Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 14: Las Puertas del Inframundo
Michaelis sintió un frío abrumador rodearla mientras las sombras la arrastraban hacia lo desconocido. El mundo a su alrededor se desvaneció en oscuridad, y pronto todo lo que la rodeaba era silencio, un vacío absoluto. Sabía que estaba siendo llevada al Inframundo, el lugar que había estado evitando durante tanto tiempo. Su corazón latía con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, el miedo genuino comenzó a invadirla.
Cuando la oscuridad finalmente se disipó, Michaelis se encontró en un vasto y desolado paisaje. El suelo bajo sus pies era árido y oscuro, cubierto de una bruma densa que parecía susurrar antiguos secretos. El aire estaba cargado de un olor a azufre y ceniza, y a lo lejos, podía escuchar los lamentos lejanos de almas atrapadas en el tormento eterno.
Frente a ella se alzaban dos enormes puertas negras, con inscripciones en un lenguaje que no podía entender. Las puertas se extendían hacia lo alto, más allá de lo que sus ojos podían ver, como si conectaran el cielo y el infierno. Cada una de ellas estaba custodiada por estatuas grotescas de seres que parecían mitad humano, mitad bestia, con ojos vacíos que parecían observarla, juzgándola.
"Bienvenida al Inframundo, Enzo," dijo una voz profunda y resonante detrás de ella.
Michaelis giró lentamente, reconociendo la figura de su padre, el Diablo, de pie con una postura imponente. Su aura irradiaba poder, pero había algo más en él en ese momento, algo que nunca había sentido antes: un aire de decepción. Michaelis lo miró directamente a los ojos, buscando alguna señal de compasión o humanidad, pero todo lo que encontró fue vacío.
"No puedo quedarme aquí," dijo Michaelis, su voz firme a pesar del miedo que sentía. "No pertenezco a este lugar."
El Diablo la miró con una sonrisa de desprecio. "¿No perteneces? Este es tu hogar, Enzo. Aquí es donde debes estar. Has sido llamado, y el llamado no puede ser ignorado. Te has resistido demasiado tiempo."
Michaelis apretó los puños, sintiendo una oleada de frustración recorrer su cuerpo. "Nunca elegí esto. Nunca quise ser parte de este mundo."
El Diablo dio un paso hacia ella, su figura imponente proyectando una sombra sobre su hijo. "El destino no es algo que se elija, Enzo. Es algo que se cumple. Y tu destino siempre ha sido gobernar este reino a mi lado."
Michaelis sintió cómo una oleada de poder oscuro comenzaba a recorrer su cuerpo, como si las fuerzas del Inframundo la estuvieran reclamando. El suelo bajo sus pies tembló ligeramente, y las sombras a su alrededor parecían susurrarle al oído, recordándole quién era realmente.
"Lo sentirás más fuerte ahora," continuó el Diablo, su voz baja pero poderosa. "La conexión con el Inframundo. El poder que corre por tus venas. No importa cuánto lo niegues, está en tu naturaleza. Te dominará, te controlará... a menos que lo aceptes."
Michaelis cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su respiración. Podía sentirlo, el poder oscuro que comenzaba a crecer dentro de ella. Había intentado suprimirlo durante tanto tiempo, pero ahora parecía más fuerte que nunca. Era como si cada rincón de su ser estuviera llamando a ese poder, pidiéndole que se rindiera.
"No quiero esto," susurró, casi para sí misma. "No quiero ser como tú."
El Diablo dejó escapar una risa baja y siniestra. "Oh, pero ya lo eres. Lo has sido desde el día en que naciste. Y cuanto más lo niegues, más difícil será cuando finalmente te consuma."
Michaelis abrió los ojos, llenos de determinación. "No dejaré que me consuma."
Antes de que pudiera reaccionar, el Diablo levantó una mano, y las sombras que rodeaban a Michaelis se alzaron, envolviéndola en una prisión oscura y asfixiante. Michaelis luchó contra ellas, pero era inútil. Las sombras eran demasiado fuertes, demasiado poderosas.
"Esta es tu última oportunidad, Enzo," dijo el Diablo, su voz resonando en la vasta extensión del Inframundo. "Acepta lo que eres, y todo este reino será tuyo. Lucha contra ello, y serás destruido."
Michaelis jadeó, sintiendo cómo las sombras la apretaban más y más. El dolor era insoportable, como si miles de agujas estuvieran perforando su piel al mismo tiempo. Pero a pesar del sufrimiento, había algo dentro de ella que se negaba a ceder.
"No... me... someteré," susurró con el poco aliento que le quedaba.
Y en ese momento, algo dentro de ella cambió. El poder oscuro que había estado creciendo dentro de ella explotó, liberándose de una manera que Michaelis nunca había experimentado antes. Las sombras que la mantenían prisionera fueron despedazadas, y una oleada de energía oscura se extendió desde su cuerpo, envolviendo todo a su alrededor.
El Diablo dio un paso atrás, sorprendido por la repentina explosión de poder de su hijo. Pero su sorpresa rápidamente se transformó en una sonrisa de satisfacción. "Ah... ahí está. El verdadero poder de un gobernante del Inframundo."
Michaelis cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo. Sentía el poder fluir por sus venas, más fuerte que nunca. Pero junto con ese poder, también sintió algo más: un profundo terror. Sabía que si no aprendía a controlar esa energía, la consumiría por completo.
"Este es solo el comienzo," dijo el Diablo, acercándose a su hijo. "Pero necesitarás mucho más si deseas sobrevivir en este reino."
Michaelis levantó la cabeza, con el rostro bañado en sudor. "No vine aquí para gobernar. Vine para encontrar una forma de romper este maldito destino."
El Diablo rió, un sonido profundo que resonó en todo el Inframundo. "No puedes romper lo que está destinado, Enzo. Pero si insistes en intentarlo... te enfrentarás a desafíos que ningún mortal ha sobrevivido."
Michaelis se levantó lentamente, su cuerpo aún temblando por el esfuerzo. "Entonces, que así sea. No seguiré tus reglas. Encontraré mi propio camino."
El Diablo la observó durante un largo momento, su sonrisa desvaneciéndose. "Que así sea. Pero te advierto, Enzo: este reino es despiadado. Y si no lo dominas, te devorará sin piedad."
Con esas palabras, el Diablo se desvaneció en las sombras, dejándola sola frente a las imponentes puertas del Inframundo. Michaelis se quedó allí, mirando las gigantescas puertas que marcaban el inicio de su descenso a lo más profundo del reino de los muertos.
Sabía que lo que estaba por venir sería lo más difícil que había enfrentado hasta ahora. Pero también sabía que no podía rendirse. No podía permitir que el poder oscuro dentro de ella la controlara.
Respiró hondo y, con pasos decididos, se acercó a las puertas. Al tocarlas, sintió una oleada de energía oscura recorrer su cuerpo, pero no retrocedió. Con un crujido ensordecedor, las puertas del Inframundo comenzaron a abrirse lentamente, revelando el abismo que la esperaba del otro lado.
Con el corazón latiendo con fuerza y la determinación ardiendo en sus ojos, Michaelis dio su primer paso hacia lo desconocido.
El verdadero desafío había comenzado.