueñes —contesto, y sonrió a pesar de todo.

Sofía y yo bajamos el andén, donde el rugido del metro logró envolvernos. Y mientras esperábamos, saqué mi cuaderno y comencé a escribir, bajo la luz parpadeante de la estación:

“𝑳𝒖𝒄𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒊𝒆𝒈𝒂𝒏,

𝒗𝒆𝒓𝒅𝒂𝒅𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒅𝒖𝒆𝒍𝒆𝒏.

𝑳𝒂 𝒄𝒊𝒖𝒅𝒂𝒅 𝒏𝒐 𝒅𝒖𝒆𝒓𝒎𝒆,

𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒚𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.”

Me limité a cerrar el cuaderno y miré a Sofía, que se encontraba revisando su móvil con una sonrisa cansada. La fiesta no había terminado, pero algo me decía que lo que comenzó esta noche —las miradas, las confesiones, las sombras— no iba a desaparecer tan fácil.

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