MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.
La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.
Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.
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Capítulo 22
Kael
Sinceramente, no sé si sonreír, si llorar o si simplemente me arrojo a sus pies.
Mariá tiene ese tipo de presencia que te desarma por completo, sin levantar la voz, sin amenazar. Solo con palabras afiladas como bisturíes y ojos que ven más allá de lo que a cualquiera le gustaría exponer.
Ella es intensa. Profundamente intensa. Y sé que cualquier persona acostumbrada a un mundo de apariencias, máscaras y superficialidad... jamás podría entenderla. No de verdad.
Pero nosotros sí podemos. Nosotros la vemos. La sentimos.
Intercambio una mirada con Dylan. La comisura de su boca se alza en una sonrisita casi cómplice. Sí, él también lo ha entendido. Mariá no es una coincidencia. Nunca lo fue.
Nuestros lobos, las almas salvajes que llevamos dentro, nunca se equivocan cuando se trata de nuestra compañera. ¿Prueba viva de ello? Es que, aun siendo dos... compartimos el mismo destino. La misma conexión. La misma mujer.
Mariá.
Inspiro despacio, intentando encontrar el equilibrio entre el coraje y el miedo a perderla antes incluso de tenerla por completo. Miro de reojo por la casa, atento a cualquier señal de intromisión, pero todo permanece en silencio. Solo nosotros tres. Y el olor a miel en el aire.
Me inclino despacio, apoyando los antebrazos sobre las rodillas, mis manos entrelazadas, y entonces susurro:
—Sí, Mariá. Tienes razón. Nosotros no somos... exactamente humanos comunes. Al menos no como la mayoría.
Ella no desvía la mirada. Eso me da fuerzas.
—Somos lobos. Hombres lobo, si prefieres el término más... folclórico. Pero no como en las películas. Somos un linaje antiguo, que durante generaciones ha vivido camuflado entre los humanos, intentando mantener el equilibrio, proteger nuestro secreto... y honrar nuestra naturaleza.
Mi garganta se aprieta por un instante. Las palabras que vienen a continuación pesan más que cualquier verdad ya dicha.
—Cuando encontramos a nuestra compañera... la marca sucede. Es un vínculo espiritual. Una conexión ancestral. En nuestro caso, fue a través del aullido.
Levanto los ojos hacia ella. Veo la tensión leve en su mandíbula, los dedos aún jugando con la masa como si necesitara algo físico para sujetar la mente en su lugar.
—Aquella noche, Mariá... estábamos desesperados. Confusos. Tú apareciste y... lo barajaste todo. Todo lo que pensábamos que sabíamos. Todo lo que teníamos como certeza se derrumbó con tu mirada. Tu presencia despertó algo en nosotros que... no sabíamos nombrar. Un instinto de proteger, sí. Pero también de pertenecer.
Dylan permanece en silencio. Él sabe que este momento es mío. Que soy yo quien necesita decir esto.
—No queríamos atarte. No queríamos forzar nada. Y por eso hicimos lo único que sabíamos: aullamos. Aullamos a la luna. Al cielo. Al destino.
Me enderezo poco a poco. El peso de lo que digo no disminuye, pero ahora no hay más espacio para omisiones.
—Y la marca apareció en ti. Porque tú... eres nuestra destinada, Mariá. Nuestra pareja. Nuestra compañera de vida, de alma, de jornada.
Silencio.
Solo el leve burbujeo de la masa creciendo y el sonido distante de un pajarito en la ventana rompen el instante.
—Esa es la verdad.
Mis manos están abiertas, como quien ofrece algo. Tal vez no sea la petición más romántica, tal vez parezca demasiado absurdo para cualquier lógica racional. Pero no estamos hablando de razón.
Estamos hablando de aquello que late bajo la piel. Mariá, delante de nosotros, es el puente entre lo que somos... y lo que podemos llegar a ser.
Y ahora solo le corresponde a ella decidir...
