En el pequeño pueblo de Santa Lucía, Ximena Salazar, una dedicada, joven y apasionada aspirante a alcaldesa, se convierte en el blanco de la obsesión de Santiago Vargas, un oscuro mafioso con conexiones profundas en la comunidad que no se detendrá hasta tenerla entre sus brazos.
¿Podría el amor nacer de la obsesión?
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Advertencia
Me encontraba en la cocina, tratando de prepararme algo para comer. Hoy me habían quitado el yeso de mi brazo y sentía la necesidad de moverlo para todos lados para volver a sentirme útil, no es divertido tener que hacer todo con una sola mano.
Comencé a tararear una canción que me gustaba mucho mientras me creaba un majestuoso y apetecible sándwich de mantequilla de maní, cuando fui sorprendida por la voz de Mónica, quien al girarme, me observaba con desdén.
—¡Vaya, pero si es la gran señora! — Exclamé con ironía y una sonrisa traviesa—. ¿Cómo es posible que haya descendido hasta la morada de los simples mundanos?— Le dije claramente refiriéndome a la cocina. Desde que estoy en esta casa, no la había visto poner un pie aquí ni una sola vez.
—No te sientas tan cómoda e intocable. Santiago es capaz de bajarte el cielo y llevarte al infierno al mismo tiempo— Me habló con cierta ironía.
—Oh, querida, ya estoy en el infierno, así que lo único que me queda es subir derechito al cielo —respondí con agudeza.
—No sabes nada. Solo espera a descubrir la verdad, y veremos si sigues tan segura de ti misma. Ojalá no te estrelles con un muro.
—A diferencia de ti, sé escalar muros. Y ahora, si me disculpas, mi sándwich me espera— Estaba siendo un día tranquilo como para dejar que ella lo perturbe.
Antes de que pudiera retirarme, Mónica me detuvo, sujetándome del brazo con fuerza. Me lanzó una mirada desafiante y me dijo: —Puedes creerte la dueña y señora de esta casa, pero siempre pertenecerá a su única dueña.
—No necesito creerme nada, cariño. Solo tengo que chasquear los dedos, y Santiago me dará lo que pida— Dije esto para molestarla y es que esta mujer necesita que le den con su propia tortilla.
—Hay muchas moscas muertas como tú. Santiago pronto se aburrirá de ti, como lo ha hecho con muchas tantas— Así que Santiago solía serle infiel.
Sin perder mi temple, le solté: —Así como se aburrió de ti ¿no?
—Haz lo que quieras, pero espero que nunca se te ocurra embarazarte de Santiago. No permitiré que te quedes con lo que es de mis hijos— Apretando aún más su agarre en mi brazo me advirtió con furia antes de salir de la cocina.
Esta mujer definitivamente enloqueció, pero debo admitir que es divertido molestarla. Es lo único entretenido que puedo hacer en esta casa.
Aunque algo de lo que dijo si logró tocarme el nervio. Yo jamás tendría un hijo con un secuestrador y asesino. De eso, estoy completamente segura.
Decidí buscar un respiro en el jardín trasero de la hacienda. La alberca brillaba bajo el cálido sol, invitándome a tomar asiento en la orilla y dejar que el agua refrescante cubriera mis pies.
Sin embargo, mi breve momento de tranquilidad se vio abruptamente interrumpido cuando alguien me tomó por detrás, cubriéndome la boca y obligándome a ponerme de pie. El miedo me invadió mientras me guiaban hacia una esquina apartada, fuera de la vigilancia de la hacienda.
En cuanto me descubrió la boca, estaba a punto de gritar, pero el desconocido se colocó frente a mi, revelando a Alejandro. Mis ojos se encontraron con los de él en un instante de sorpresa y alivio, y antes de que pudiera decir algo, él me silenció con un beso eufórico. Podíamos escuchar nuestros latidos acelerados mientras nos dejábamos llevar por la añoranza del momento.
—No deberías estar aquí. Si Santiago se entera, podría matarte— Le dije en cuanto rompimos nuestro beso y su frente tocó la mía.
—No me importa. Necesitaba verte, verificar que estuvieras bien y que esos malditos no te hicieron nada— Ansioso empezó a observar cada parte de mi cuerpo en busca de alguna lastimadura.
—Todo lo que dije ante los medios fue mentira. Todo esto fue un plan de Santiago.
—Lo sé, y créeme que estoy buscando la forma de sacarte de aquí.
—No quiero que te arriesgues. No me perdonaría si te pasa algo por mi culpa —le dije, preocupada.
De pronto sacó de su chaqueta y me entregó un pequeño broche, un objeto que reconocí al instante ya que pertenece a mi madre. —He prometido a tus padres que te rescataría, y eso es lo que voy a hacer.
Tras estas palabras y un rápido beso, Alejandro se alejó corriendo, desvaneciéndose entre las sombras del jardín para evitar ser descubierto. Me quedé en la esquina, sosteniendo el broche con fuerza, sintiendo un rayo de esperanza y adrenalina en medio de la oscura trama en la que estaba atrapada.
Alejandro Almanzar, 33 años