A veces perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo
NovelToon tiene autorización de Orne Murino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20 – El taller y un nuevo comienzo
El sol de la tarde se filtraba por los ventanales del taller, iluminando el espacio con una calidez especial. El murmullo de las máquinas de coser apagadas y el olor a cuero recién cortado se mezclaban con el aroma familiar del mate que Juliana tenía sobre el escritorio. Con el termo al costado y los dedos manchados de tinta, se inclinaba sobre un cuaderno de bocetos, trazando líneas que daban vida a nuevas carteras. Ese era su refugio: un mundo de formas, telas y colores donde nada ni nadie podía herirla.
Un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración. Levantó la vista, y ahí estaba Mattia. Elegante como siempre, aunque con un gesto distinto: más relajado, más humano.
—¿Se puede? —preguntó, con esa voz grave que a Juliana siempre le resultaba imposible de ignorar.
Ella sonrió, sorprendida pero contenta.
—Claro que sí, pasá. ¿Qué hacés por acá?
—Tenía curiosidad por ver tu reino —contestó, recorriendo con la mirada cada detalle del taller—. Siempre hablás de tus diseños con tanta pasión que pensé que tenía que verlo con mis propios ojos.
Juliana sintió un cosquilleo extraño en el pecho. No estaba acostumbrada a que alguien quisiera conocer su mundo sin otra intención más que acompañarla.
Mientras lo guiaba entre mesas llenas de telas, moldes y carteras a medio terminar, Mattia escuchaba con atención genuina. Cada vez que ella señalaba un detalle —el corte de un asa, la costura reforzada en los bordes, la elección de un color para la temporada— él la miraba fascinado.
—Nunca había visto a alguien brillar tanto hablando de su trabajo —dijo de pronto, sin filtro.
Ella bajó la mirada, sonrojada. Ese tipo de comentarios la desarmaban.
Mica apareció en ese momento, cargando una caja con muestras de telas.
—Hola, Mattia —saludó con timidez.
Él le sonrió de manera amable y cortés. Mica, sin poder evitarlo, se sonrojó también. Juliana lo notó y reprimió una sonrisa: su amiga, que pocas veces se dejaba intimidar, parecía de pronto una adolescente.
—¿Querés un mate? —preguntó Juliana, buscando romper el silencio divertido.
Mattia arqueó una ceja, curioso.
—Acepto… aunque debo confesar que nunca lo probé.
Juliana le alcanzó el mate y el termo. Él lo tomó como si fuera un objeto misterioso.
—¿Y ahora qué hago?
—Tenés que cebar —respondió ella, riendo—. Agua caliente hasta acá, nada más. Y después tomás.
Mattia siguió las instrucciones, pero el primer sorbo lo hizo fruncir la cara.
—Es… fuerte.
Juliana soltó una carcajada sincera que resonó en el taller.
—Ya te vas a acostumbrar. El mate no es solo la bebida, es el ritual.
Él la miró de una manera distinta, como si entendiera que ese gesto cotidiano era un pedacito de su vida que ella le estaba permitiendo compartir. Y en ese instante, sin que ninguno lo dijera, algo cambió entre los dos.
Mientras seguían caminando por el taller, Juliana lo observaba en silencio. Pensó en todo lo que había pasado: el dolor, la traición, el miedo. Pero ahora estaba ahí, mostrándole su mundo a alguien que la miraba con respeto y ternura. Fue entonces cuando lo sintió con claridad: ya no quería seguir atada a su pasado.
—Estoy pensando en vender la casa —dijo de repente, como si necesitara sacarlo de adentro.
Mattia la miró sorprendido.
—¿La casa donde vivías con él?
—Sí. Ya no es un hogar para mí. Solo paredes frías cargadas de recuerdos que no quiero. Quiero empezar de nuevo, buscar un lugar en un barrio privado, seguro… donde él no pueda alcanzarme.
Hubo un silencio breve. Mattia le tomó la mano, un gesto sencillo pero lleno de fuerza.
—Es lo mejor que podés hacer, Juliana. Y no estás sola para dar ese paso.
Ella lo miró a los ojos. El contacto era suave, nada apresurado, pero cargado de promesas que no necesitaban palabras.
Mica, desde su mesa, fingía estar concentrada en sus telas, pero no podía evitar sonreír al ver la escena.
Juliana sintió un nudo en la garganta, mezcla de miedo y esperanza. Estaba comenzando algo nuevo, algo suyo. Tal vez hasta algo con Mattia.
El momento fue interrumpido por el sonido de un celular. Mattia lo tomó, leyó un mensaje y frunció el ceño.
—Disculpá, es del estudio. Nada grave, pero debo responder más tarde.
Ella asintió, y antes de irse, él se inclinó y le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Un gesto pequeño, pero que la dejó temblando por dentro.
Cuando finalmente se fue, Juliana se quedó sentada frente a sus bocetos. Sintió que el aire del taller tenía otro peso, más liviano, más esperanzador.
Sin embargo, lejos de allí, en su departamento vacío, Martín hundía otro vaso de whisky. Rodeado de silencio y de paredes demasiado blancas, la idea fija lo consumía: Juliana ya no era suya. Y la obsesión crecía como un veneno, empujándolo a pensar en formas desesperadas de recuperarla.
Juliana, mientras tanto, no lo sabía aún, pero estaba dando los primeros pasos hacia un renacer que ya nadie podría detener.