Me hice millonario invirtiendo en Bitcoin mientras aún estudiaba, y ahora solo quiero una cosa: una vida tranquila... pero la vida rara vez sale como la planeo.
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Capítulo 7: El Hijo Favorito del Destino
La oficina de Coleman Media, ubicada en un edificio antiguo de Manhattan, parecía más un barco que se hundía que una empresa en funcionamiento. Papeles apilados en los escritorios, pantallas apagadas por falta de pago de energía en algunos sectores, empleados caminando con caras cansadas… todo transmitía un aire de derrota.
En medio de ese ambiente decadente, Richard Coleman, el director, estaba sentado detrás de su escritorio con un cigarrillo mal apagado entre los dedos. El traje le colgaba arrugado, la corbata floja, y sus ojeras hablaban por sí mismas: meses de insomnio, deudas y miedo a perderlo todo.
—Dada la situación actual —preguntó uno de los pocos socios que aún quedaban—, ¿está Coleman Media condenada?
—¡Sí! —respondió sin rodeos un contador desde la esquina, con un suspiro que parecía una sentencia.
El silencio posterior fue tan denso que se podía escuchar el zumbido de los fluorescentes.
En ese momento, Adrián Foster dio un paso al frente. Con las manos en los bolsillos de su chaqueta de diseñador y una calma que contrastaba brutalmente con el caos de la sala, soltó con una voz firme:
—Entonces la adquiriré yo. Comprar é Coleman Media.
El tiempo pareció detenerse. El sonido de la ciudad se apagó tras los ventanales, y hasta el humo del cigarrillo de Richard quedó suspendido en el aire. Lo que acababa de escuchar lo golpeó más fuerte que cualquier deuda.
El cigarrillo cayó de sus dedos temblorosos y rodó hasta la alfombra. Sus pupilas se dilataron.
—¿Qué… qué dijiste? —balbuceó, incrédulo.
Adrián repitió con un tono aún más sereno, como si hablara de pedir un café en Starbucks:
—Voy a comprar tu empresa.
Richard lo miró en shock, y de repente estalló en una carcajada amarga. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa que más parecía un grito de desesperación.
—¿Tú? —dijo entre carcajadas—. Escúchame, chico… el alquiler de esta oficina cuesta más de lo que podrías imaginar, y ni hablar de los pasivos y los contratos. No eres consciente del monstruo que estás mencionando. Te agradezco la buena intención, pero esto no es un juego.
Lo decía con la seguridad de un hombre que daba por hecho que Adrián estaba bromeando. Para él, ese joven no era más que un streamer con algo de éxito en Twitch, un chico simpático con talento para entretener a su audiencia, pero nada más.
Después de todo, ¿qué millonario pasaría sus noches jugando videojuegos en línea, lidiando con trolls en el chat y riéndose de memes?
—¿Será que no tienes fiestas lujosas que atender, autos deportivos que manejar o mujeres hermosas que perseguir? —pensó Richard con desdén—. No, tú no eres de los que realmente tienen dinero.
Pero Adrián no se ofendió. Al contrario, sonrió con calma.
—Si no me crees, pregúntale a Emily Carter.
Richard, desconcertado, alzó la voz:
—¡Emily! ¡Ven aquí, rápido!
Los empleados en los pasillos miraron con curiosidad. El director parecía un hombre ahogado que acababa de ver una cuerda caerle desde el cielo.
Emily entró al despacho con su habitual porte elegante, pero con el ceño fruncido por la tensión.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Este chico… —Richard lo señaló— dice que quiere comprar Coleman Media. ¿Es cierto que podría hacerlo?
Emily miró a Adrián con una ligera sonrisa. Sabía que no estaba fanfarroneando.
—Claro que puede —respondió sin titubear—. Comprar esta empresa sería para él lo mismo que para ti invitar a alguien a cenar.
Richard se atragantó con su propio aire.
Emily continuó con calma, como si desnudara la verdad frente a todos:
—¿Recuerdas ese colgante de oro con incrustaciones de diamantes que Adrián siempre lleva? Su valor supera el millón de dólares. Ese collar solo… ya cubriría gran parte de tus deudas.
Adrián se sacó el colgante y lo dejó caer sobre el escritorio. El brillo del oro y los diamantes golpeó a Richard como una bofetada.
—Y eso es solo un accesorio —añadió Emily, con un aire de triunfo—. El Rolls-Royce que conduce Adrián cuesta más que tu empresa completa.
El silencio se volvió absoluto. Richard no podía creerlo. Toda una vida de sacrificios, reuniones, noches sin dormir… y aquel joven trataba sus lujos como simples caprichos.
Richard se llevó las manos al rostro, avergonzado.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó casi con un hilo de voz.
Adrián sonrió.
—¿Tenía que hacerlo? ¿Hace falta un currículum financiero para ser streamer? Yo hago transmisiones porque me divierten, no porque necesite el dinero.
Emily lo miró fijamente.
—Entonces, dime, ¿por qué quieres adquirir Coleman Media?
Adrián sostuvo su mirada con seriedad.
—Porque estoy listo para dar un paso más. Ya no quiero limitarme a los streams o a ser “el chico millonario de internet”. Quiero construir algo real, algo que pueda mostrarle al mundo… y a mi familia.
Las palabras resonaron con fuerza. Incluso Richard, agotado como estaba, se enderezó en su silla.
—Puedo mostrarte la empresa ahora mismo —dijo Richard con urgencia—. Te haré un recorrido por cada departamento, conocerás a los gerentes y verás que aquí aún hay talento, aunque estemos al borde de la quiebra.
Adrián asintió con una sonrisa confiada.
—Perfecto. Empecemos.
Salieron juntos al pasillo, mientras Emily se mantenía a su lado, observando con ojos calculadores. Richard recuperaba un poco de su antiguo entusiasmo, como si la presencia de Adrián hubiera reavivado su última chispa de esperanza.
Caminaron por los departamentos uno a uno: promoción, operaciones, administración, finanzas… muchos con escritorios vacíos porque la competencia ya había “robado” a varios empleados.
Finalmente, llegaron al departamento de contenido. Era el corazón de la empresa, y se notaba: cámaras, luces, sets improvisados, un ejército de jóvenes creando videos cortos para YouTube, TikTok e Instagram. El ambiente era vibrante pese a las deudas que los ahogaban.
Adrián se detuvo en seco. Entre el equipo y las cámaras, estaba ella: Olivia Hayes. Su figura elegante y su ceño concentrado la hacían destacar de inmediato. Tenía los brazos cruzados, observando una grabación con ojo crítico, corrigiendo a su equipo con firmeza, irradiando autoridad.
Cuando lo vio, sus ojos se suavizaron apenas un segundo, pero suficiente para que Adrián lo notara. Caminó hacia ellos con paso seguro.
—Señor Coleman —dijo Olivia con voz clara, ignorando a Adrián por un momento—. ¿Cuándo nos pagarán el sueldo del mes pasado? Todos aquí tenemos cuentas, familias… no podemos seguir así.
Adrián la observaba fascinado. Su tono era firme pero dulce, una mezcla de autoridad y compasión.
Richard tragó saliva, incómodo.
—Lo resolveremos pronto, Olivia… —balbuceó.
Ella entonces se volvió hacia Adrián, extendiéndole la mano con una sonrisa profesional.
—Encantada, soy Olivia Hayes, gerente de contenido de Coleman Media.
Adrián tomó su mano, sorprendido por lo delicada y cálida que se sentía. En ese instante, sintió que aquel apretón significaba más que una simple presentación.
Y mientras sostenía esa mirada, una idea comenzó a tomar forma en su mente.
—Si compro esta empresa… ella será la primera razón para hacerlo —pensó Adrián.