BDSM ¿Abuso O Placer?

La noche ha caído sobre Milán con una brisa fresca que anuncia la llegada del otoño. Giorgia se abraza a sí misma mientras camina por las calles iluminadas, intentando ignorar la sensación de vacío que Vittorio ha dejado en su mente. Trata de convencerse de que no importa, de que todo lo que le dijeron en el club no significa nada. Pero sus palabras la persiguen.

El camino en taxi hacia su apartamento está lleno de pensamientos sobre ese hombre. ¿Por qué la hizo sentir así cuando nadie más lo había logrado? ¿Por qué cada advertencia se siente como un impulso para seguir adelante? Todo lo que vio en ese lugar, lejos de asustarla, ha despertado un interés excesivo en ella, y su instinto de periodista le dice que debe averiguar más, que debe sumergirse.

—Señorita, llegamos.

La voz del taxista la saca del caos en su cabeza. Paga la tarifa y se baja del vehículo, dirigiéndose a su apartamento, un lugar seguro donde puede tener control y tranquilidad.

El espacio es perfecto, ni muy grande ni muy pequeño. Los colores predominantes en la sala y la cocina son azul cielo y blanco, con cuadros de pinturas y lámparas de tonos pastel. Así es ella: colorida, pero tranquila. Al llegar a su habitación, el rosado se impone. La cama, cubierta con sábanas de seda en el mismo tono, es suave, y las cortinas con pequeños lazos contrastan con el brillo natural de la tela.

Se deja caer de espaldas en el colchón y suspira. Las preguntas regresan.

¿Por qué, después de no interesarme en este tema, ahora no puedo dejar de pensar en esto?

Giorgia nunca ha sido una rebelde, pero esta vez, cada "no" y cada "pero" son un desafío rotundo.

Durante días, no vuelve a saber de Livia. No contesta sus llamadas, su madre no tiene noticias de ella y en la universidad dicen que pidió un permiso. Todo esto la preocupa. Solo quiere abrirle los ojos, pero parece que su trauma y apego a ese hombre pesan más que las ganas de salir con bien de esa relación.

A pesar de todo, Giorgia sigue asistiendo a los talleres. En la parte teórica ya tiene todo lo necesario para su reportaje, pero quiere más. Quiere practicar, quiere emociones. Y eso es extraño en ella.

Mientras está en la universidad, su teléfono vibra con un mensaje. Lo revisa. Es Rodrigo. Necesita verla y le propone encontrarse en una cafetería por la tarde. Ella acepta sin dudarlo. Ese hombre se ha convertido en su amigo, y a veces siente que es como un hermano por la forma en que la cuida.

Las horas pasan entre clases, hasta que finalmente toma sus cosas y se dirige al encuentro.

Cuando llega a la cafetería, ya está cansada de pelear con sus propios pensamientos. Rodrigo está sentado en la mesa del fondo, con su típica postura relajada, pero cuando la ve, su expresión se endurece.

—Otra vez con esa cara —dice sin rodeos.

Giorgia suspira y se deja caer en la silla frente a él.

—No tengo cara de nada.

Rodrigo entrecierra los ojos.

—Has estado pensando en él.

No necesita decir el nombre. Sabe exactamente de quién habla.

—Déjalo, Rodrigo. No quiero otra de tus advertencias. Basta de peleas por eso.

—No es una advertencia —responde, cruzando los brazos—. Es un hecho. Vittorio no es alguien con quien puedas jugar.

Giorgia siente una punzada de irritación.

—¿Por qué? ¿Por qué todo el mundo habla de él como si fuera un maldito acertijo?

Rodrigo guarda silencio por un momento. Luego, con un tono más serio, dice:

—Porque hay cosas que no puedo decirte.

Eso solo la frustra más.

—Entonces no me digas nada.

Se levanta antes de que él pueda responder, sin darle oportunidad de seguir con su juego de medias verdades.

Horas después, en otro punto de la ciudad, Livia mira su copa de vino sin tocarla.

Matteo, sentado frente a ella, tamborilea los dedos sobre la mesa con impaciencia.

—¿Por qué siento que quieres decirme algo, pero no lo haces? —pregunta por fin.

Livia levanta la vista. Su relación con Matteo fue fácil al principio, pero últimamente algo no encaja. Desde que fue a la cueva y se enteró de que él estaba con Giorgia, todo se ha vuelto más difícil.

—Solo… estoy confundida —murmura.

—¿Confundida con qué?

Ella muerde su labio inferior.

—Con nosotros.

El silencio que cae entre ellos es denso. Matteo apoya los codos sobre la mesa y la mira fijamente.

—Si dudas de lo que tenemos, dímelo ahora. ¿O es por tu amiga y sus ideas locas?

Livia baja la mirada. No quiere hacerle daño, pero tampoco puede seguir engañándose a sí misma.

—No es que no te quiera, Matteo. Es solo que… no sé si esto es lo correcto.

Él exhala despacio.

—¿Hay alguien más?

—No —responde de inmediato.

Pero en el fondo hay algo más. Algo que no tiene nombre, pero que la hace sentir como si estuviera atrapada en una jaula invisible.

—Últimamente estás muy rebelde —dice Matteo, con una frialdad que la hace estremecer—. Me has obligado a encerrarte aquí. Soy el único que se preocupa por ti, y tú me pagas mal.

Livia niega con la cabeza.

—Ya te pedí perdón por eso, Matteo.

—No necesito que pidas perdón. Quiero tu obediencia. Tal vez lo mejor sea que busque a alguien más… No eres lo que necesito.

Las lágrimas caen por su rostro y su corazón late con fuerza. Su ansiedad comienza a apoderarse de ella. Siempre ha sabido que esto está mal, que debe dejarlo. Pero cuando lo ve como un hecho, su cuerpo entra en crisis.

—Calma —dice él, mirándola desde su silla—. Ven, siéntate a mi lado.

Ella obedece y se sienta en el suelo.

—No te preocupes —susurra Matteo, acariciándole el rostro—. Aunque lo mejor sería dejarte, no sería capaz. Solo debes ser más obediente. Deja tu rebeldía, mi amor.

Levanta su barbilla con los dedos y le sonríe. Sus ojos la perforan con una intensidad perturbadora.

—¿Sabes lo que deberíamos hacer?

Livia niega repetidamente.

—No, Mati… ¿qué deberíamos hacer?

—Irnos un tiempo. Casarnos en Francia, en la Torre Eiffel. Vivir juntos… de verdad.

El corazón de Livia se acelera. Es tan lindo… y ella tan desobediente. Por eso le cuesta hablar y poner límites.

—¿Qué dices, Livia? ¿Te casarías conmigo? Podemos dejar atrás todos estos problemas.

No sabe qué responder. No entiende por qué algo tan bonito se siente como una condena.