"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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También lo quiero conocer....
Mar apenas había dormido cuatro horas cuando la inoportuna alarma comenzó a sonar. El sonido le taladraba los oídos, y con pereza se obligó a ponerse de pie.
Kayla la había cubierto la noche anterior en el hospital como cada noche desde que él pequeño Jhosuat fue internado, pero ahora ella debía retomar su turno. Además, extrañaba con el alma a su tierno hijo.
Se dirigió al baño, abrió la ducha y dejó que el agua fría recorriera su cuerpo, despejando el cansancio que la mantenía aturdida. Luego se vistió con ropa ligera y cómoda. Mientras el café se preparaba, organizó rápidamente el apartamento: dobló una manta, lavó los platos que habían quedado en el fregadero y dejó todo en orden.
Al terminar, se preparó un sándwich, lo comió de prisa y fue a cambiarse a su habitación. Eligió un conjunto sencillo pero presentable para ir al hospital a ver a su pequeño.
El doctor Christopher había programado el trasplante para el martes siguiente. Había conseguido una prórroga de ocho días, tal como le había prometido a Mar. Ella debía firmar el acuerdo de que, al cumplirse ese plazo, pagaría la parte del dinero que le correspondía.
Mar solo rogaba poder cerrar cuanto antes el acuerdo con aquel cliente misterioso. Necesitaba ese dinero… y lo necesitaba ya.
Mientras tanto, en la Luxury Escorts Agency, Willy hojeaba el brochure con las fotos de Mar. La observaba con detenimiento, fascinado por la mezcla de inocencia y sensualidad que transmitía.
—Me harás ganar mucho dinero —murmuró para sí, con una sonrisa ladina, mientras contemplaba una de las fotos donde ella lucía un bikini que resaltaba sus curvas perfectas.
Tomó el teléfono y marcó un número.
—Buenas tardes, señor Santiago —dijo Willy, con tono seguro—. Le tengo a la chica tal como la pidió.
—Muy bien. Envíeme la información a mi correo. En cuanto la revise, le volveré a llamar —respondió Santiago, cortante, y finalizó la llamada.
Willy sonrió con satisfacción. Estaba seguro de que esta vez cerraría un trato perfecto.
Pero Santiago tenía la mente lejos de todo eso. La información sobre la acompañante le resultaba irrelevante. En ese momento solo pensaba en el pequeño Jhosuat. Había decidido ir al hospital a desearle suerte antes de su cirugía. Sabía que el día de la operación estaría de viaje y no podría verlo.
Ingresó al hospital con paso decidido. Ya había hablado con el doctor Christopher para que le permitieran visitar al niño. Mar, mientras tanto, se encontraba en administración firmando unos documentos y no lo vio entrar. El destino enredaria todo para que no se conocieran aún.
—Hola, mi valiente campeón —saludó Santiago al entrar a la habitación, con una sonrisa amplia y un regalo en las manos—. ¿Cómo estás hoy?
—¡Señor Santiago! Qué bueno verlo. Si hubiera venido unos minutos antes, habría conocido a mi madre —respondió Jhosuat, entusiasmado.
—Una lástima —dijo Santiago, sonriendo—. Quizás la próxima vez tenga el placer de conocerla.
Se sentó junto a la cama y le entregó el paquete.
—Mira lo que traje para ti.
Jhosuat abrió la caja y sus ojos se iluminaron. Dentro había una colección de motos en miniatura de distintas épocas: una Harley Davidson de los años 50, una Indian Scout de los 20, una Triumph Bonneville de los 60 y una Ducati 916 de los 90.
—¡Wow! ¡Qué genial! ¡Esta es una Harley Davidson! —exclamó con una sonrisa tan cálida que a Santiago se le encogió el corazón.
Santiago rió y se acomodó al borde de la cama, contándole la historia de cada modelo con entusiasmo. Jhosuat lo escuchaba fascinado, con esa curiosidad innata que lo caracterizaba.
La conexión entre ambos era innegable. Aquel niño de apenas cinco años tenía una inteligencia poco común, amaba los números, las historias y las cosas que despertaban su mente. Santiago no podía evitar sentir un extraño vínculo con él. Si no fuera porque siempre ha sido extremadamente, cuidadoso en sus relaciones sexuales, habría pensado que aquel pequeño podía ser su propio hijo.
—Me alegra que te haya gustado el regalo, Jhosuat —dijo Santiago, sonriendo—. Supongo que ya estás enterado de que la próxima semana será tu cirugía.
—Sí, ya lo sé —respondió el niño, con serenidad—. El doctor Christopher me lo contó. Mi madre cree que no sé lo grave que es mi enfermedad, pero desde que llegué aquí lo supe. Escuché a las enfermeras y al doctor hablar. No se lo dije a ella porque se preocupa mucho por mí… y no quiero verla triste.
Santiago sintió un nudo en la garganta.
—Eres todo un caballero, pequeño. Cuidar de tu madre así demuestra lo fuerte que eres y lo bien que ella te ha criado.
—Quiero ser quien siempre cuide de ella —dijo Jhosuat, con emoción—. Ella se ha esforzado mucho por mí, aunque a veces no tenga para ella misma.
Santiago lo miró con ternura.
—Cuando regrese, espero poder conocer a tu maravillosa madre —dijo él.
—¡Sí! Yo le diré que tú la quieres conocer —respondió Jhosuat, feliz.
Santiago se despidió con un fuerte abrazo. Al salir, aún sonreía, y aquella sonrisa no pasó desapercibida para las enfermeras, que lo observaban suspirando. Su porte y su carisma eran difíciles de ignorar.
Afuera lo esperaba su chófer, Rafael.
—¿A dónde lo llevo, señor? —preguntó, abriendo la puerta del auto.
—A casa de mis padres —respondió Santiago.
Cuando llegó a la mansión Lombardi, su madre ya lo esperaba.
—Hola, cariño. Te estaba esperando —dijo Elizabeth, besándolo en la mejilla—. Me contó Fernanda que últimamente vas mucho al hospital y no has querido hablar con ella.
—Madre —respondió Santiago con firmeza—, si no quieres que discutamos, por favor evita mencionarla. No tengo nada que hablar con Fernanda.
Elizabeth suspiró. Sabía que su hijo hablaba en serio.
—Entonces cuéntame —dijo ella, curiosa—, ¿qué te tiene tan interesado en el hospital?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Santiago.
—Madre, el pequeño para quien conseguimos el corazón… es mi amigo —dijo con emoción—. Es un niño encantador, dulce, inteligente. Quiero ayudarlo en lo que pueda.
Elizabeth lo observó, sorprendida. Nunca lo había visto tan conmovido.
—¿Puedo conocer al pequeño que ha logrado que mi hijo piense en algo distinto al trabajo y los contratos? —preguntó ella, sonriendo.
—Por supuesto —dijo Santiago—. Además, podrías ir al hospital el día de la cirugía. Me gustaría que estuvieras pendiente en mi ausencia.
—Claro que sí, cariño —respondió Elizabeth con ternura—. Mañana mismo iré a conocerlo.
Y así lo hizo. Al día siguiente, en horas de la tarde, Elizabeth llegó al hospital.
—Jhosuat —dijo Christopher con amabilidad—, tu amigo Santiago ha enviado a su madre a verte. Quiere que esté al tanto de ti mientras él regresa. ¿Quieres conocerla?
El niño miró a Kayla buscando su aprobación.
—Por mí no hay problema, cariño —respondió Kayla—. Puedes conocerla si quieres.
Cuando Elizabeth entró a la habitación, sus pasos se detuvieron de golpe. Al ver al pequeño, sintió que el corazón se le encogía. Era como mirar una versión infantil de su propio hijo.
—¿Cómo puede parecerse tanto a Santiago? —pensó, atónita.
Jhosuat la observaba con curiosidad, sus grandes ojos reflejando inocencia y asombro.
Elizabeth se inclinó hacia él y, sin poder evitarlo, lo abrazó con ternura. Fue un gesto espontáneo que tomó por sorpresa tanto al niño como a Kayla.
—Disculpa, cariño —dijo ella, sonriendo—. Es que te ves tan tierno que no pude evitar abrazarte. Mi nombre es Elizabeth, soy la madre de Santiago. Él me pidió que viniera a verte, te tiene mucho aprecio.
Mientras hablaba, acarició suavemente el cabello de Jhosuat, sintiendo una conexión extraña e inmediata.
Las emociones se agolpaban en su pecho. Ver a aquel pequeño era como mirar a Santiago a su edad… y aunque no comprendía por qué, algo dentro de ella le gritaba que ese niño no era cualquier niño.