En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Los primeros lazos
El sonido tenue de la risa infantil llenaba la pequeña oficina que Jasón había preparado para Emma y Abby. No era un espacio cualquiera; él mismo se había encargado de decorarla con esmero, con paredes en tonos suaves, un pequeño escritorio lleno de crayones y papel, y una estantería que albergaba cuentos y juguetes. Aunque inicialmente pensó que ese lugar sería una solución temporal para mantener a su hija cerca, pronto se convirtió en el escenario de algo mucho más profundo.
Emma había comenzado a pasar las tardes en compañía de Abby, la joven encargada de la limpieza del edificio. Jasón todavía recordaba el día en que las sorprendió juntas, con Emma sentada en el suelo escuchando atentamente una historia improvisada de Abby. La conexión entre ambas había sido instantánea, y, por primera vez desde la pérdida de su madre, Emma había mostrado interés en abrirse a alguien.
Abby llegaba siempre puntual a la oficina de Emma, cargando con su sonrisa y su calidez. Desde el primer día, había decidido tratar a Emma no como una niña frágil, sino como una persona capaz de compartir pensamientos y emociones. Esa estrategia funcionó de maravilla.
—Hoy jugaremos a construir el castillo más bello para la princesa más hermosa del mundo—dijo Abby una tarde, desplegando un montón de piezas de madera frente a Emma, esa idea se le ocurrió luego de recordar cuando la niña mencionó que después de la muerte de su mamá ya no había castillos ni princesas.
Emma, que al principio era reservada y se limitaba a observar, comenzó a colaborar poco a poco. Con cada pieza que colocaba, Abby la animaba con palabras de aliento.
—Ese muro está muy firme. Creo que será el castillo más bonito del reino. ¿Qué crees que necesitaríamos para protegerlo?— preguntó Abby, guiñándole un ojo.
Emma pensó por un momento antes de contestar.
—Un dragón bueno, para que los malos se asusten y no se acerquen.
Ambas se rieron, y Abby se apresuró a dibujar un dragón sonriente en una hoja de papel. Esa tarde, mientras terminaban el castillo, Emma comenzó a hablar de su mamá.
—A ella también le gustaba construir cosas —dijo Emma, con la voz baja.
Abby no la presionó; simplemente escuchó, asintiendo con comprensión y dejándole espacio para continuar si lo deseaba. Poco a poco, Emma iba dejando salir su tristeza, envolviéndola en las dulces y cálidas interacciones con Abby.
Otra tarde, mientras dibujaban juntas, Emma soltó una pregunta inesperada.
—¿Tú tienes mamá?
Abby dejó el crayón sobre la mesa y la miró con una sonrisa tranquila.
—No, pequeña. Mi mamá se fue cuando yo era muy pequeña, como tú— respondió la muchacha, si bien no creía necesario que la niña supiera que ella había crecido absolutamente sola, pensó que tal vez hacerle ver que ella no era la única que sentía la falta de un ser querido, sería bueno para Emma.
La pequeña ladeó la cabeza, pensando en lo que Abby le había dicho.
—¿Te pone triste?
—A veces sí —admitió Abby—. Pero también me gusta pensar que, de alguna forma, ella siempre está cuidándome.
Emma asintió, como si esas palabras le trajeran un poco de consuelo. Abby siempre encontraba la manera de transformar momentos tristes en aprendizajes llenos de amor.
Un par de semanas pasaron y Jasón comenzó a notar cambios sutiles en Emma a medida que pasaban los días. Durante mucho tiempo su hija, había estado ensimismada, evitando hablar con extraños o siquiera mirar a los empleados de la oficina cuando caminaban por los pasillos. Pero ahora, la pequeña había empezado a saludar con un “hola” tímido al personal que encontraba en el camino.
Un día en particular, mientras Jasón y Emma salían juntos de la oficina, se encontró con uno de sus colegas en el ascensor.
—Hola, señorita Emma —dijo el hombre, sonriente.
Para sorpresa de Jasón, Emma respondió con una sonrisa pequeña y un leve saludo con la mano.
Jasón se quedó inmóvil por un momento, sintiendo una oleada de esperanza y alivio. Aquellas pequeñas acciones significaban mucho para él. Emma estaba saliendo de su caparazón, y sabía que Abby tenía mucho que ver con ello.
Cada tarde, cuando Jasón terminaba su trabajo, pasaba por la oficina de Emma para llevarla a casa. Siempre las encontraba sumidas en algún juego o actividad creativa.
Una tarde, al abrir la puerta, las vio disfrazadas. Emma llevaba una corona hecha de papel brillante, y Abby sostenía una varita mágica de cartulina.
—Papá, ¡eres un caballero del reino! ¿Vienes a salvarnos del dragón?— exclamó Emma, emocionada.
Jasón no pudo evitar sonreír ante la escena. Dejó su portafolio a un lado y se agachó para unirse al juego, algo que no había hecho desde que su esposa había fallecido. Las risas llenaron el ambiente, creando un recuerdo que atesoraría para siempre.
Con el paso de los días, Jasón también comenzó a notar el efecto que Abby tenía en él. Había algo en su calma y su calidez que lograba que todo pareciera menos complicado. A menudo se encontraba observándola interactuar con Emma desde la puerta de la oficina, sintiendo una mezcla de agradecimiento y admiración.
Una tarde, mientras las llevaba a casa en su auto, Emma se quedó dormida en el asiento trasero. Jasón aprovechó el momento para hablar con Abby.
—No tengo palabras para agradecerte todo lo que estás haciendo por Emma. Ha cambiado tanto desde que está contigo...
Abby sonrió con modestia.
—Emma es una niña maravillosa, Jasón. Solo necesitaba un poco de tiempo y alguien que la escuchara.
En ese momento, Jasón sintió un nudo en la garganta. Abby no solo había traído luz a la vida de su hija, sino también a la suya propia. Aunque no lo admitiera en voz alta, comenzaba a darse cuenta de que algo en su corazón también estaba cambiando.