Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.
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Capítulo 7: El Hijo Favorito de Dios
La oficina de Lark Media, ubicada en un edificio antiguo de Manhattan, parecía más un barco que se hundía que una empresa en funcionamiento. Papeles apilados en los escritorios, pantallas apagadas por falta de pago de energía en algunos sectores, empleados caminando con caras cansadas… todo transmitía un aire de derrota.
—Dada la situación actual, ¿está Lark Media condenada? —preguntó Adrián en voz baja, su tono era tan sereno que parecía no corresponder a la gravedad de la conversación.
—Sí… —respondió Richard Quinn, con un suspiro casi resignado.
Adrián respiró hondo, cruzó las manos sobre la mesa y dijo con calma:
—Entonces la adquiere yo.
El aire en la oficina parecía romperse en dos. El silencio cayó como un trueno.
La voz de Adrián no era alta, pero para Richard sonó como una explosión.
El cigarrillo que tenía entre los dedos se le cayó al suelo. Lo miró con los ojos muy abiertos, sin poder creer lo que acababa de oír.
Después de unos segundos, soltó una carcajada nerviosa.
—No pretendo ofenderte, Adrián —dijo, limpiándose una lágrima de risa—, pero aunque Lark Media esté al borde de la bancarrota, el alquiler mensual de este edificio es una locura. Sin mencionar los equipos, los derechos y el personal. Aprecio tu intención, de verdad… pero esto no es un juego.
Para Richard, Adrián siempre había sido un joven talentoso pero relajado, un streamer carismático con buena suerte, no alguien con los bolsillos para comprar una compañía entera.
Era pura lógica:
¿Qué millonario perdería el tiempo transmitiendo videojuegos en Twitch, aguantando los trolls del chat y los mensajes sarcásticos del público?
¿Y además seguir en rango Plata después de tanto tiempo?
Un rico de verdad habría contratado a un profesional para subirle la cuenta.
¿Acaso las fiestas lujosas, los coches deportivos o las chicas hermosas habían perdido su encanto?
Adrián sonrió sin rastro de molestia.
En el fondo, le divertía que lo subestimaran.
—Si no me crees —dijo con tranquilidad—, pregúntale a Helen.
El corazón de Richard dio un vuelco. Algo en el tono de Adrián sonaba demasiado serio. Se levantó de golpe y gritó hacia el pasillo:
—¡Helen! Ven un momento.
Varias cabezas se asomaron desde los cubículos.
Los empleados intercambiaron miradas curiosas, algunos con cierta compasión por el agotado director general. Pero Richard no reparó en eso. Sentía que Adrián acababa de lanzarle una cuerda de rescate.
Pocos segundos después, Laura Miller apareció en la puerta, elegante como siempre, con una expresión de leve desconcierto.
—¿Qué ocurre, Richard?
—Adrián dice que planea adquirir Lark Media —dijo Richard, con voz temblorosa, sin poder ocultar el escepticismo—.
¿Te parece realista?
Antes de que la puerta se cerrara, Laura respondió sin dudar:
—Cómprala. Si Adrián dice que puede, créeme, puede hacerlo.
Richard la miró, atónito.
Ella le sostuvo la mirada con serenidad, luego señaló el colgante que Adrián llevaba al cuello.
—¿Sabes cuánto cuesta ese colgante de oro blanco con diamantes? —preguntó.
Adrián se lo quitó sin decir palabra y lo dejó sobre la mesa.
Laura sonrió levemente.
—Un millón trescientos veinte mil dólares —dijo—. Solo ese accesorio vale más que el auto de cualquiera en este edificio.
Richard parpadeó, mudo.
Laura siguió hablando, sin prisa:
—Y el Rolls-Royce aparcado en su garaje cuesta lo suficiente para cubrir toda la deuda de la empresa. Créeme, Adrián puede comprar Lark Media solo si así lo desea. No juzgues un libro por su portada.
El rostro de Richard se tensó. Lo comprendió.
Durante toda su vida había trabajado sin descanso, luchando por cada dólar… y aquel joven frente a él, con una sonrisa tranquila, era literalmente el tipo de persona que los dioses habían bendecido.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó finalmente, todavía aturdido.
Adrián soltó una carcajada suave.
—¿Y para qué? ¿Necesito hacer un test de crédito para poder ser streamer? Yo empecé esto solo por diversión. Pero si me das un buen trato, firmamos el contrato. Es así de fácil.
Richard se pasó una mano por el cabello, incapaz de decidir si estaba soñando o no.
Laura lo miraba con una sonrisa cómplice, pero enseguida cambió el tema:
—Adrián, ¿por qué quieres adquirir Lark Media? —preguntó con curiosidad.
—Porque ya no quiero ser simplemente un presentador. Quiero construir algo propio.
—¿Serás mi jefe entonces? —bromeó ella, arqueando una ceja.
—Eso es solo el principio —respondió él, en tono medio serio—. No sé nada de la estructura interna de la empresa. Personal, finanzas, regulaciones… Tendré que contratar a alguien para hacer una auditoría completa antes de iniciar la compra. Y si no llegamos a un acuerdo con el precio, todo se quedará en palabras.
Había dos razones detrás de esa decisión.
La primera: sus padres aún no sabían nada sobre su fortuna. Necesitaba una manera legítima de explicar su repentino ascenso económico, una fachada sólida que justificara su estilo de vida.
La segunda: Claire Williams.
Sí, la hermosa y talentosa gerente de contenido.
Adrián estaba completamente seguro de que era ella quien le interesaba, pero no conocía su verdadero carácter.
¿Era noble o superficial? ¿Su visión del dinero destruiría un amor genuino?
Todas esas preguntas lo mantenían pensativo.
Richard interrumpió el silencio con tono apurado:
—Adrián, no creas que intento engañarte. Si no me crees, puedo mostrarte toda la empresa. Ven, te haré un recorrido.
Para él, Adrián era la única esperanza de evitar el colapso de Lark Media. Y una vez que tuvo esa cuerda en las manos, no pensaba soltarla.
—De acuerdo, muéstrame la empresa —aceptó Adrián, sonriendo.
El rostro de Richard recuperó algo de su viejo entusiasmo.
—Perfecto, te enseñaré cada departamento.
Mientras caminaban por los pasillos, Laura lo observaba de reojo.
—¿Cuál es tu verdadero motivo? —preguntó en voz baja.
Adrián sonrió sin mirarla.
—Ninguno en especial. Solo quiero divertirme siendo jefe.
Ella soltó una carcajada.
—No te creo. Eres demasiado flojo para eso. Si transmites cuatro horas y ya te cansas, ¿aguantarás ocho horas diarias en la oficina? No me engañes, seguro hay una chica involucrada. ¿No será Emma de Finanzas?
Adrián la miró con expresión seria.
—Podrías intentar ser más normal, Helen.
Ella se rio, cubriéndose la boca, pero él añadió con calma:
—Por desgracia, te equivocas de persona. Voy tras Claire Williams.
Laura levantó las cejas, sorprendida.
Lark Media Inc. contaba con 237 empleados divididos en siete departamentos: Promoción, Operaciones, Gestión de Talentos, Tecnología, Administración, Finanzas y Contenido.
Claire era la gerente del Departamento de Contenido, el corazón creativo de la empresa.
Su equipo se encargaba del desarrollo de videos cortos, ideas para transmisiones, análisis de tendencias y diseño de campañas. Era el alma de la marca.
Mientras recorrían las oficinas, Adrián notó los vacíos: los directores de Promoción y Operaciones habían sido contratados por empresas rivales.
Richard suspiró con pesar.
Finalmente, llegaron al Departamento de Contenido.
Era amplio, luminoso, lleno de energía. Cámaras profesionales, luces, micrófonos, decorados de sets y pantallas LED.
Y sobre todo, un ambiente vibrante.
La mayoría del personal eran jóvenes mujeres con aire entusiasta, grabando clips para redes sociales. Reían, ajustaban cámaras, repasaban guiones. Los pocos hombres cargaban trípodes, cables y equipo de iluminación.
Entonces la vio: Claire Williams.
Seguía siendo tan impresionante como la primera vez.
De pie junto a una cámara, con los brazos cruzados, daba instrucciones con voz firme.
Su expresión concentrada y el leve ceño fruncido le daban una autoridad natural.
Cuando notó la presencia de Adrián y los demás, su mirada se suavizó.
Caminó hacia ellos con paso seguro, una elegancia discreta que dominaba el ambiente.
—Señor Quinn —dijo, dirigiéndose a Richard—, ¿cuándo podremos recibir el pago del mes pasado? Todos tenemos familias que mantener, y la situación se está volviendo insostenible.
Su voz era dulce, clara, como el eco de una melodía suave.
Adrián la observó en silencio, fascinado.
—Solo llevas un mes sin cobrar —comentó él con media sonrisa—. Yo llevo tres.
Richard se rascó la cabeza, incómodo, tratando de disimular la vergüenza.
Claire, sin perder la compostura, extendió la mano hacia Adrián.
—Encantada de conocerte. Soy Claire Williams, gerente de Contenido de Lark Media.
Él correspondió al gesto.
—Adrián Foster.
Sus manos se tocaron brevemente. La de ella era suave, cálida, de piel tersa, con uñas perfectamente cuidadas.
Adrián sintió un leve escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura del aire.
El calor de su mano derritió por completo los gélidos sentimientos que llevaba dentro.
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