Luigi Pavini es un hombre consumido por la oscuridad: un CEO implacable de una gigantesca farmacéutica y, en las sombras, el temido Don de la mafia italiana. Desde la trágica muerte de su esposa y sus dos hijos, se convirtió en una fortaleza inquebrantable de dolor y poder. El duelo lo transformó en una máquina de control, sin espacio para la debilidad ni el afecto.
Hasta que, en una rara noche de descontrol, se cruza con una desconocida. Una sola noche intensa basta para despertar algo que creía muerto para siempre. Luigi mueve cielo e infierno para encontrarla, pero ella desaparece sin dejar rastro, salvo el recuerdo de un placer devastador.
Meses después, el destino —o el infierno— la pone nuevamente en su camino. Bella Martinelli, con la mirada cargada de heridas y traumas que esconde tras una fachada de fortaleza, aparece en una entrevista de trabajo.
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Capítulo 24
Henry observaba la escena: los dos Lamborghinis eléctricos rosados, el antiguo Don hablando sobre domar maridos y Liz, que horas antes estaba aterrorizada, ahora sonriendo con naturalidad.
No pudo contener la risa.
—¿Siempre es así de agitado? —preguntó, sacudiendo la cabeza.
El ambiente familiar y caótico de la Mafia Italiana contrastaba fuertemente con la frialdad calculada de la Mafia Americana.
Lorenzo se levantó, tomando una de las enormes cajas de regalo.
—¿Cuando se junta toda la familia? Sí, siempre es así —respondió con una media sonrisa—. Pero esta casa es nueva, la compré pensando en Liz y en nuestras hijas, es nuestro nido.
Hizo una mueca divertida.
—En la casa de mi hermano, el desorden está garantizado. Luigi y yo sembramos el terror y, al final, Mama y Bella nos ponen en penitencia.
Liz arqueó la ceja, divertida.
—¿Penitencia? ¿Ustedes?
—Sí —Lorenzo suspiró teatralmente—. Antes, solo Luigi sufría, ahora, Bella también me pone en penitencia, ya me obligó a dormir en el sótano o peor —con Luigi en la oficina.
Hizo una expresión de horror exagerado.
—O entonces nos castiga con baños helados y sin vino de la bodega.
Mi hermano dice que estamos siendo "reeducados" por una fuerza femenina implacable.
Henry soltó una carcajada, un sonido raro y sincero.
—¿Tú, durmiendo en el sótano? Eso me gustaría verlo.
—Es la nueva era, Don Blackwood —replicó Lorenzo con humor—. El poder de ellas es total.
Un brillo travieso se encendió en su mirada.
—Y Aurora ya se unió al equipo de castigo, antes de que los gemelos enfermaran, le hice una broma a Bella que no le gustó mucho, Aurora estaba en mi regazo.
Hizo una pausa dramática, gesticulando.
—¡Soltó una bomba completa! Me ensució mi camisa, mi regazo, todo. Mama juró que era el pañal, pero estoy seguro de que fue complicidad, las mujeres Pavini son solidarias hasta en eso.
Liz se rió a carcajadas, la risa ligera y dulce llenando el ambiente por primera vez desde el secuestro, el sonido de su risa no parecía un milagro, parecía natural.
El matrimonio forzado se estaba transformando, poco a poco, en algo humano, inesperadamente afectuoso.
Henry miró la escena: Liz, Lorenzo, los bebés, Cecilia y Richard, y se dio cuenta de algo que nunca había admitido:
La Mafia Americana vivía en una prisión de frialdad.
La Mafia Italiana, por el contrario, existía en medio de un caos lleno de amor.
—Creo que Bella y Liz tienen más en común que solo los genes —comentó Henry, con una rara sonrisa genuina—. Buena suerte con su reeducación.
—La voy a necesitar —respondió Lorenzo, tomando el segundo Lamborghini rosa y lanzando una mirada cómplice a Liz—. Pero, sinceramente... creo que valdrá la pena.
La noche ya caía cuando Luigi Pavini llegó a la casa de su hermano, trayendo en sus brazos dos pequeñas cajas envueltas y una mirada cansada, pero serena.
En la sala, Liz, Richard, Henry y Anna estaban reunidos, aún intentando comprender la montaña rusa de acontecimientos que los rodeaba.
Luigi se detuvo frente a ellos y respiró hondo antes de hablar, la voz ronca de emoción.
—Anna, necesito hablar contigo.
Anna se levantó inmediatamente, el semblante preocupado.
—¿Qué pasó, Luigi? ¿Mis nietos están bien?
Luigi asintió, con una media sonrisa.
—Buenas y malas noticias. Dominic fue dado de alta, pero... Aurora aún va a estar internada, es más frágil y necesita seguir con medicación en la vena. Bella decidió quedarse allá con ella —Hizo una pausa—. Y no la alejo de nuestra hija ni con un ejército.
Anna respiró hondo, comprendiendo.
—¿Y Dominic?
—Por eso estoy aquí —Luigi se acercó—. Él necesita salir del hospital, pero aún es muy pequeño para volver a casa sin su madre. Anna... sé que es pedir mucho, pero ¿usted lo cuidaría hasta que Bella y yo volvamos?
Los ojos de Anna se suavizaron por primera vez en mucho tiempo, su expresión no traía dureza, solo ternura.
—Claro que sí —respondió sin dudar—. Él es mi nieto, lo cuidaré con todo el amor que tengo.
Luigi se relajó, un peso saliendo de sus hombros.
—Gracias, Anna, de verdad. Mi madre y Eleanor vendrán a ayudar. Eleanor nos cuidó a Lorenzo y a mí cuando éramos pequeños. Dominic confía en ella.
Minutos después, el sonido de un motor suave resonó del lado de afuera. El auto particular viniendo del hospital estacionó, y Eleanor, una mujer de mediana edad con expresión firme y gentil, descendió cargando al pequeño Dominic, envuelto en una manta beige.
Anna prácticamente corrió hacia la puerta.
—¡Mi nieto...! —susurró, extendiendo los brazos.
Eleanor entregó al bebé con cuidado.
—Está medicado, durmió un poco en el camino, la fiebre pasó, pero necesita descansar.
Anna acurrucó a Dominic en su regazo, sintiendo el corazón oprimirse de emoción.
—Oh, mi amor... eres tan bonito.
Richard y Henry se acercaron, conmovidos.
—Es la cara de Luigi —observó Anna, sonriendo—. Los ojos, la forma del rostro... es el retrato del padre.
Luigi rió, secando discretamente una lágrima.
—Y el apetito también es el mismo, pero Aurora... ella es la copia de Bella, tiene esa serenidad que solo esconde la rebeldía por dentro.
Anna besó la carita de su nieto.
—Él es un Pavini, pero también es un Blackwood —dijo con orgullo—. Lo cuidaré como si fuera mi propio hijo.
El silencio que se siguió fue dulce y raro, por un instante, no había guerra, mafia o secretos, solo familia.
Luigi se despidió de su hijo y salió.
Anna miró a su familia, y una sonrisa nostálgica se formó.
—Mi familia está casi completa —murmuró—. Ahora solo falta Heitor.
Lorenzo frunció el ceño, confuso.
—¿Heitor? ¿Quién es Heitor?
Henry respondió, cruzando los brazos con un aire de nostalgia.
—Mi hermano, el hijo del medio. Él salió de casa cuando tenía dieciocho años. Vive aquí en Italia hace algunos años, él es pediatra.
Luigi asintió lentamente.
—¿Y por qué nunca oí hablar de él?
Henry intercambió una mirada rápida con su madre antes de responder.
—Porque el inicio fue... complicado. Nuestro padre tuvo dificultad en aceptar el hecho de que Heitor es gay.
La palabra salió con respeto, pero también con dolor antiguo.
—Hubo peleas, silencio... y al final él se fue.
Anna suspiró, la mirada distante.
—Pero él es mi hijo, Lorenzo, siempre lo fue —Ella acarició el rostro de Dominic con ternura—. Y espero que, un día, él vuelva.
Lorenzo se acercó, posando una de sus manos sobre el hombro de ella.
—Él va a volver, Anna. Familias fuertes siempre encuentran el camino de vuelta.
Ella sonrió, con los ojos llorosos.
—Así espero, mi querido, así espero.
El pequeño Dominic soltó un suspiro en su sueño, y todos quedaron en silencio, observando aquel momento de paz improbable, un respiro entre guerras, donde el amor aún era posible.