Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 12
La infección llegó de repente, sin advertencia alguna. Una fiebre intensa comenzó a quemarle el cuerpo, y el cansancio que había sentido hasta entonces palideció ante el dolor y el delirio que pronto tomaron control. Aliert estaba apenas consciente cuando lo llevaron de urgencia a la unidad de cuidados intensivos. En el aire flotaba una tensión silenciosa y densa, como si las paredes del hospital absorbieran el dolor y la desesperación que envolvían a su familia.
En la sala de espera, Camille y Thomas esperaban noticias. Los minutos parecían horas, y en sus rostros se reflejaba el miedo que intentaban ahogar. La puerta finalmente se abrió, y el doctor Moier, con el rostro sombrío, se acercó a ellos. Camille lo miró con una expresión que mezclaba ansiedad y súplica, como si solo su presencia pudiera traerles la salvación que tanto anhelaban.
—Señora Lemoine… —dijo Moier, tomándose un momento para encontrar las palabras adecuadas—. La infección de Aliert es grave. Lo hemos trasladado a la unidad de cuidados intensivos porque sus signos vitales están inestables y necesitamos monitorearlo constantemente.
Camille sintió que su corazón se detenía. Miró a Thomas, quien intentaba permanecer fuerte, aunque sus ojos revelaban una vulnerabilidad que pocas veces mostraba. La esperanza que había mantenido viva comenzaba a desmoronarse.
—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Thomas, su voz apenas un susurro, como si temiera escuchar la respuesta.
—Estamos haciendo todo lo posible, pero la infección ha debilitado su sistema aún más. Es probable que tengamos que cambiar el tratamiento. —Moier hizo una pausa, observando la reacción en los rostros de los padres—. Necesitaremos algo más agresivo, pero conlleva riesgos.
Camille se cubrió la boca con la mano, tratando de contener las lágrimas. No podía soportar la idea de que su hijo estuviera sufriendo tanto, y la posibilidad de que algo le ocurriera parecía un abismo oscuro e impenetrable.
—¿Riesgos? —preguntó con voz entrecortada, finalmente dejando escapar las lágrimas—. ¿Qué clase de riesgos?
—El nuevo tratamiento puede afectarle el corazón y los riñones… pero necesitamos atacar esta infección de inmediato. Entiendo que esta es una decisión muy difícil —respondió el doctor, su tono bajo y serio—. Les daremos un poco de tiempo para pensar, pero no podemos esperar demasiado.
Camille asintió, incapaz de pronunciar palabra, mientras Thomas la tomaba de la mano, sus dedos entrelazados en un gesto de apoyo mutuo. Sabían que no había elección, que tenían que hacer todo lo posible por salvar a su hijo, por más que el costo fuera alto. Era una decisión desgarradora, pero por Aliert, estaban dispuestos a enfrentar lo que fuera necesario.
Mientras tanto, Daniel vagaba por los pasillos del hospital, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera Aliert. Ya había perdido la cuenta de cuántas clases había faltado en los últimos días; nada de eso importaba mientras su amigo estuviera en esa condición. Cada día que iba al hospital, la incertidumbre lo carcomía un poco más. Sabía que Aliert estaba luchando por su vida en una habitación fría y estéril, rodeado de máquinas que vigilaban cada latido de su corazón, cada respiración, cada pequeño cambio en su estado.
Finalmente, después de varias horas, Daniel consiguió permiso para ver a Aliert, aunque fuera solo por unos minutos. Entró en la habitación, y su corazón se encogió al ver a su amigo tan frágil, envuelto en tubos y con una máscara de oxígeno que cubría gran parte de su rostro. El color pálido de su piel y el aspecto ausente de sus ojos le recordaban lo cerca que estaba Aliert de un borde del que no quería ni siquiera pensar.
Se acercó con paso silencioso y tomó su mano, apretándola suavemente, como si pudiera transmitirle algo de su propia fuerza.
—Estoy aquí, Aliert. No voy a irme a ningún lado —murmuró, su voz temblando mientras trataba de no quebrarse.
Aunque Aliert apenas podía mantener los ojos abiertos, un destello de reconocimiento cruzó su mirada. La presencia de Daniel parecía infundirle un poco de calma en medio de la tormenta de su enfermedad.
—Gracias… —susurró Aliert con esfuerzo, sus labios apenas moviéndose bajo la máscara de oxígeno—. Gracias por estar aquí.
Daniel sintió una punzada en el pecho. Quería hacer más, quería encontrar alguna forma de aliviar el dolor que su amigo estaba sufriendo, pero sabía que sus palabras y gestos eran lo único que podía ofrecer.
Mientras tanto desde el rincón de un pasillo, Karla observaba a su hermano desde la ventana de la unidad de cuidados intensivos. A sus quince años, no entendía del todo el alcance de lo que estaba sucediendo, pero podía sentir el peso en el ambiente, la tristeza y la desesperanza que envolvía a sus padres y que se reflejaba en cada mirada, en cada palabra susurrada.
No podía recordar la última vez que había visto a Aliert sonreír, y la ausencia de esa sonrisa era un vacío que dolía profundamente. Aunque había intentado ser fuerte, en esos momentos la tristeza la superaba, y sus lágrimas caían silenciosas mientras miraba a su hermano, luchando contra un enemigo invisible.
"Quisiera poder hacer algo…" pensó, sintiéndose impotente y pequeña frente a la gravedad de la situación. Sabía que sus padres estaban haciendo todo lo posible, pero también veía el cansancio y el dolor en sus rostros, y se preguntaba cuánto tiempo podrían soportar todos esa batalla.
Mientras los días avanzaban, el estado de Aliert fluctuaba entre pequeños signos de mejoría y bruscas recaídas. Cada vez que los médicos intentaban un nuevo tratamiento o ajustaban sus dosis, parecía haber una chispa de esperanza, solo para desvanecerse en la siguiente crisis. Camille y Thomas pasaban las noches en vela, esperando alguna noticia positiva, mientras Daniel iba cada día después de clases, sin importarle nada más que ver a su amigo.
Uno de esos días, mientras hablaban con el doctor Moier, este les explicó que el nuevo tratamiento estaba generando ciertas complicaciones.
—El cuerpo de Aliert está respondiendo con lentitud. La infección no ha desaparecido del todo, y su organismo está debilitado. Sabemos que es difícil, pero queremos que tengan en cuenta que podría ser necesario cambiar nuevamente el enfoque… y en este caso, sería algo aún más invasivo.
Las palabras del doctor hicieron que Camille se llevara una mano al pecho, tratando de contener su angustia. Thomas apretó los labios, intentando mantenerse firme, pero el dolor en sus ojos era evidente.
—Haremos lo que sea necesario —dijo finalmente Thomas, su voz quebrada pero determinada—. Solo queremos que nuestro hijo tenga una oportunidad.
Moier asintió, comprendiendo la desesperación de aquellos padres, y les prometió que harían todo lo posible para mejorar el estado de Aliert.
Finalmente llegó una pequeña mejora para Aliert en pequeños pasos, casi imperceptibles al principio, como una tenue luz que apenas empezaba a filtrarse por una rendija en medio de la oscuridad. Sus defensas finalmente respondieron, y la fiebre cedió después de varias semanas en cuidados intensivos. Con cada día que pasaba, el color volvía lentamente a su rostro y su respiración recuperaba un poco de fuerza. Aunque aún estaba débil, todos sintieron que, de alguna forma, había dado un paso adelante en una batalla que parecía imposible de ganar.
Una mañana, mientras Aliert descansaba, Camille y Thomas lo acompañaban en su habitación, aferrados a sus manos. Fue entonces cuando el doctor Moier entró, con una expresión que revelaba seriedad mezclada con el compromiso de hacer todo lo posible por su joven paciente.
—Aliert, Camille, Thomas —comenzó el doctor, buscando las palabras adecuadas—. Nos alegra ver que Aliert ha superado esta infección, pero el camino no termina aquí. —Se tomó un momento, observando las reacciones de la familia antes de continuar—. Para que Aliert tenga una oportunidad de luchar contra el cáncer de forma más efectiva, creemos que es necesario pasar a un tratamiento más agresivo. Sé que ha sido un proceso difícil, y esto no será fácil… pero podría darnos una ventaja.
Thomas frunció el ceño, y Camille apretó la mano de su hijo un poco más fuerte. Moier observó el efecto de sus palabras, sintiendo la tensión que llenaba el aire.
—El tratamiento que proponemos —explicó Moier con voz firme— se llama terapia de combinación intensiva. Es aún más potente que el FOLFIRINOX, ya que combina una serie de medicamentos de última generación que atacan el cáncer de forma simultánea. Esto incluye gemcitabina y paclitaxel, que se administrarán en ciclos cortos pero intensos. La meta es atacar las células malignas de manera más directa y en una dosis concentrada. Pero, Aliert, esto no será fácil —añadió, mirándolo a los ojos—. Los efectos secundarios pueden ser mucho más severos. Hay una posibilidad de que sientas fatiga extrema, más náuseas… incluso debilidad en los músculos y el riesgo de infecciones.
Aliert asintió, escuchando cada palabra, aunque los términos médicos se mezclaban en su mente con una mezcla de esperanza y temor. Miró a sus padres, cuyas miradas reflejaban el dolor de ver a su hijo enfrentando una decisión tan grande a tan corta edad.
—¿Tú qué piensas, Aliert? —preguntó Camille, sus ojos vidriosos mientras trataba de ocultar su angustia. Estaba dispuesta a apoyarlo en cualquier elección que tomara, aunque su corazón se partía al ver cómo su hijo tenía que enfrentar decisiones que nadie debería enfrentar tan joven.
Aliert miró a su madre, a su padre, y finalmente al doctor Moier. Inspiró profundamente, sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Sabía que no tenía garantías, y que lo que venía sería aún más difícil, pero también comprendía que esta era su única oportunidad de luchar con todas sus fuerzas.
—Hagámoslo —respondió Aliert con firmeza, aunque su voz temblaba un poco—. Quiero intentarlo, quiero darlo todo.
Camille soltó la mano de su hijo y se cubrió el rostro, dejando escapar un sollozo. Thomas la rodeó con un brazo, sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus propios ojos. Aliert los observó en silencio, sintiendo una mezcla de dolor y amor que se entrelazaban en su pecho. Sabía que ellos sufrían tanto como él, y eso le dolía profundamente, pero había algo en él que se negaba a rendirse, que quería luchar hasta el último instante.
El doctor Moier asintió, mostrando una pequeña sonrisa de apoyo. Sabía que esta decisión era difícil para todos, y la determinación de Aliert no hacía más que aumentar su respeto hacia él.
—Empezaremos lo antes posible —dijo el doctor—. Quiero que sepan que estaremos aquí, Aliert. En este camino, no estás solo.
Al final del día, cuando la noche comenzaba a cubrir el hospital en silencio, Aliert se recostó en su cama, agotado emocionalmente pero decidido. Tomó su teléfono y marcó el número de Daniel, esperando que su amigo aún estuviera despierto. Después de un par de tonos, Daniel respondió, su voz cargada de esa calidez que siempre lograba calmar a Aliert.
—¿Aliert? ¿Cómo estás? —preguntó Daniel con suavidad, como si sintiera el peso del día que su amigo había tenido.
Aliert se mordió el labio, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Sabía que Daniel estaría allí para él, sin importar lo que dijera, pero poner en palabras todo lo que sentía en ese momento era más difícil de lo que imaginaba.
—Hoy hablé con el doctor Moier —comenzó Aliert, su voz temblando ligeramente—. Me… me dijo que quieren probar un tratamiento nuevo, algo mucho más fuerte que lo que he tenido hasta ahora. Dicen que es mi mejor opción… pero también que será aún más duro.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, y luego escuchó a Daniel suspirar, como si procesara la noticia.
—¿Y cómo te sientes con eso? —preguntó Daniel, su voz firme pero llena de empatía.
Aliert cerró los ojos, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Hablar con Daniel siempre le daba la fuerza que necesitaba para enfrentar sus miedos, pero esta vez, el temor era tan grande que no podía evitar sentirse abrumado.
—Estoy… asustado, Daniel —confesó en un susurro—. Sé que es lo que tengo que hacer, pero a veces me siento tan cansado. Y ver a mis padres así y a Karla que es todavía una niña… no es fácil.
Daniel tomó una pausa antes de responder, su voz llena de una calidez que parecía abrazar a Aliert incluso a través del teléfono.
—Aliert, no puedo imaginar todo lo que estás sintiendo, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. No importa cuán difícil sea esto, estaré contigo. Siempre.
Aliert dejó escapar un suspiro, permitiéndose sentir esa promesa como un bálsamo en su pecho. Sabía que el camino que tenía por delante sería más duro que cualquier cosa que hubiera enfrentado hasta ahora, pero también sabía que tenía a personas a su lado que lo apoyarían incondicionalmente.
Esa noche, mientras colgaba la llamada y cerraba los ojos, Aliert sintió que, aunque el miedo seguía presente, también había una pequeña chispa de esperanza, esa fuerza interna que lo impulsaba a seguir adelante, un paso a la vez. Sabía que la batalla apenas comenzaba, pero con Daniel, sus padres y los amigos que había encontrado en el hospital, sentía que no estaba solo en su lucha.