Lo Que Arde Entre Nosotros

-Capítulo 13-

Cuando Abril salió de la camioneta, aún sentía la piel sensible, como si cada célula supiera que acababa de arder. El aire de la noche le rozaba la piel húmeda del cuello, pero no la enfriaba, solo la hacía más consciente del calor que todavía llevaba por dentro.

En su teléfono había un mensaje de Luciano:

“Me llevé a tu mamá a cenar a casa, la traigo más tarde, relájate, disfruta la noche.”

Suspiró, la casa estaba vacía, ella y Elías… solos otra vez.

Él entró detrás de ella, tirando las llaves sobre la mesa con ese gesto casual, varonil, que a Abril le hacía vibrar algo muy profundo, pero esta vez no había urgencia en sus movimientos, no había prisa. Solo ese silencio denso que se instala entre dos personas que se desean, pero que no quieren arruinar lo que empieza a construirse.

—¿Te ayudo a cocinar algo? —preguntó ella, quitándose la chaqueta.

—Si me dejás que yo pique la cebolla, quiero mostrar mi resistencia ante ti —dijo él, medio en broma.

Abril rió, esa risa suave que no le salía desde hacía semanas.

Cocinaron juntos como si fueran una pareja normal, él la escuchaba hablar sobre su trabajo, sobre su compañera de apartamento, sobre los paseos al atardecer que tanto extrañaba en la ciudad, y aunque no decía mucho, Elías prestaba atención. Le hacía preguntas, sonreía con la comisura de los labios, le apartaba un mechón del rostro cosas pequeñas, pero para Abril, enormes.

Después de cenar, recogieron los platos en un silencio cómodo, el puso agua a calentar para el café, y ella lo observó de espaldas. Alto, firme, lleno de cicatrices que nunca contaba, y sin embargo, ahora se dejaba ver.

—Voy a darme una ducha —murmuró Elías— Si querés, poné música.

Ella asintió, pero no lo hizo.

Esperó unos minutos, el sonido del agua corriendo le llenó los oídos, y su cuerpo, de pensamientos.

No era una decisión, fue un impulso. Uno que conocía bien.

Se deslizó por el pasillo como una sombra. Abrió la puerta del baño despacio, el vapor lo cubría todo, pero su silueta estaba allí, su espalda ancha, gotas corriendo por su piel bronceada.

Él giró al escuchar la puerta.

—Abril…

Pero no dijo nada más.

Me desvisto en silencio, mis ojos estaban clavados en él, en la forma que me miraba, con deseo, me metí dentro de la ducha y me abracé de él, Elias también me abrazó y acarició mi cuerpo con sus ásperas manos.

Sentí como mi piel se erizaba ante su toque, tambien me atrevi y baja mi mano lentamente, lo agarre y acaricie, algunos jadeos roncos salieron de los labios de Elías, quien me besaba hasta dejarme sin aire, mientras dos de sus dedos se metían y salían lentamente de mi.

Corte el apasionante beso de Elías y me arrodille ante él, quedando a la altura de su pelvis y de su ereccion, abrí mi boca para meterlo dentro, mientras mis manos hacían su trabajo en la base..

El solo gemía, acariciaba mi cabeza y cada tanto la empujaba para meterse más en el interior de mi garganta, hasta que no soporto más y me levanto de un tirón al tomarme del brazo, y apoyándome contra la pared.

Ambos estábamos muy excitados, Elías parecía que estaba a poco de perder los estribos. Mi espalda tocó los fríos azulejos y se estremeció, aunque en parte se debía a la placentera estimulación que ejercia sobre mi,

Me exploraban pacientemente, pero sin perder el tiempo me frotaba en círculos y volvía a meterlos, me estaba volviendo loca de verdad, sentía como la fuerza abandonaba mis piernas, sin poder pensar claramente solo me aferraba al firme cuerpo de mi hombre.

Pero Elías notó como me debilitaba de a poco y pasó sus brazos por debajo de mis rodillas, apoyando mi espalda contra los fríos azulejos, lo cual me hizo gritar esta vez, al sentir ese frío estímulo.

—En esta posición tengo mejor vista —dijo, con una sonrisa pícara en su rostro, paseando su mirada por mi cuerpo desnudo.

—¡Callate viejo pervertido! —grite, mi rostro estaba completamente rojo —Callate y mételo de una vez…

Mis mejillas ardían de la vergüenza, hace años no soy así de atrevida con nadie y menos a la hora de tener sexo, pero este hombre despertaba un lado de mi que dejaba salir lo peor de mi personalidad.

—Veo que eres una chica ansiosa, pero eso me gusta —susurró, con una sonrisa descarada.

Esas simples palabras me habían prendido más de lo que estaba, pero Elías no se hizo de espera y me besó, mientras se frotaba contra mi, provocando que me mojara mucho más con cada caricia caliente, deseando conectar nuestros cuerpos para apagar la sed que me generaba. Nuestros gemidos se mezclaban durante el beso, pero eso me encantaba, me encantaba saber que lo excitaba y cuanto me deseaba.

Sin aviso previo, Elías comenzó a insertarse en mi interior, me aferré a su espalda clavándole las uñas y gemi de placer. Más al sentir el calor en mi vientre, como ese hombre me llenaba hasta dejarme sin aliento, me encantaba, podía ser mi nueva adicción.

—Ah ah… M-mas… quiero más —gemi, entre respiraciones cortadas.

Mientras las suaves embestidas llegaban más profundo en mi cuerpo, podía sentir que la conexión de nuestros cuerpos cada vez se volcaba a algo más profundo, ya no era simplemente sexo.

Si no que esta era una manera de poder hacer arder mis deseos, los prohibidos, esos deseos que me causaban remordimiento y culpa.

Él los hacía arder en lo más profundo.

En lo más profundo de mi vientre.