Casado Con La Bruja De Mi Jefa

—¡Ahhh, Lydia! —Antonio sentía que ya no podía más. La maratón de sexo que le estaba dando Lydia lo tenía escurrido.

—Eso, ratoncito. ¡Dame más! ¡Dame más! —Lydia gritaba desquiciada.

Del baño pasaron a la cama, pero luego de dos descargas más, Antonio sentía que ya no podía con su ser.

Se tiró en la cama exhausto y Lydia se acostó en su pecho escuchando su agitado corazón.

—Uff, ratoncito, tienes muy mal estado físico. Te falta mucho para llevarme el ritmo, pero vas por buen camino. —Lydia le decía coqueta, mientras que dibujaba corazones en su pecho. —Creo que te voy a tener que comprar unas proteínas para que cojas carnitas, porque estás bien flaco.

—Así estoy bien. Lo que pasa es que usted es insaciable. —Antonio le dice sinceramente.

—Buajajaja, ay, mi ratoncito. Conmigo no te vas a aburrir. —Lydia lo abraza y esta vez deja dormir a Antonio.

La semana pasó entre playa, diversión y mucho sexo.

Cuando menos pensaron, debían regresar a Miami a la misma rutina de siempre. Y esta vez con la diferencia de que vivirán juntos como marido y mujer hasta que Lydia confirme que está en embarazo y así poder divorciarse de Antonio.

Llegaron un domingo en la noche directamente al penthouse de Antonio y, cansados por el viaje, se durmieron sin hacer el delicioso.

Al día siguiente, Lydia con lidia se despertó. Para ella dormir es una delicia y desde que duerme al lado de Antonio lo hace de la manera más placentera. No sabe si es su olor, su calor o su respiración suave al compás de sus latidos lo que hace que ella se relaje de tal manera que su descanso es más reconfortante.

El olor del café recién hecho llegó hasta la habitación y ella con pereza se levantó de la cama.

Bajó hasta la cocina y allí se encontraba Antonio muy concentrado en la elaboración del desayuno.

Se acercó por detrás y le dio un beso en la oreja, haciendo que el pobre casi riegue el café qué servía en su pocillo.

—Buenos días, ratoncito. ¿Por qué tan nervioso? —Lydia le pregunta divertida al ver cómo se puso con el beso que le dio.

—Buenos días, Lydia. Nervioso, no; solo que me agarró de sorpresa. Ya le sirvo el desayuno. —Antonio es muy atento y le gusta servir a las personas, y con Lydia no va a ser la excepción.

Le pasó un bowl con yogur griego, mermelada light y granola, pero le añadió algo de fruta picada.

—Su desayuno. Espero que le guste. —Lydia esbozó una gran sonrisa al ver cómo Antonio se esforzaba por ser un buen esposo.

—¡Ay, qué lindo! Ojo, ratoncito, si me sigues consintiendo así, me voy a enamorar de ti. —Lydia probó el parfait y cerró sus ojos por esa delicia que preparó Antonio. Ya extrañaba su desayuno. En Hawái solo comía fruta y jugo al desayuno. —Mmm, está delicioso.

—Me alegra que le haya gustado. Ese es también el desayuno favorito de Anthony. —Antonio recordó a su niño y esbozó una sonrisa. —Ah, lo extraño tanto. Voy a ir un rato a visitarlo. ¿Me acompaña? Mamá la quiere conocer.

Antonio tiró la invitación al aire y Lydia no sabía qué responder. Era inevitable conocer a su suegra. Recordó que también conoció a la mamá de Graham en un viaje que hicieron juntos a Canadá y la maldita también estaba confabulada, sabiendo que él ya tenía otra familia.

—En otra ocasión. Debo ir a la empresa y recibir el informe de Orlando de lo que pasó esta semana en mi ausencia. Mándale saludos de mi parte. —Lydia se levantó de su silla y se fue a bañar. La verdad es que temía la reacción de Anthony y que la volviera a confundir con su mamá. Eso le dolería en el alma; ella no es tan mala como para romperle el corazón a un inocente niño.

Antonio terminó de desayunar y se fue a vestir, pues ya se había bañado. Entró al baño a limpiar sus dientes y vio a Lydia en la ducha desnuda. Mientras se cepillaba, admiraba cada curva de su cuerpo y recordaba todas las posiciones que usaron en Hawái, y ya su amigo fiel estaba respondiendo a sus pecaminosos pensamientos.

—Ratoncito, tienes un gran problema entre tus pantalones por estar mirándome desnuda. Si no fueras mi marido, te diría pervertido. Pero no puedo ayudarte; si lo hago, los dos llegaríamos tarde a nuestros quehaceres —Antonio casi se ahoga con la crema dental. Esa mujer si que es una bruja. ¿Cómo sabe que él tiene una erección con solo mirar su cuerpo desnudo bajo el agua?

Rápidamente se enjuagó la boca y se despidió de Lydia.

Se dirigió al hospital y su niño se puso muy feliz de verlo. Y Antonio más feliz se puso al ver a su niño de un mejor semblante.

—Siquiera llegaste hijo, este señorito me tenía cardíaca preguntando a qué horas venias. —Marina le da este saludo a su hijo cuando entro a la habitación donde estaba el pequeño.

—¡Papito, volviste! Pensé que me habías vuelto a dejar. —Anthony, lo abrazó y Antonio le daba besitos en su pancita.

—Cómo te voy a dejar, mi niño. Sí, eres mi vida entera. No podría vivir sin ti. —Antonio le decía con la voz entrecortada. De verdad que él amaba mucho a su hijo.

—No me vayas a dejar, papito. Mira que mi mamá no volvió aunque me lo prometió. Y eso me pone muy triste. —Los ojitos de Anthony se llenan de lágrimas y Antonio no sabe qué decir. —Papá, ¿por qué mi mamá no me quiere? Yo me he portado bien y he sido un buen niño para que ella, cuando volviera, me quisiera y no se fuera otra vez.

Antonio no sabía qué responder. Su niño estaba muy triste y él daría lo que fuera para que su niño estuviera feliz.

—Anthony, tu mamá está muy ocupada, y...

—¡Y aquí estoy! Ya volví pequeño. Ya no estés triste. —Lydia interrumpió la excusa que Antonio le estaba dando al pequeño y entró con un gran oso. —Mira, te traje un regalo.

—¡Mamita, volviste! Estaba triste porque no volvías. —Anthony le recibió el oso, mientras se limpiaba las lágrimas.

—Yo te prometí que vendría y acá estoy, mi niño. —En ese momento Lidia se percató de que la mamá de Antonio estaba presente. —Hola, señora, mucho gusto, soy Lydia. ¿Usted es la mamá de Antonio?

—Oh, sí. Lydia, te presento a mi mamá. —Antonio hizo sus presentaciones.

—Mucho gusto, me llamo Marina. A sus órdenes. —Marina estaba feliz de por fin conocer a la jefa de su hijo. —Quiero darle las gracias por todo lo que ha hecho por mi nieto y por mi hijo. Dios la bendiga, usted es un ángel.

Lydia se conmovió por lo que le dijo la señora; es la primera vez que alguien que no fuera su papá le decía que ella era un ángel.

—Es con mucho gusto, señora. Antonio se merece todo eso y hasta más. No se preocupe. —Lydia mira a Antonio y le guiña un ojo y ya con eso él entendió el doble sentido con el que lo dijo la bruja de su jefa.

—Mamita, gracias por el regalo. ¿Me prometes que no te vas a volver a ir? —Anthony no quería que Lydia se desapareciera de nuevo una semana. Así que debía asegurarse de que siempre estuviera con él.

—Hijo, ella tiene mucho trabajo. No puede estar viniendo a verte. —Antonio debía hacer entrar en razón a su niño.

—Lo que dice tu papito es cierto. —Lydia no quería desautorizar a Antonio frente a su hijo, pues había tomado una decisión. Iba a adoptar a Anthony como su hijo y, cuando se divorciara de Antonio, iba a seguir viendo por él y seguiría siendo su madre. —Pero te prometo que todas las mañanas vendré a verte y cuando te den de alta nos vamos a vivir al hermoso penthouse donde vive tu papá.

A Anthony se le iluminaron los ojitos y preguntó.

—¿Y qué es un penthouse? ¿Tendré mi habitación? —Lydia lo miró con ternura y respondió.

—Es un apartamento grande en un edificio. Es muy bonito y claro que tendrás tu habitación. —Lydia le explica al niño y este la abraza feliz.

—Papá, ¡ya me quiero poner bien para vivir con los dos!