En la turbulenta Inglaterra medieval, Lady Isabella de Worthington, una mujer de espíritu indomable y belleza inigualable, descubre la infidelidad de su marido, Lord Geoffrey. En una época donde las mujeres tienen pocas opciones, Isabella toma la valiente decisión de pedir el divorcio, algo prácticamente inaudito en su tiempo. Gracias a la ley de la región que otorga beneficios a la parte agraviada, Isabella logra quedarse con la mayoría de las propiedades y acciones de su exmarido.Liberada de las ataduras de un matrimonio infeliz, Isabella canaliza su energía y recursos en abrir su propia boutique en el corazón de Londres, un lugar donde las mujeres pueden encontrar los más exquisitos vestidos y accesorios. Su tienda rápidamente se convierte en el lugar de moda, atrayendo a la nobleza y a la realeza.
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Corazones vulnerables
La luna brillaba intensamente sobre el horizonte, su luz plateada bañaba los jardines del castillo en una suave luminosidad que contrastaba con la oscuridad de la noche invernal. Después del agitado Baile de Invierno, Isabella se había retirado al exterior, buscando un momento de calma en medio de todo el caos de la corte. El viento frío rozaba su piel, pero el frescor del aire le ayudaba a despejar la mente de las palabras amenazantes de Geoffrey y de la constante presión que había sentido en el salón.
Sus pensamientos revoloteaban entre los chismes que Geoffrey había sembrado y las miradas inquisitivas de la corte, pero en el centro de todo, había algo más que no podía ignorar: Alexander. Su presencia a lo largo de la noche había sido un ancla en medio de la tormenta, y aunque siempre había sentido una profunda admiración por él, algo dentro de ella comenzaba a cambiar.
Isabella se detuvo al borde de una fuente congelada, mirando el reflejo borroso de la luna en el agua helada. Sus manos temblaban ligeramente, no solo por el frío, sino por las emociones que se arremolinaban en su pecho. ¿Podría realmente estar abriendo su corazón nuevamente, después de la traición de Geoffrey? El solo pensar en ello le resultaba aterrador, pero no podía negar que Alexander había tocado algo profundo en su interior.
—Pensé que te encontraría aquí. —La voz grave y familiar de Alexander rompió el silencio, sacándola de sus pensamientos.
Isabella se giró lentamente, encontrándolo a unos pasos de distancia, su figura alta y fuerte destacaba en la penumbra de los jardines. Estaba cubierto con una capa gruesa, pero incluso bajo la luz tenue, sus ojos brillaban con una calidez que le resultaba reconfortante.
—Necesitaba un poco de aire fresco. —dijo ella con una leve sonrisa—. La corte puede ser… agotadora.
Alexander asintió mientras se acercaba, manteniendo una distancia respetuosa, pero lo suficientemente cerca como para que Isabella sintiera su presencia envolviéndola como una manta cálida.
—Lo sé. Hoy has manejado todo con tanta dignidad. —respondió él, admirándola con una mezcla de respeto y afecto—. Pero también sé que Geoffrey no dejará de hacerte la vida difícil. No voy a permitir que te haga daño.
Isabella lo miró a los ojos, sintiendo la intensidad de sus palabras. Sabía que Alexander siempre había sido protector, pero había algo más en su tono esta noche. Había una vulnerabilidad oculta bajo su promesa de protección, una que la invitaba a bajar sus propias barreras. Se abrazó a sí misma, tratando de reunir el valor para expresar lo que sentía.
—He pasado tanto tiempo tratando de mantenerme fuerte, de no mostrar debilidad ante nadie… —comenzó ella, mirando nuevamente el agua congelada en la fuente—. Y durante mucho tiempo, pensé que no podría confiar en nadie, que no podría volver a... abrir mi corazón.
Alexander la escuchaba en silencio, sin interrumpirla, dándole el espacio que necesitaba para continuar.
—Después de lo que pasó con Geoffrey... —su voz tembló ligeramente al mencionar a su exmarido, pero rápidamente se recuperó—. Me prometí a mí misma que no volvería a depender de nadie, que no volvería a dejar que alguien me lastimara de esa manera. Pensé que si lo hacía, estaría segura. Que si mantenía las barreras altas, no sentiría dolor.
Isabella levantó la mirada hacia Alexander, esperando encontrar juicio o una respuesta de lástima, pero todo lo que encontró fue comprensión. Sus ojos la miraban con una mezcla de ternura y paciencia que le provocó un nudo en la garganta.
—Pero contigo… —continuó Isabella, sintiendo cómo sus palabras le salían con más facilidad de lo que había anticipado—. Contigo, es diferente. No sé cómo ni cuándo pasó, pero me siento más segura cuando estás cerca. Y eso me asusta, porque no sé si estoy lista para volver a confiar en alguien de esa manera.
Alexander dio un paso hacia adelante, rompiendo finalmente la distancia entre ellos. Tomó las manos de Isabella entre las suyas, sus dedos cálidos envolvió los de ella.
—Isabella, no tienes que apresurarte en sentir nada. —dijo en voz baja—. Yo solo quiero que sepas que estoy aquí, no solo para protegerte de Geoffrey o de la corte, sino también para estar a tu lado en lo que sea que decidas. No te pido que confíes en mí de inmediato, ni que abras tu corazón si no estás lista. Pero quiero que sepas que, lo que sea que sientas o no sientas, estoy dispuesto a esperar.
Isabella sintió cómo su corazón se aceleraba al escuchar sus palabras. La sinceridad en su voz, la falta de presión, solo la hizo sentir más inclinada a confiar en él. No era como Geoffrey, que siempre había tratado de controlar y dominar. Alexander, en cambio, la veía como su igual, respetaba sus emociones y sus tiempos.
—He estado tan ciega… —susurró Isabella, bajando la mirada—. Por tanto tiempo, te he visto como mi amigo, como alguien en quien confiar, pero nunca pensé que... —Se interrumpió, incapaz de encontrar las palabras correctas.
—Y eso está bien. —dijo Alexander suavemente—. Yo siempre he sentido algo por ti, desde que éramos niños. Pero nunca quise forzarte a nada, ni siquiera cuando Geoffrey entró en tu vida. Me dije a mí mismo que si eras feliz, eso era suficiente para mí. Pero cuando supe lo que te hizo, lo que sufriste… —sus ojos se oscurecieron brevemente con el recuerdo—. Mi único deseo ha sido verte sonreír de nuevo, verte libre. Lo que siento por ti es algo que ha crecido con el tiempo, y lo que más quiero es que tú también encuentres esa paz.
Las palabras de Alexander resonaron profundamente en el corazón de Isabella. Sintió una mezcla de alivio y confusión; por primera vez en mucho tiempo, se permitía ser vulnerable frente a alguien, y aunque le aterraba, también sentía una extraña liberación.
—Alexander, no sé qué siento aún… —dijo ella con voz temblorosa—. Pero quiero intentarlo. Quiero intentar abrirme a ti, si estás dispuesto a ser paciente conmigo.
Una sonrisa suave apareció en el rostro de Alexander, y apretó sus manos con ternura.
—Isabella, he esperado toda mi vida. Un poco más de tiempo no me asusta. —respondió con una calidez que derritió las últimas reservas de Isabella.
Se quedaron en silencio por un momento, dejándose llevar por la tranquilidad de los jardines y la sensación de estar conectados de una manera que ninguno de los dos había previsto. Isabella, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, estaba lista para volver a confiar.
El viento frío sopló suavemente a su alrededor, pero Isabella no sintió más el frío. Alexander la rodeó con su brazo, atrayéndola hacia él mientras ambos miraban la luna brillar sobre el horizonte nevado.
—Gracias. —murmuró Isabella, apoyando la cabeza en su hombro, dejando que su corazón vulnerable comenzara a abrirse poco a poco.