Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
❗️Advertencia ❗️: Leer con precaución, uso de lenguaje fuerte que puede afectar la sensibilidad del lector
NovelToon tiene autorización de Alejandro Briñones para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 13
Sonrió. Según la adorable Zara, era frío y no tenía corazón, entre otras cosas. Ella había perdido los papeles y recurrido a su lengua nativa, el ruso, que Alessandro no dominaba; así que no había captado los insultos más refinados que le lanzó antes de salir del restaurante, majestuosa y taconeando con sus zapatos de diseño exclusivo.
Suspiró con cierto desconsuelo. La mujer era magnífica, incluso cuando escupía furia por la boca, y el sexo había sido excelente.
Lo único que habían tenido en común era el sexo. Había funcionado de maravilla mientras las exigencias de Zara se limitaron al dormitorio. Movió la cabeza. No le gustaba hacer una autopsia de sus relaciones, pero, si pudiera volver a la noche anterior tal vez no habría sido tan sincero cuando Zara le preguntó: «¿Has escuchado una sola palabra de lo que he dicho esta noche?».
Si hubiera respondido con un simple «no», tal vez podría haberla camelado, pero no había sido el caso. Había entrado en detalles, revelando que le importaban poco su interés por los zapatos, la última técnica para borrar una imperfección facial y los herederos de distintas monarquías.
Sin pensarlo, había respondido al frígido «Lo siento si te estoy impidiendo dormirte» con un «A duras penas».
Zara había tomado aire con tanta ira que muchas cabezas se habían vuelto para mirarlos.
–¿Quieres que rompamos? –había siseado ella.
Su error de juicio había sido suponer que esperaba oírlo decir que sí.
Ni siquiera sabía por qué lo había dicho. Zara siempre había sido superficial, pero eso nunca lo había molestado. Más bien al contrario. No era culpa de ella que de repente pensara que el coste mensual de sus tratamientos de belleza pagaría el tratamiento médico de una niña discapacitada.
«Dios», la niña le había tocado el alma. Al pensarlo, no vio el rosto de la niña, sino la desaprobación y desdén de su ama de llaves.
Cuando llegó a la hacienda, no vio ningún globo, solo un pavo real y un grupo de jardineros cortando el césped de la pradera vacía. Al menos, en apariencia, todo había vuelto a la normalidad.
Hasta que no llegó ante la casa, no se dio cuenta de hasta qué punto estaba buscando una excusa legítima para quejarse. Frunció el ceño al ver una destartalada furgoneta aparcada junto a los jeeps de la hacienda. Bajó de su deportivo.
No había dado más de un par de pasos cuando vio al hombre barbudo con ropa vaquera que supuso que era el conductor del destartalado vehículo.
No estaba solo. Tenía en sus brazos a una mujer alta y esbelta. Alessandro se quedó sin aire. Aunque no podía ver su cara, el cuerpo era el de su ama de llaves. Sin duda.
Una oleada de ira fluyó por su cuerpo, despojando de color a su rostro esculpido. Durante varios segundos, la furia obnubiló su capacidad de pensar.
Cuando la mujer emergió del abrazo, el hombre dijo algo que le hizo reír antes de subir a la furgoneta y cerrar la puerta.
Fue el sonido musical de la risa, no el reverberar del golpetazo de la puerta, lo que lo devolvió a la realidad. Alessandro tomó aire y relajó las manos. Aunque su mal genio había sido un problema de niño, se había convertido en un hombre renombrado por su control y objetividad.
Y, objetivamente, deseaba apartarla de ese hombre. Era una reacción legítima ante un abuso de confianza. No se trataba solo de un beso público, ella estaba en su casa y en su lugar de trabajo. La pequeña escena demostraba una absoluta falta de profesionalidad. Le había dado una segunda oportunidad esperando que fracasara, y ella no lo había decepcionado.
Satisfecho con esa explicación de su ira visceral, empezó a caminar hacia ella, pero el ruido del motor de la furgoneta apagó sus pasos. Sabía, de hecho, que no era celoso, y menos cuando la mujer en cuestión era su empleada. Un hombre celoso no se habría reído cuando su amante del momento había sido captada por los paparazzi siendo tan amistosa como se podía ser con otra persona sin que la arrestaran…