Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 11
Un suave toque en la puerta llamó la atención de ambos. Margaret, que seguía junto a Eric, levantó la voz con calma.
—Adelante.
La puerta se abrió lentamente, y Carolina asomó la cabeza con timidez.
—Buenas tardes, señora Margaret. No sabía que estaba ocupada... Puedo volver después.
Margaret esbozó una sonrisa cálida.
—No te preocupes, Carolina, pasa. Estábamos terminando.
Carolina entró con pasos cuidadosos, sujetando un par de papeles. Cuando levantó la mirada para dirigirle un rápido asentimiento a Eric, sus ojos se encontraron con los de él. Eric la observaba con intensidad, como si quisiera descifrar algo en ella.
Carolina sintió un estremecimiento y bajó la mirada al instante, intimidada por su presencia.
—Solo venía a entregarle estos documentos, señora Margaret —dijo con voz suave mientras extendía los papeles hacia la mujer.
Margaret los tomó con una sonrisa, agradecida por la dedicación de Carolina.
—Gracias, querida. ¿Has tenido un buen día en la tienda?
—Sí, señora, todo ha ido bien —respondió Carolina, aún evitando la mirada de Eric, aunque podía sentir que él no dejaba de observarla.
Margaret notó el ambiente un poco tenso y decidió romperlo.
—Carolina, este es mi hijo, Eric. Seguro ya lo viste antes, pero no formalizamos las presentaciones.
Eric inclinó ligeramente la cabeza, su expresión era seria, pero cortés.
—Un placer —dijo con una voz profunda que resonó en el pequeño despacho.
Carolina apenas levantó la mirada para devolverle el saludo.
—El gusto es mío, señor Eric.
Margaret miró a ambos con una ligera sonrisa, aunque notó la incomodidad de Carolina.
—Carolina, te dije que vinieras porque necesito que te encargues de unos obsequios que quiero regalar a las empleadas de la empresa de mi hijo Eric. Necesito que vayas a la empresa de mi hijo; allí busca a Juan, quien te dará la información exacta de cuántos empleados hay. ¿Te parece bien? ¿Puedes hacer ese trabajo?
—Sí, claro que sí puedo, señora Margaret.
—Bien, gracias por traer esto, Carolina. Si necesitas algo más, no dudes en decírmelo.
—Claro, señora Margaret. Con permiso.
Carolina salió apresurada, sintiendo que su corazón latía más rápido de lo normal. Una vez fuera, respiró hondo, tratando de calmarse.
Dentro de la oficina, Margaret giró hacia Eric con una ceja levantada.
—Veo que ya causaste una impresión.
Eric soltó una leve risa, aunque su mirada seguía fija en la puerta por la que Carolina había salido.
—No fue intencional, madre. Aunque... es interesante.
Margaret le dio una palmadita en el hombro, divertida.
—Por favor, hijo, no me metas en problemas con mis empleadas. Además, Carolina es diferente, es casada y tiene una hija.
Eric solo sonrió de lado, sin decir nada, mientras Margaret volvía a revisar los papeles.
Eric se levantó de la silla, ajustándose el reloj mientras miraba a su madre con un leve asentimiento.
—Bueno, mamá, me voy a la empresa. Llámame cuando estés con mi hija, ¿de acuerdo?
Margaret sonrió con ternura, mientras organizaba unos papeles en su escritorio.
—Por supuesto, hijo. Te lo haré saber en cuanto la recoja.
Eric hizo un leve ademán de despedida y caminó hacia la puerta. Justo antes de salir, giró la cabeza para mirarla una última vez.
—Gracias por todo, mamá.
—Siempre, Eric —respondió Margaret, con una calidez que sólo una madre podía ofrecer.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Margaret suspiró y murmuró para sí misma:
—Ese hijo... algún día encontrará el equilibrio que necesita.
Mientras tanto, Eric bajaba las escaleras con pasos firmes, sus pensamientos divididos entre su hija y la inminente jornada en la empresa.
Se escuchó un suave golpe en la puerta.
—Adelante —dijo Margaret, dejando a un lado unos papeles.
Carolina entró con paso vacilante, sosteniendo una carpeta.
—Disculpe, señora Margaret. Quería saber para cuándo es la entrega de estos regalos.
Margaret la observó con atención, notando la expresión cansada en su rostro.
—Es para Nochebuena, Carolina. Pero dime, ¿te sucede algo? Te noto triste… ¿Tienes problemas?
Carolina intentó esbozar una sonrisa, pero su voz tembló al responder:
—No, señora, estoy bien. Sólo… han sido días complicados.
Margaret frunció el ceño y dejó el bolígrafo sobre el escritorio.
—Ven, siéntate conmigo. Algo me dice que necesitas hablar.
—No quisiera molestarla con mis asuntos personales —contestó Carolina, bajando la mirada.
—Molestarme, no. Ayudarte, sí. A veces necesitamos desahogarnos.
Carolina dudó por un instante, pero finalmente tomó asiento frente a Margaret. Soltó un suspiro profundo y apretó las manos sobre su regazo.
—Es mi matrimonio… —comenzó con voz queda—. Con Miguel, las cosas van de mal en peor.
Margaret ladeó la cabeza, mostrando preocupación.
—¿Qué está pasando, querida?
Carolina respiró hondo antes de continuar.
—Ya no es el hombre del que me enamoré. Apenas me presta atención, siempre está ocupado con su trabajo, y cuando está en casa parece… distante. No sé si soy yo o si… algo cambió entre nosotros.
Margaret la escuchó con calma, sin interrumpir.
—Ayer intenté algo diferente. Me arreglé, me puse ropa especial… pero me rechazó. Dijo que estaba cansado. Me siento invisible, señora Margaret.
—Carolina, lo siento mucho. Eso debe ser muy difícil para ti —respondió Margaret con voz suave—. ¿Has intentado hablar con él? Decirle cómo te sientes.
Carolina negó con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—No sé si él quiera escucharme. Parece que está en su propio mundo. A veces pienso que soy yo quien está fallando, pero no sé qué hacer para arreglarlo.
Margaret se inclinó hacia ella, colocando una mano reconfortante sobre la suya.
—Escucha, Carolina, tú no eres responsable de llevar toda la carga del matrimonio. Ambos tienen que trabajar en ello. Pero, pase lo que pase, no dejes que esta situación te haga sentir menos. Tú eres una mujer valiosa y fuerte.
Carolina asintió con los ojos enrojecidos, agradecida por las palabras de Margaret.
—Gracias, señora. No sabe cuánto necesitaba hablar con alguien.
—Siempre que necesites apoyo, estaré aquí —respondió Margaret con calidez—. Y si necesitas más que palabras, buscaré cómo ayudarte.
Carolina se levantó, sintiendo un pequeño alivio en su pecho.
—Gracias, de verdad. Ahora iré a organizar los regalos.
—Tómate tu tiempo, querida. Y recuerda: nunca estás sola.
Mientras salía de la oficina, Carolina sintió una chispa de esperanza. Tal vez aún había una forma de reconstruir su vida.