Jalil Hazbun fue el príncipe más codiciado del desierto: un heredero mujeriego, arrogante y acostumbrado a obtenerlo todo sin esfuerzo. Su vida transcurría entre lujos y modelos europeas… hasta que conoció a Zahra Hawthorne, una hermosa modelo británica marcada por un linaje. Hija de una ex–princesa de Marambit que renunció al trono por amor, Zahra creció lejos de palacios, observando cómo su tía Aziza e Isra, su prima, ocupaban el lugar que podría haber sido suyo. Entre cariño y celos silenciosos, ansió siempre recuperar ese poder perdido.
Cuando descubre que Jalil es heredero de Raleigh, decide seducirlo. Lo consigue… pero también termina enamorándose. Forzado por la situación en su país, la corona presiona y el príncipe se casa con ella contra su voluntad. Jalil la desprecia, la acusa de manipularlo y, tras la pérdida de su embarazo, la abandona.
Cinco años después, degradado y exiliado en Argentina, Jalil vuelve a encontrarla. Zahra...
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Milan la aplaude, Londres la atrapa (Flashback )
Cuando el avión despegó, Zahra apoyó la frente contra la ventanilla.
Las luces de Raleigh quedaron atrás como brasas que por fin se apagaban.
Antes de abordar habia hablado con Keira Saviour su agente,Italia la esperaba.
Un desfile la esperaba, la esperaba el mundo que conocía, el que ella había construido.
Y por primera vez en semanas, sintió que recuperaba el control de su vida.
Cuando el avión se detuvo en la pista de Malpensa y el cinturón dejó de oprimirle la cintura, Zahra sintió algo parecido a un primer respiro. Italia olía distinto incluso antes de bajar.
El chofer que envió la marca la esperaba con un cartel, pero apenas cruzó la puerta del aeropuerto escuchó una voz conocida que se abalanzó sobre ella.
—¡Zaz! —Sofía la envolvió en un abrazo que casi le desarmó la valija—. Pensé que te ibas a arrepentir en el último minuto.
—No esta vez —respondió Zahra, aferrándose a ese cariño.
Milán estaba despierta, nerviosa, brillante como siempre. El backstage del desfile era un pequeño caos luces blancas, olor a laca, pasos rápidos, voces superpuestas. Zahra se sintió, por fin, en su elemento.
Y entonces, las vio.
Kendra y Freya estaban recostadas contra una mesa de maquillaje, impecables, hablando demasiado alto para no ser escuchadas.
—Estuvo muy entretenida la gala de beneficencia —decía Freya Zavasky, con esa sonrisa falsa—. Se te veía muy divertida con Jalil.
Kendra movió el cabello mirándose al espejo.
—La verdad que sí. Me invitó a un viaje, pero… ya sabes, tenía este compromiso —mintió con descaro.
A Zahra le ardió la sangre. Sintió el impulso seco, primitivo, de plantarse delante de ella y darle unos golpes pero solo apretó el puño.
Sofía le tocó la muñeca, suave pero firme.
—Ignoralas. No valen tu energía, enfocate.
El organizador aplaudió para llamar la atención.
—¡Señoritas, en posición!
Kendra tomó aire y avanzó, lista para colocarse detrás del telón.
—Lo siento —dijo el organizador, consultando una planilla sin levantar la vista—. Kendra, no abrirás el desfile. Abre Zahra.
Kendra giró indignada.
—Me habían dicho que yo sería la primera.
—Porque pensaron que Zahra no vendría —respondió él—. Pero es la cara de la marca. Abre ella.
El murmullo se cortó. Zahra dio un paso al frente, la luz del backstage recortándole el rostro. Se giró hacia Kendra, sostuvo su mirada unos segundos… y dejó caer la frase con una calma.
—No te castigues, Kendra. Ya sabes cómo es este mundo.—A veces se nace para ser la primera… y a veces para calentar el lugar.
Kendra se mordió la lengua. Zahra avanzó hacia la salida, sintiendo cómo el control —su control— volvía a encajar en su sitio. Y cuando la cortina se abrió, el ruido del público fue la bienvenida que necesitaba...
Bajo el cielo pálido de Burhan, Jalil terminó de firmar el último documento del día.
La tinta apenas se secaba cuando su teléfono vibró —un mensaje de Hassan—, pero lo ignoró.
Llevaba dos días encerrado en reuniones diplomáticas, y la idea de regresar a Raleigh, sabia que su esposa lo habia abandonado.
Mientras caminaba hacia la pista privada del aeropuerto, el aire caliente del desierto le pegó en la cara.
Hassan lo esperaba junto a la escalerilla del avión, serio, rígido.
—Señor… —empezó Hassan.
Jalil alzó la mano, cansado.
—Si es sobre el informe de seguridad, lo reviso en vuelo. Quiero llegar cuanto antes.
Hassan tragó saliva.
—No es eso. Es… su esposa ya la localizamos.
El paso de Jalil se detuvo.
—Habla.
—La encontramos señor, acaba de dejar Italia participó en un desfile y ahora se dirige a Londres.
La mandíbula de Jalil se tensó.
El silencio entre ambos fue breve, pero denso.
Jalil subió al avión con pasos medidos, controlados, pero por dentro ardía.
—Cambie el plan de vuelo—ordenó con la voz baja y firme—. Vamos a Londres.
El piloto lo miró sorprendido.
Hassan no se movió.
—Señor su padre lo espera.
Jalil se dejó caer en el asiento, clavando los dedos en el apoyabrazos.
—Voy a buscar a mi esposa exclamó él.
En pleno vuelo, Jalil abrió su computadora.
No esperaba encontrar demasiado; una nota, una mención secundaria, algo mínimo.
Pero el nombre “Zahra Hawthorne” apareció en cada búsqueda… como si el mundo entero hubiera despertado hablando de ella.
Los titulares brillaban en la pantalla, uno tras otro.
“La diosa Zahra conquista Milán.”
“Zahra Hawthorne; la perfección caminando.”
“La número 1 del mundo lo hace de nuevo.”
Jalil sintió un golpe seco en el pecho.
Abrió la primera nota.
Con un cuerpo que desafía toda lógica y un rostro de líneas puras que rozan lo irreal, Zahra Hawthorne volvió a demostrar por qué es la modelo más cotizada del planeta. Sus ojos de tormenta encendieron a la prensa desde el primer paso. La pasarela se inclinó ante ella.
Jalil apretó los labios.
Abrió otra.
La supermodelo regresó después de semanas de ausencia y, como siempre, hizo temblar el ambiente. Su presencia avanza como una ola inevitable, derribando todo a su paso. La transparencia del vestido firmado por Maison Rinaldi dejó al descubierto la silueta más fotografiada del mundo: una mezcla de poder, sensualidad y elegancia letal.
Y entonces…
la imagen.
Una fotografía de su esposa —su esposa— avanzando por la pasarela con un vestido transparente que abrazaba sus curvas miraban directo a la camara.
La futura reina de Raleigh envuelta en un vestido que ningún gobernante del mundo aprobaría para su reina.
A Jalil le ardió la mandíbula.
No sabía si era rabia, celos, o simplemente el choque violentísimo de verla.
Una última frase del artículo lo remató.
No hay pasarela que no caiga rendida ante Zahra Hawthorne. No hay modelo a su altura. No hay cámara que no la adore. Ella es el espectáculo.
Jalil cerró la laptop con un chasquido seco...
Zahra llegó temprano al set. Aún no había amanecido del todo y el frío europeo se sentía con todo.
La sesión era en un parque abierto, entre estructuras metálicas.
Su compañero esa mañana era Adrian Moretti, el modelo número uno del mundo, famoso por esa mezcla imposible de elegancia y fiereza que lo había vuelto un ícono global.
Alto, mandíbula perfecta, ojos de un azul helado.
Zahra sostenía una taza de té caliente entre las manos, la bufanda roja abrazándole el cuello, intentando robarle algo de calor a la mañana.
—Muy bien, chicos, terminemos con esto, vamos —gritó el fotógrafo.
Ella dejó la taza a un costado y caminó hacia Adrian.
La química entre ambos era tan profesional como arrolladora; podían encender una cámara con solo mirarse.
Adrian le rozó el cuello para acomodarle un mechón, luego deslizó los dedos por su mandíbula, siguiendo las indicaciones del fotógrafo.
Zahra levantó el rostro, entregándose a la pose.
Y justo entonces, entre el movimiento del set.
Jalil la vio.
Se detuvo en seco a pocos metros, como si algo lo hubiera golpeado por dentro.
La escena ardió ante sus ojos.
Su esposa, posando con un hombre cuya belleza natural lo volvía irresistible.
El dedo de Adrian recorriendo la línea de su rostro.
El cabello de Zahra entre sus manos.
Ella inclinándose hacia él con esa sensualidad.
Algo en Jalil se tensó, se encendió.
La ira le subió desde el estómago como un latigazo...
Zahra empujó la puerta del departamento con el hombro, agotada.
Había sido un día largo, helado, saturado de cámaras, luces y de la presencia sofocante de Adrian a pocos centímetros de su boca.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, lo único que quiso fue silencio.
Se metió al baño, dejó caer la ropa al piso y se metió bajo el agua caliente.
El vapor subió rápido, envolviéndola
eerró los ojos inspiró.
Llevaba un buen rato bajo la ducha y entonces lo oyó.
Un golpe sutil.
Zahra abrió los ojos de golpe.
Apagó la ducha, tomó la bata de seda y se la ajustó con manos temblorosas.
Enrolló el cabello húmedo en una toalla.
Salió del baño descalza, con el corazón retumbándole.
La luz de la sala estaba encendida.
Cuando dobló hacia el living, se quedó helada.
Jalil estaba sentado en su sillón, como si siempre hubiera pertenecido ahí.
Piernas abiertas, una mano relajada sobre el reposabrazos, la otra sosteniendo un vaso bajo de whisky.
El hielo tintineó cuando dio un sorbo, sin apuro.
Él levantó la vista hacia ella.
Esos ojos color ámbar la recorrieron de arriba abajo, la bata, la piel húmeda, la respiración alterada.
Zahra no dijo nada.
Tampoco él.
Hasta que apoyó el vaso en la mesa.
—Pareces sorprendida de verme, Zahra. ¿Por qué será, esposa?...
— ¿ Qué haces aquí?, ¿Cómo has entrado?.
— Por la puerta, la pregunta es ¿que haces tú aquí?, cuando yo te deje en Raleigh.
— No es obvio te abandoné, quiero el divorcio exclamó ella.
Jalil comenzó a reírse lo cual la enervo más.
— ¿En qué mundo de fantasía vives?, eso no va a pasar.
—No me puedes obligar a quedarme contigo.
— ¡Pero si es lo que querías!, sentenció Jalil.— Te conocí hace cuatro años, en el cumpleaños de tu prima, siempre has huido de mí. Hasta que me nombraron heredero, ahí me volví visible.
— ¡No fue así!, exclamó ella.
— ¿No?, eso no es lo que dice tu diario. Querías ser princesa. Te acercaste a mí en Esparta, me endulzaste y luego me dejaste para aparecer en Marambit y atraerme de vuelta y mandar a la empleada a llamar a tu tio.
— ¡No es así!, yo no lo mande a llamar.
—¡No te creo!.
— Te estoy diciendo la verdad, no pienso regresar contigo no dejaré que me sigas maltratando.
— ¿Te golpeó?. ¿He abusado de ti?.
— ¿Y qué me dices de tu forma de hablar?
— Soy sincero, tal vez mis formas no sean las correctas, pero soy sincero. Entiendo que para ti sea un concepto distante, ya que de esa boca solo salen puras mentiras.
— ¡No es así!, exclamó ella.
—¿No?, recapitulemos. Querías una corona y por eso te acercaste, ¿fingir no es mentir?.
Te dije que si eras virgen no me acostaría contigo. — Jalil sonrió.—
¡No soy virgen!, gritaste. Sorpresa, sorpresa. Me mentiste.
Pero no te alcanzo, hiciste correr el rumor de que me había acostado contigo y estabas embarazada.
Hasta Sharif llamo para reclamar.
— Yo no hice eso, nunca haría algo así.
— ¿Nunca mentirías?, te busque y te pregunte si te habías acercado a mí deliberadamente y en la cara me lo negaste, cuando ya conocía la verdad por leerla en tu diario.
— No voy a regresar.
— ¡No te pregunté si querías!. Jalil se puso de pie y se acercó a ella estiró su mano y le quito la toalla del cabello.
— No puedes forzarme.
— ¿Cuándo te he forzado?, pregunto él acercando su boca a su oído.— Adoro que seas tan alta— exclamó y deslizó sus labios por su cuello.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Desde la barra Zahra observaba a Jalil comer.
Se preguntó si lo sabía, si Mariana o Sharif habían dicho algo de Andy...
Jalil levantó la vista y la observó de perfil cobrándole a un cliente, tenía la misma mirada que en la cocina de la isla donde pasaron su luna de miel .