En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capítulo 10
Toma, —dijo, sacando un par de botas de cuero que llevaba en una linda bolsa. Se veía un poco distraído, como si no quisiera decir lo que realmente pensaba—. Póntelas. Sé que no son tacones, pero son cómodas. Créeme.
Lo miré un momento, extrañada, pero sin decir nada, tomé las botas. De todas formas, ¿qué más podría hacer? Los pies ya me dolían después de tanto caminar, y las botas me darían un respiro.
Me las puse, sintiendo la suavidad del cuero bajo mis pies, aunque la sensación fue completamente diferente. No era como mis tacones de alta costura, pero de alguna manera, me hizo sentir más... libre. Más yo. Como si estuviera tomando una decisión, algo tan sencillo como elegir un par de botas, que me separaba de la persona que solía ser.
—Gracias —le dije, aunque la incomodidad de la situación seguía presente. Era una sensación extraña, pero decidí ignorarla.
Kael asintió y sonrió, pero era una sonrisa ligera, como si no estuviera demasiado preocupado por las formalidades.
—No es nada, reina... digo, Elaria —corrigió rápidamente, con una sonrisa traviesa en los labios.
Nos dirigimos al lugar donde pasaríamos la noche. Era una posada modesta, sencilla. Parecía estar reservada para aquellos que solo necesitaban un lugar donde descansar antes de continuar con su viaje. Las paredes eran de madera, y el aire dentro olía a viejo y a humo. Los pasillos eran estrechos y un poco oscuros, con el sonido de pasos que resonaban de manera distante. Pero lo más importante era que, por primera vez en mucho tiempo, me sentía alejada de todo lo que me había angustiado. Aquí no había normas de la corte, no había miradas de desaprobación, ni el peso de una corona sobre mi cabeza.
Kael abrió la puerta de una habitación y me hizo un gesto para que entrara primero.
—Aquí estamos, —dijo. La habitación era simple, pero tenía una cama de tamaño adecuado, una ventana que dejaba entrar algo de luz, y un pequeño escritorio en una esquina.
Me detuve, mirando alrededor, pero no me sentía incómoda. Era un refugio temporal, y por una vez, no tenía que preocuparme por cómo debía comportarme o qué pensarían los demás.
—Yo dormiré en el sofá —dijo Kael con naturalidad mientras se dirigía al rincón donde estaba el sofá. Había algo despreocupado en su tono, como si ya estuviera acostumbrado a situaciones como esta. Me hizo un gesto con la mano. —Tú en la cama.
No sabía qué pensar. La propuesta era directa, y aunque en otra circunstancia habría preferido no compartir el mismo espacio con él, la fatiga de todo lo que había sucedido en las últimas horas me hizo aceptar sin protestar. No quería pelear por algo tan trivial.
Me dejé caer en la cama, tirando la bolsa con los vestidos a un lado. Cerré los ojos por un momento, escuchando el sonido de sus pasos mientras se acomodaba en el sofá. No podía evitar pensar en todo lo que había pasado, todo lo que había dejado atrás. Los rumores, mi padre, el compromiso que no pedí... y aquí estaba, en una ciudad que no conocía, con un hombre que tampoco conocía, pero que parecía tener más control sobre mi destino que yo misma.
La incomodidad de la situación no desapareció, pero algo en el aire me decía que quizás, solo quizás, este lugar podría ofrecerme algo que nunca habría encontrado en mi mundo de reglas y expectativas.
Kael, desde su lugar en el sofá, me miró una vez más antes de cerrar los ojos.
—No te preocupes, Elaria —dijo, su voz suave pero firme—. Mañana será un día mejor.
Me senté en la cama, observándolo. Sin saber por qué, sus palabras me dieron algo de consuelo.
—Kael... —mi voz fue suave, casi temerosa de romper el silencio que nos rodeaba—. ¿Por qué me ayudas? ¿Por qué me dejas quedarme contigo?
Él giró la cabeza lentamente, observándome con una ligera expresión de cansancio, como si no esperara esa pregunta. Durante un momento, se quedó en silencio, estudiando mi rostro. No había rastro de burla en sus ojos, pero su mirada era calculadora, como si estuviera midiendo qué tan profunda podía ser mi curiosidad. Finalmente, se sentó mejor en el sofá, levantando un brazo y recostándose en el respaldo, mientras cruzaba una pierna sobre la otra.
—¿Por qué no? —respondió con una sonrisa ladeada, casi indescifrable—. Tienes dinero, mucho dinero. Y yo, pues, necesito dinero.
Lo dijo con tal naturalidad que me hizo sentir una extraña mezcla de incomodidad y entendimiento. Claro, por supuesto. El dinero. Esa era la razón.
Pero algo no me cuadraba. ¿Por qué, entonces, había dicho aquello de que venía por mí? ¿Por qué había mencionado que me iba a llevar si no le había dado nada? Mi mirada se endureció al recordar aquellas palabras.
—¿Y... por qué me dijiste la otra vez que venías por mí? —pregunté, incapaz de callarme más. Sabía que había algo más, algo que no encajaba con la imagen de un ladrón interesado solo en dinero.
Kael vaciló un momento. Su expresión se tornó algo más seria, pero antes de que pudiera decir algo, vi cómo se tensaba. Parecía estar buscando las palabras correctas. Finalmente, suspiró y se pasó una mano por el cabello, con una ligera sonrisa en los labios, como si intentara restarle importancia a lo que acababa de preguntar.
—Era... broma. —Su voz sonó un poco más fría, como si se estuviera defendiendo—. ¿Cuántas veces te lo voy a decir? Era una broma. No hay nada más.
Me quedé mirándolo, buscando alguna pista en su rostro que me indicara que estaba diciendo la verdad. Pero sus ojos, aunque desafiantes, también parecían ocultar algo más.
—Está bien, no lo preguntaré más. —Me recosté un poco más en la cama, mirando al techo y tratando de distraerme con mis pensamientos.
Kael, aparentemente satisfecho con mi respuesta, se reclinó de nuevo en el sofá, dejando que el silencio volviera a invadir la habitación.
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